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El gas húmedo y el gas licuado del petróleo (gas LP) son, en esencia, lo mismo. El primero se refiere a las corrientes más ricas, las de más alto valor calorífico, del gas que se extrae del subsuelo. Ya en la fase de comercialización, a las corrientes húmedas de propano y butano se les denomina gas LP, mientras que al gas “seco” o metano se le llama gas natural.
En el pasado, México tuvo una producción excedente de gas húmedo. De ahí surgió una gran industria petroquímica que fue envidia del mundo, multiplicando valor a este insumo, pero también nos dimos el lujo de ser el primer consumidor global de gas LP para cocinar y calentar agua en el hogar.
Hoy, se ha desplomado la producción de gas húmedo y, por falta de materia prima, la industria petroquímica mexicana es una sombra de lo que fue. Pero seguimos quemando alegremente el gas LP en nuestras estufas y calentadores, sólo que ahora cada vez más ya no es gas producido por Pemex, sino importado.
La semana pasada, las autoridades de energía anunciaron dos definiciones. Por un lado, reconociendo que la baja provisión del gas húmedo ha perjudicado la competitividad de la cadena productiva de la industria química, prometieron aplicar políticas públicas para aumentar la oferta nacional de gas húmedo.
Por otro lado, en virtud de que 5 millones de hogares aún utilizan leña o carbón como principal fuente de energía, de los cuales 3.5 millones no cuentan con una estufa de gas o eléctrica, se determinó impulsar la sustitución de leña y carbón por gas LP. La Secretaría de Energía (Sener), la de Desarrollo Social y la industria del gas LP se comprometieron a distribuir más de 13 mil estufas con un tanque de gas de 10 kilogramos a viviendas de Veracruz y Oaxaca.
Por desgracia, no se ve con claridad cómo se va a incrementar la producción de gas húmedo a mediano plazo. Los yacimientos de Pemex siguen declinando y los nuevos contratos petroleros privados darán resultados sólo con el tiempo. Mientras tanto, los gaseros del LP han sido hábiles para convencer a las autoridades de que su producto es la mejor opción para comunidades aisladas, aun cuando hay otras, como el gas natural y las energías solar, eólica e hidráulica.
Todas las alternativas son buenas ante el enorme reto de frenar la deforestación masiva del país y sustituir la quema de leña. Parece muy conservador el cálculo de 3.5 millones de estufas de leña, además de que, al menos por ahora, no hay estufas de LP gratis para los habitantes de Guerrero, Chiapas, Yucatán y otras entidades. Y si bien los gaseros regalan el primer tanque de LP, ¿de dónde obtendrá la gente dinero para comprar el segundo y el tercer tanque? ¿No regresarán a sus estufas de leña?
Para Chiapas, Oaxaca y Guerrero, la política pública también plantea “ductos sociales” de gas natural, aun cuando por definición no son redituables y tampoco sobra producción de ese gas. Los páneles solares parecen ser la mejor opción, al menos en teoría. En ese sentido, el Fondo de Servicio Universal Eléctrico, que promueve la Sener para llevar electricidad a 900 comunidades aisladas con 180 mil habitantes, es una idea loable.
El reto será hacer que la gente confíe en la electricidad y en que los alimentos puedan tener buen sabor aun sin fuego. ¿Y alguien regalará estufas y calentadores eléctricos? También hay que asegurar un óptimo mantenimiento de los páneles, para evitar que se descompongan y luego sirvan sólo como mesas de comedor.
Hay que evitar, a como dé lugar, que la población más pobre mantenga encendidas sus estufas de leña las 24 horas de todos los días, agravando la deforestación y generando emisiones masivas de carbono. Pero en términos históricos, un error que hemos cometido los mexicanos es quemar el gas húmedo a lo tonto, en vez de usar electricidad o gas natural para calentar agua y cocinar, cuando se puede agregar muchísimo valor al gas húmedo en procesos petroquímicos.
David Shields es analista de la industria energética. Su e-mail: david.shields@energiaadebate.com