Reconozcamos como mexicanos la importancia y valor de los trabajadores del SME en la historia moderna de México
ODÓN DE BUEN RODRÍGUEZ*
La toma de Luz y Fuerza fue, al mismo tiempo, brutal y limpia. Fue brutal porque en un solo día y de un solo golpe se hizo la toma de múltiples instalaciones por cientos de agentes vestidos como guardias romanos, al mismo tiempo que se expedía el acta de defunción de la empresa paraestatal.
Fue limpia porque ni ese día ni después de una semana de movilizaciones de los sorprendidos y aturdidos trabajadores de LyF ha sucedido algo más allá que algunos empujones a policías.
Así, con el gran poder de una firma, se puso punto final a la historia de una institución fundamental para la electricidad en México que, a lo largo de muchas décadas (en particular, entre el final de la segunda Guerra Mundial y mediados de los setenta) fue la principal empresa eléctrica del país, y le dio luz y potencia eléctrica a su corazón político y económico: la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.
Mi padre y Luz y Fuerza
Mirando la tele esa noche de sábado, todavía con el ánimo festivo por la clasificación del equipo nacional al torneo de la FIFA, me quedé sin palabras ante la imagen de los policías federales entrando al edificio donde mi padre hizo carrera y escuela.
Mi padre, curiosamente, murió como la empresa a la que dedicó sus afanes y en la que se volvió una de sus referencias: fue un sábado en la noche, de manera repentina, con la brutalidad y la despiadada limpieza de un infarto. Sin poder decir palabra ante esas imágenes, fueron los sentimientos los que hablaron y, a la fecha, no me dan aún un veredicto.
Por un lado, Luz y Fuerza ya necesitaba un manotazo, una puesta en orden. Por otro, el que haya tenido que ser en la oscuridad de la noche y con la amenazante presencia de los uniformes de los elementos de fuerza de la policía federal, sólo refleja nuestra incapacidad para cambiar sin tener que romper.
Y es precisamente por mi padre, por lo que hizo, por los jefes que tuvo, por sus compañeros y, más que nada, por quienes como subalternos lo acompañaron en LyF, que me duele mucho la forma en la que llega a su fin la empresa.
Porque, debo decirlo, Luz y Fuerza fue, por muchos años, un lugar para el trabajo de vanguardia, un lugar para hacer carrera técnica de alto nivel. Son precisamente las memorias que se originan en los pasos de mi padre por Luz y Fuerza, las que me marcan esta perspectiva.
La primera es, quizá, la más recóndita de mis reminiscencias, de esas primeras imágenes que se guardan en la vida: la del porche de la cabaña en la que vivíamos allá en el campamento de Necaxa, acompañada por el aroma del bosque húmedo y de la estructura de madera. Allá, mi padre trabajó en la expansión de la planta que hoy día, más de cien años después de inaugurada, sigue operando.
La segunda es cuando nos llevó, a mi y a uno de mis hermanos, al sitio de la construcción de la planta de Lechería (que tiene, hasta hoy, el nombre de quien fuera jefe y gran tutor de mi padre, el Ing. Jorge Luque), en su momento una de las grandes obras de generación de electricidad del país. De esa visita conservo la imagen de un casetón grande, con mucha luz, con muchos restiradores y planos, y de un gran aburrimiento por tener que esperar horas para que terminaran pláticas que ni me interesaban ni que tampoco entendía.
La tercera es una foto a color, de gran tamaño, en un álbum con varias más que le regalaron en su momento a mi padre. En esa foto aparece el Ing. Odón de Buen Lozano frente a un plano, con una vara larga que apunta a alguna de las calles del plano. A su alrededor, sin mostrar gran concentración en lo que mi padre parece decir, están Luis Echeverría (entonces Presidente de México), Carlos Hank González (entonces Gobernador del Estado de México), José López Portillo (entonces director de la Comisión Federal de Electricidad) y algunos otros políticos que no recuerdo.
Atrás, por arriba de las cabezas de las personas que rodean al grupo, se puede ver un tramo muy pequeño de las líneas de distribución que más de cinco mil trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas habían tendido para darles servicio a los cerca de un millón de habitantes de Ciudad Nezahalcóyotl, el más grande asentamiento urbano de esa época, que no terminaba de recibir a los inmigrantes del campo a la ciudad.
Son imágenes de tiempos en los que en casa se hablaba del Ing. Jorge Luque, de Jacinto Viqueira, de Roland Pohlenz, de Luis Aguilar Palomino, de Jorge Arzate, del Sr. Alejandri, de la Sra. Smith, del Ing. López Patiño y de muchos, muchos otros que acompañaron a mi padre en esa gran aventura profesional que fue para él Luz y Fuerza.
Mi padre murió en diciembre de 1982 y es posible que, ya para entonces, mucho de lo que fue Luz y Fuerza estuviese muriendo.
El mundo cambia
Ya para 1982 (casi diez años después de la electrificación de Ciudad Nezahuacóyotl), la inmigración masiva a la Ciudad de México empezaba a declinar para paso a la emigración hacia el norte de México y Estados Unidos. Nuevos polos de desarrollo aparecieron en el país, principalmente en el norte, donde la gran devaluación del 82 creó un incentivo para la explosión de las plantas maquiladoras. En esos años, el cre-cimiento del sector eléctrico ya no estaba en el centro del país y, por lo mismo, la empresa que crecía a grandes pasos era la CFE, quedándose LyF como una empresa sin mayores novedades, dedicada, fundamentalmente, a mantener las redes eléctricas de la Zona centro del país y a cobrar sus cuentas.
No es casualidad que, ya para esas fechas, hubiese planes para que LyF fuera asimilada por la CFE. Sin embargo, la política nacional y el carácter telúrico de la Ciudad de México alargaron una creciente agonía. Así, al golpear duramente a la capital el cataclismo de 1985, a los trabajadores de LyF les tocó apoyar los trabajos de reconstrucción. Los sismos, a su vez, dieron lugar a una migración mayor del centro de la ciudad (la zonas más dañada por el terremoto) hacia el Valle de Chalco, lo cual generó la última gran demanda de electrificación, que permitió darle nueva vida a LyF y que, además, fue el pago de un favor político del SME a Carlos Salinas de Gortari por no defender a “La Quina”, el líder sindical de Pemex, cuando Salinas lo toma preso.
La electrificación de Chalco fue, pienso yo, una bendición transitoria para LyF y el SME, pero, al final, se convirtió en maldición.
El contrato colectivo: amarrar beneficios hasta ahogar a la empresa
Aunque no lo puedo afirmar con precisión, me puedo imaginar que, por contrato colectivo, mucha de la gente que entró a trabajar en LyF para la electrificación de Chalco se quedó en la empresa, lo que generó la necesidad de “hacerle un huequito” a esos miles de trabajadores en las actividades de la empresa.
Fue entonces la necesidad de dar materia de trabajo a esos nuevos trabajadores lo que más pesó en las consecuentes negociaciones del Contrato Colectivo de Trabajo del Gobierno Federal con el SME.
En estas negociaciones fue determinante, para el SME, la defensa de su planta de trabajadores y la búsqueda de nueva materia de trabajo (nuevas centrales, subestaciones, modernización del sistema de distribución y fabricación de elementos por LyF de tableros y postes), donde el Sindicato defendió y mantuvo un contrato colectivo que atomizaba y parcelaba funciones, algo que iba a contracorriente de las necesidades de una economía con ace-lerados cambios tecnológicos.
Esta posición a contracorriente sólo llevó a grandes aberraciones, con costo para quienes hemos mantenido (vía factura eléctrica e impuestos) a Luz y Fuerza: cuadrillas de trabajadores para labores que, en cualquier empresa moderna, se llevan a cabo con sólo una tercera parte del personal; procesos que se tienen que hacer a mano, porque automatizarlos representa invadir funciones; largos listados impresos, en lugar de pantallas de computadora, para revisar estados de cuentas; no recibir los beneficios por la compra de equipos más eficientes en el consumo de energía (como lo pueden hacer usuarios de CFE, desde hace más de 10 años, a través de su factura).
Igualmente, las condiciones y las limitaciones del contrato colectivo hicieron muy onerosas las inversiones en LyF, ya que su realización, por parte del personal del SME y dentro del contrato, implicaba hasta tres veces el costo (por más personas y a mayor costo) que lo que cobra una empresa privada bien establecida por ese trabajo.
En esas condiciones, sólo se invertía en lo fundamental y la empresa se seguía deteriorando.
Y se fueron acumulando los agravios a los grandes jueces
Pero lo peor no fue eso: la situación llevó a que el gobierno, la empresa y los sindicalizados entraran a una dinámica perversa, donde se fue filtrando una actitud cerrada y conformista y, a final de cuentas, con un elemento que parece no tener colores partidarios ni filiaciones sindicales en México: la corrupción.
Yo creo que son, precisamente, los agravios sufridos durante décadas por los usuarios de la empresa (de todos los sectores sociales) los que van a poner la balanza a favor de la medida del gobierno. En lo personal, siempre me llamaron la atención las largas colas que, desde muy temprano (a las seis y media de la mañana), hacía todo tipo de gente para hacer alguna aclaración en las oficinas de la empresa. Asimismo, las historias de arreglos “en lo oscurito” con los choferes de las camionetas para poder contratarse, reconectarse por haber incurrido en falta de pago o para obtener “descuentos en la factura”.
Fueron estas historias las que me hicieron perder el valor que le daba y el afecto que le tenía al logo del rayito y las letras LyF. Esto alimentó un enojo que, igual que a miles o quizá millones, nos lleva a decir que el manotazo está justificado.
En manos de la CFE
En fin, “la suerte está echada”, se tomaron las instalaciones, se inició la liquidación de los trabajadores y ahora, se procede a reconstruir lo que fue LyF, con alambres puestos sobre los postes, pero con dos ejércitos invasores (los policías y los empleados de CFE) tomando los espacios y las funciones que, hasta hace unos días, cubrían más de cuarenta mil personas.
En este sentido, para mi es evidente que la gran batalla por la opinión pública no está en las marchas multitudinarias al Zócalo ni en los desplantes discursivos de Martín Esparza (líder del sindicato) o de Javier Lozano (secretario del Trabajo). No, la gran batalla no se va a dar allí, sino en la percepción que tengan los millones de usuarios de la electricidad en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México de lo que, se supone, será un mejor servicio, por lo menos con menos apagones y un mejor trato en las sucursales.
Así, más allá de lo que pueda decir Lozano, lo que importa, a final de cuentas, es la capacidad y el pragmatismo de quien toma ahora el lugar de LyF, que es la CFE. Esta empresa, que opera con calidad reconocida y bajo el mando de un hombre con capacidad de responder al reto, tiene en sus manos el destino político del actual régimen. Aun cuando los agravios de LyF con sus clientes ya eran mayores, la ventana de tiempo que tiene la CFE no es mucha. Tómese en cuenta que la ma-yoría de los habitantes de la región donde ahora tiene que dar servicio, votaron por el partido más opuesto a quien tomó la decisión del cierre de LyF.
Curiosamente, la rigidez con la que operaba LyF, debido a su contrato colectivo, va a servirle muchísimo a una empresa mucho menos rígida como CFE, pues va a poder dar muy pronto una sensación de cambio positivo, como ocurre ya con el pago.
Por otro lado, esa misma rigidez del contrato colectivo (que obligaba a manejar muchos registros y operaciones a mano) puede convertirse en el Waterloo de la CFE ya que, por ejemplo, puede dificultar muchísimo la reconstrucción de historiales para aquellos que, en este momento (y que, curiosamente, parecen ser muchos) tienen cobros incorrectos en sus facturas.
¿Qué hago con cien años de lucha y decenas de miles de agremiados?
A su vez, más allá de las indemnizaciones por arriba de lo que establece la Ley Federal del Trabajo y el Contrato Colectivo, y de las posibles recontrataciones por parte de CFE, habrá que saber darle una salida honrosa al SME, algo que se antoja muy difícil, por la forma tan radical con que se implantó la medida y, más que nada, porque en los hechos dejan a un sindicato muy grande sin empresa.
En este sentido, habrá que ver qué es lo que resulta de la batalla legal y política que está armando el sindicato y que se perfila larga y desgastante para todas las partes.
En fin, que había razones suficientes para hacer lo que se hizo e, inclusive, de la manera en que se hizo. Sin embargo, el que tuviera que ocurrir así tiene un enorme costo que puede ser mayor si el Gobierno Federal no cumple pronto las expectativas creadas y si no encuentra espacio donde quepa, aunque sea solo una parte, el muy respetable orgullo del SME.
En este último sentido, más vale que las partes reconozcan que la culpa del estado en que se encontraba LyF es compartida entre el Sindicato y el Gobierno; específicamente, entre el actual régimen y el priísta que le antecedió. Asimismo, es preciso que reconozcan y reconozcamos como mexicanos la importancia y valor de los trabajadores del SME en la historia moderna de México, en la que resistieron los embates del corporativismo que dominó al país por setenta años. Esos trabajadores que durante la mayor parte de un siglo, representaron la modernidad al traer luz y fuerza a las fábricas y comercios de la capital de México, y llevaron la luz a millones de seres humanos que no la tenían.
Es ingeniero mecánico-electricista por la UNAM y maestro en energía y recursos por la Universidad de Berkeley, California. Fue responsable de la dirección general de la Comisión Nacional para el Ahorro de Energía (Conae) de 1995-2003. Actualmente es presidente de Energía, Tecnología y Educación, ENTE S.C., y dirige el proyecto de Transición Energética. (demofilo@prodigy.net.mx, www.funtener.org )