La Transición Energética es el instrumento más efectivo que la sociedad tiene para aminorar y, esperanzadamente, detener la modificación irreversible del sistema climático.
La mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) provienen de la generación y uso de la energía que, en sus diversas formas, es consecuencia de la quema de combustibles fósiles. La comunidad científica que trabaja en el tema del cambio climático ha estimado que en la siguiente década se debe comenzar un descenso significativo en la emisión de GEI si se quiere evitar el desencadenamiento de procesos irreversibles y autointensificados de calentamiento global. Siendo un asunto de trascendencia global y transgeneracional, es razonable pensar que la sociedad tiene mucho que decir y hacer al respecto.
Los gobiernos de las naciones democráticas tienen, por su propia naturaleza, un rol limitado por sus ciclos políticos que privilegian el corto plazo y encogen su efectividad y su visión en el largo plazo. La participación de la sociedad organizada puede proveer la continuidad y la visión que se necesitan para atacar un problema tan complejo como el cambio climático. En este sentido, es necesario que la sociedad civil sea la salvaguarda de las visiones de alcance global y de largo plazo.
La Transición Energética es un proceso transformativo que modifica patrones de generación y uso de la energía que han estado vigentes desde los inicios de la revolución industrial. Y aunque el uso de los combustibles fósiles ha permitido el progreso humano logrado especialmente en el siglo XX, está causando un desbalance energético en el planeta que, de no controlarse, desatará desórdenes climáticos de consecuencias desastrosas. La gravedad del cambio climático exige una apuesta fuerte y sostenida para la descarbonización de la energía durante todo el presente siglo. En consecuencia, es necesario superar el progreso marginal y lineal, y pasar a un progreso con ritmos literalmente exponenciales.
La energía basada en combustibles fósiles ha permeado en todos los niveles del quehacer humano por lo que su transformación y eventual desfase enfrentan grandes dificultades. Por un lado, es muy difícil transformar los procesos industriales que ahora requieren la energía en sus formas convencionales, en procesos que puedan utilizar otras formas alternas de energía. También existen complicaciones para lograr la subsistencia paralela de infraestructura que requiere o produce energía convencional, con la nueva infraestructura con energías renovables. La infraestructura convencional necesita de largos tiempos de operación, décadas, para ser redituable y cumplir con sus compromisos financieros.
Por otra parte, existen intereses corporativos cuyas estrategias para la generación de riqueza en el corto plazo, implican la continuación y fortalecimiento de líneas de negocio que involucran la comercialización de combustibles fósiles. Todas las dificultades mencionadas arriba se han manifestado de diversas formas y constituyen las principales barreras que impiden el desarrollo expedito de la transición energética.
El fenómeno del cambio climático es un defecto del mercado porque nunca se internalizaron las consecuencias de las emisiones de GEI y de otros contaminantes de escala local. Es un hecho entonces que el mercado por sí solo no es capaz de corregir tal defecto y se requiere la intervención estratégica del Estado. Es necesario que se intervenga en el mercado para superar las barreras y conducir a la sociedad hacia mejores prácticas en la generación y uso de la energía a través de políticas públicas adecuadas.
Ahora, en casi todo el mundo, se están desarrollando políticas públicas que buscan mitigar el efecto de las emisiones en el sistema climático global con diferentes estrategias y niveles de profundidad. En general, el sector que mayor atención concentra es la generación y uso de la energía eléctrica por sus características de integración y relativa uniformidad de sus procesos. Las políticas públicas tienen diferentes esquemas que van desde la elaboración de leyes, pasando por estímulos económicos, fiscales o reglamentarios, y la facilitación de instrumentos financieros y de promoción. Cada proceso enfrenta sus propios retos y barreras.
En el campo de la energía eléctrica, el decisivo aprovechamiento de fuentes de energía renovable por parte de varios países y territorios con visión estratégica (China, Alemania, Estados Unidos, Reino Unido, Portugal, España, Australia, California, Hawaii, y Texas, entre otros) ha propiciado el abaratamiento de las tecnologías alternativas, especialmente la generación solar fotovoltaica y la generación eólica. La disminución de costos de capital, los costos operativos también muy bajos, y los precios marginales prácticamente en ceros están ayudando a que la transición energética empuje con fuerza en la nueva infraestructura energética y están poniendo en desventaja a las energías convencionales que dependen fuertemente del costo de los combustibles fósiles.
Las inversiones en energías convencionales enfrentan retos muy difíciles porque desde ya, la solar y la eólica ofrecen costos más bajos. Normalmente, las inversiones en infraestructura, incluyendo la generación de electricidad, requieren períodos de operación muy largos, bajo condiciones económicas estables, para resultar bancables y redituar sus utilidades. Estos plazos pueden alcanzar hasta 30 años. En los períodos de estabilidad energética o de precios del petróleo y del gas muy altos, los bancos no vacilaban en otorgar créditos de largo plazo y bajas tasas. En la actualidad, el fenómeno de abaratamiento de las renovables, y las acciones globales y locales contra el cambio climático, generan incertidumbre que puede afectar la bancabilidad de esos proyectos. No son pocos los llamados a la desinversión en energías fósiles.
En este punto hay que aclarar que petróleo y gas tienen comportamientos diferentes. El gas está entrando en una época dorada, aunque, si bien, muy breve. La tecnología del fracturamiento hidráulico ha hecho crecer las reservas y bajado sus precios. En Estados Unidos, el gas ya resulta más competitivo que el carbón y lo está sustituyendo simplemente por costos. Resulta muy difícil pensar que Trump puede revertir la acelerada declinación de la industria del carbón en su país a pesar de sus promesas de campaña. También hay una naciente exportación de la versión licuada de este energético hacia Europa y otros mercados. Europa es un mercado que seguramente se arrebatará el gas licuado de Estados Unidos, para dejar de depender de Putin y sus megalomanías. Sin embargo, por otro lado, y a pesar del repunte del gas, las renovables están comenzado a ganar la batalla contra este energético por sus costos marginales muy bajos. Por ello, es posible que la bonanza del gas esté destinada a durar poco. En efecto, aun cuando la naturaleza intermitente de las renovables pudiera limitar su mayor crecimiento, el almacenamiento por baterías, y por otras tecnologías, a precios competitivos, corregirá esa limitación y disminuirán el apetito por el gas.
La tendencia hacia la electrificación del transporte ya no se pone en duda. La única pregunta es qué tan pronto sucederá. Los signos indican que la transición hacia vehículos eléctricos llegará antes de las predicciones que se han hecho. Los avances en el rendimiento y disminución de costos de las baterías reflejan un aceleramiento de dicha transición. Cuando ello ocurra, el consumo de petróleo, junto con la sobreproducción procedente del fracturamiento hidráulico, echarán los precios y las inversiones en este sector por los suelos, convirtiendo las instalaciones actuales en activos obsoletos y las inversiones en recursos difícilmente recuperables.
A pesar de la evolución que fácilmente se vislumbra para la energía en general, todavía hay sectores que piensan que hay que continuar apostándole a los hidrocarburos porque seguirán siendo vigentes por muchos años más, y, bajo esta línea de pensamiento, las decisiones de política pública para fortalecer las energías renovables todavía
pasan por un filtro que considera su presencia un estorbo para el aprovechamiento de los recursos petroleros. En México hay una línea de políticas públicas que ignora, consciente o inconscientemente, que los días del petróleo están contados, y no están previendo cómo será la vida en el país sin este energético. En la incertidumbre resultante, tampoco permiten el despegue decisivo de la transición energética.
Uno de los paradigmas que están limitando esta apuesta hacia las renovables es el crecimiento acelerado en el uso del gas natural.
Es necesario, entonces, poner la gasificación de la energía bajo escrutinio por varias razones.
- En primer lugar, la apuesta a importar tanto gas de Estados Unidos como se pueda, se antoja una apuesta muy arriesgada. Se están invirtiendo sumas impresionantes en una red de gasoductos que nos hacen vulnerables a los vaivenes políticos de un vecino que ha sido siempre difícil. Los gasoductos que nos conectan con el vecino del norte semejan mangueras de fluidos vitales cuya interrupción puede significar la muerte del sistema energético mexicano.
Todavía no vemos de lo que puede ser capaz Trump en su afán de hacer cumplir el grito de guerra que lo llevó a la presidencia de Estados Unidos: build that wall!
En segundo lugar, el espacio en la atmósfera potencialmente disponible para la quema de gas natural, es muy limitado y se estrechará aún más conforme nos adentremos en el siglo y los efectos en el clima se vayan sintiendo de forma más aguda.
Seguramente, el esfuerzo mundial para detener el cambio climático puede resultar en medidas más draconianas que afectarán al gas. - En tercer lugar, el afán por replicar el boom del fracking en este lado de la frontera va a significar el deterioro ambiental de una región sumamente frágil en términos de sus ecosistemas y su disponibilidad de agua. Todos los preparativos están listos, solamente se está en espera de que los precios del gas repunten un poco para comenzar el frenesí sobre las frágiles planicies sedimentarias coahuilenses, neoleonenses, tamaulipecas, y chihuahuenses.
- En cuarto lugar, el problema de los activos que se quedarán sin uso (stranded assets) y que gravitarán sobre las instituciones públicas y privadas que invirtieron en ellos por el apresuramiento a construir una inmensa infraestructura de distribución de gas. El bajo costo de las renovables, tal como se demostró en las dos subastas efectuadas por CFE, están cuestionando el repago de las inversiones que se hagan en combustibles fósiles.
Justo durante el proceso para instaurar la reforma energética, el precio del gas, según Henry Hub, iba en franco y empinado ascenso desde 3.33 dólares por millón de BTU (MBTU) en 2013 hasta un pico de 6.0 dólares por MBTU a principios de 2014. Todo se veía color de rosa hasta que vino la debacle de los precios del petróleo causada por la sobreproducción de petróleo y gas de fracking en Estados Unidos. A principios de 2016 el gas alcanzó su nivel más bajo de 1.77 dólares por MBTU. Desde entonces ha venido subiendo y ya alcanzó 3.59 dólares por MBTU a diciembre de 2016. Seguramente seguirá subiendo y posiblemente se desacople definitivamente del precio del petróleo. Ello es una buena noticia para las renovables que siguen a la baja mientras el gas sube en trayectorias completamente contrarias, pero es una mala noticia para las planicies desérticas del norte.
A pesar de que el gas y el petróleo pueden transitar por caminos diferentes, ambas fuentes de energía llegarán al mismo destino. La ruta del gas pudiera ser más larga pero no mucho.
Estas materias primas tienen la desventaja de que su trayectoria depende fuertemente de su demanda y de los precios fijados por los saudíes o la OPEC. En cambio, la trayectoria de las renovables se rige por la investigación y la innovación y sus precios dependen de procesos tecnológicos acelerados exponencialmente. Sus precios dependen de los investigadores de Berkeley, MIT, Stanford y otros. Los generadores eólicos están en una franca carrera por alcanzar mayores alturas donde el viento sopla de manera más generosa. O por ubicarse en el mar donde no existen obstáculos que debiliten la fuerza del viento. Los ingenieros están logrando soportes cada vez más efectivos, incluso flotantes, para aguas más profundas. En lo solar, ya viene la segunda generación de fotovoltaicos, más eficientes y más baratos con nuevos materiales como las perovskitas. Y para complementar una trinidad difícilmente abatible, las baterías están haciendo progresos notables en la fabricación de las distintas versiones con ion de litio, así como en el desarrollo de otros materiales más competitivos. En baterías nadie sabe cuándo ocurrirá el momento de eureka, pero lo que sí es seguro, es que ocurrirá en el momento menos esperado por las energías convencionales.
La incorporación del almacenamiento en forma costo-efectiva pudiera ser un parteaguas en la industria eléctrica. Recordemos que la estructura de la industria y de los mercados de electricidad tiene como una de sus bases la incapacidad para almacenar volúmenes significativos de energía por lo que se hacen todos los esfuerzos para sincronizar la oferta con la demanda en cada instante del día. Con el almacenamiento, particularmente con baterías, va a ser posible la incorporación mayor de renovables y la modificación del mercado eléctrico. El excedente de generación mediante renovables en los horarios de menor consumo puede almacenarse para ser usado en el horario de mayor demanda. Si se incorporan a la ecuación las baterías de los autos eléctricos, éstos podrán ser programadas para recargarse en la madrugada, prestar el servicio de movilizar el vehículo en la mañana, volver a cargarse al mediodía para aprovechar el pico solar de la fotovoltaica, y vender electricidad a la red en la tarde-noche.
Es muy posible que, en un futuro cercano, las baterías se conviertan en el núcleo de sistemas distribuidos que sirvan a los usuarios de manera individual, y a la propia red de distribución aportando servicios conexos mediante controladores inteligentes. En ciertas instancias, es posible también que los usuarios se desconecten completamente de la red y se vuelvan totalmente autónomos para satisfacer sus necesidades de electricidad. Conforme se incremente la penetración de renovables, los costos marginales de la electricidad se aproximarán a cero. La razón es que ni el sol ni el viento tienen un precio a diferencia del precio errático de los combustibles fósiles.
Ante un panorama tan lleno de consecuencias trascendentales, brota la pregunta de cuál es el rol de cada uno de nosotros en este panorama cambiante. Debemos ser espectadores pasivos y dejar que las cosas sucedan al ritmo que marquen las fuerzas dominantes del sector de la energía, o debemos participar activamente en el nuevo orden energético para contribuir a que la transición energética se realice de manera más integral y expedita. El cambio climático está llamando con insistencia a la puerta; la meta de un calentamiento menor a 2°C no admite dilaciones. Nadie puede quedarse al margen de tratar de legarles a nuestros descendientes el mismo planeta acogedor que permitió el desarrollo de la civilización y del que ahora disfrutamos, tal vez sin saber lo afortunados que somos.
*Oficial de Iniciativa Climática de México (daniel.chacon@iniciativaclimatica.org )