Como en el caso de la riqueza gasera de Holanda, la economía mexicana sufre distorsiones por la excesiva dependencia de los ingresos petroleros.
*JOAQUÍN TAPIA MARURI y **ROBERTO CARMONA
In memoriam Rebeca Maruri
La Enfermedad Holandesa es un concepto usado para ilustrar el síndrome que origina la dependencia económica en un bien, particularmente un recurso natural, en el comercio exterior de una nación. Tal fue el caso de Holanda en la década de los sesenta y setenta al ser descubiertas vastas reservas de gas.
Entre los daños ocasionados por esta enfermedad destacan la inestabilidad macroeconómica y una consecuente desindustrialización de la nación dueña del recurso natural. Al ser explotados los recursos naturales de una nación, como es el caso del petróleo, ocurre una entrada de divisas que aprecian el valor de la moneda. Ello ocasiona una reducción en la competitividad internacional de los bienes no petroleros producidos internamente, afectando a otros sectores, como a las manufacturas o también a la agricultura. Consecuentemente las importaciones, particularmente las de bienes de consumo, tienden a incrementarse al tiempo que las exportaciones no petroleras tienden a disminuir.
El párrafo anterior seguramente genera suspicacia respecto a la salud de la economía mexicana ante lo que acontece con su industria petrolera. Este artículo consiste en la evaluación de algunos síntomas de la economía nacional, para finalmente diagnosticarla: ¿La economía mexicana sufre la Enfermedad Holandesa? En caso de que el diagnóstico resulte afirmativo, entonces será necesario evaluar las alternativas para su posible cura.
DIAGNÓSTICO: SECTOR EXTERNO
De acuerdo con la información oficial sobre el valor de las exportaciones petroleras y el total de exportaciones, entre 1995 y 2006 se ha registrado un considerable aumento de la participación de los ingresos por exportaciones petroleras respecto a las totales. De hecho, la participación casi se triplicó al pasar de 6% en 1998 a 16% en 2006. Tal situación resulta un tanto obvia si se considera el efecto del aumento de los precios internacionales del petróleo crudo, como puede apreciarse en la gráfica 1.
Lo que no resulta obvio es que a pesar del espectacular aumento en el valor de las exportaciones petroleras, desde 1998 al 2006 se haya mantenido un déficit en la balanza comercial (el promedio de 2004 al 2006 fue de 618 millones de dólares); en cambio se observó un superávit sostenido de 1995 a 1997, cuando el precio del crudo promedió 20.40 dólares por barril y el país se encontraba en incipiente recuperación del “error diciembre” cuando el peso perdió la mitad de su valor. En cuanto al tipo de cambio, la situación es hoy distinta a la de 1995, pero similar a la de 1994. Mientras el dólar se ha depreciado frente a otras monedas, como el euro y a la libra esterlina (en más de 30% desde 2002, ponderado por su participación en comercio), por el contrario, el peso se ha apreciado en alrededor de 20% en los últimos cinco años.
Gráfica 1.
Fuente: Grupo de trabajo integrado por INEGI-BANXICO-SAT
(Servicio de Administración Tributaria) y la Secretaría de Economía.
Precio del WTI: Departamento de Energía de Estados Unidos
SECTOR INTERNO
Otro síntoma para llevar a cabo el diagnóstico es el marcado y acelerado incremento de la participación del los ingresos petroleros en los ingresos del gobierno federal. Mientras que en el 2002 la participación de los ingresos petroleros en los totales del gobierno federal promediaron 12.6%, la proporción creció a 38.5% en tan solo cuatro años. El acelerado incremento de la participación de los ingresos petroleros en los gubernamentales pareciera también estar relacionado con el acelerado y sostenido aumento en los precios internacionales del crudo: el West Texas Intermediate (WTI) pasó de un promedió de 26.09 dólares por barril en 2002 a 65.99 dólares en 2006, como se muestra en la gráfica 2. Tal dependencia en los ingresos petroleros ha repercutido en detrimento del sistema tributario, pues en comparación con otros países miembros de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y algunos de América Latina, México tiene una carga fiscal baja. La relación entre impuestos y el Producto Interno Bruto (PIB) es cercana al 13% y ha crecido apenas un punto porcentual desde 1980, mientras que el promedio de los países de la OCDE es de 32.3%.
Gráfica 2.
Fuente: SHCP. Dirección General Adjunta de Estadística de la Hacienda Pública.
Precio del WTI: Departamento de Energía de los EEUU.
La creciente dependencia petrolera ha traído consigo una mayor exposición de riesgo para el gobierno federal, pues además de que la base de ingresos se ha hecho más estrecha, también debe considerarse que el precio del petróleo es muy volátil. Para ejemplificar basta con observar que la desviación estándar mensual de julio 2006 a enero 2007 se ubicó en 7.54 dólares por barril y el precio cayó 30% en ese breve lapso. Tal volatilidad hace necesario llevar a cabo costosas estrategias de coberturas necesarias para garantizar un nivel de ingreso tal que permita hacer frente a los compromisos del gobierno, como los de gasto social.
Como una posible consecuencia de la dependencia económica en el sector petrolero se ha observado una paulatina disminución en la participación de las manufacturas en el PIB del país. Tal reducción también está relacionada con el rápido incremento en las cotizaciones del WTI. Mientras en el año 2000 la proporción fue cercana al 20% del PIB, en el año 2006 se ubicó por debajo de 18%. De acuerdo con el indicador de competitividad del World Economic Forum, México en el año 2000 se ubicó en el lugar 42, mientras que en el 2006 su posición cayó hasta el lugar 58.
Gráfica 3.
Fuente: SHCP. Dirección General Adjunta de Estadística de la Hacienda Pública.
Precio del WTI: Departamento de Energía de los EEUU.
DIAGNÓSTICO
Sería excesivo afirmar que el sector manufacturero ha disminuido como única consecuencia de la mayor dependencia petrolera, pues hay otras variables que repercuten sobre este sector. Asimismo, es complicado aseverar que México sufre la Enfermedad Holandesa, pues se debe llevar a cabo una investigación más formal y estadísticamente convincente para efectivamente demostrar la presencia de tal padecimiento. Sin embargo, los datos aquí presentados parecen arrojar indicios que no permiten rechazar la hipótesis de que México sufre la enfermedad. Actuando con prudencia, ante tal sintomatología un médico seguramente recomendaría llevar a cabo estudios adicionales para confirmar la hipótesis y tan solo recetaría algunos medicamentos para aliviar los malestares.
El malestar
Hay quienes podrían afirmar con justa razón que hay signos de salud de la economía mexicana al comparar algunas variables macroeconómicas con las existentes en épocas de crisis o previas a ellas. Sin embargo, como hemos visto, también es evidente que otras variables indican lo contrario y éstas son las que nos incumben. Además, la inestabilidad de unas difícilmente puede ser compensada por la estabilidad o salud de las otras, pues la economía de un país y propiamente del mundo, funciona como un proceso dinámico e integral. Basta echar un vistazo a nuestra historia económica para recordar episodios desagradables, en los cuales los análisis posteriores a las crisis señalaban, por un lado, estabilidad en algunas variables, y por otro, inestabilidad en otras, nublando el correcto diagnóstico y prevención de la enfermedad.
El ganador del premio Nobel de Economía en 2001, Joseph Stiglitz, proporcionó algunas recomendaciones para hacerle frente a la Enfermedad Holandesa. Sugiere la creación de fondos de estabilización que esterilicen la entrada de recursos, pues éstos mantienen fuera de la liquidez de la economía una parte de los ingresos, lo cual limita la apreciación de la moneda, especialmente cuando los precios del bien son elevados, y ayuda a enfrentar la volatilidad económica cuando los precios son bajos al hacer uso de los recursos ahorrados. Esta esterilización reduce la proclividad al gasto del gobierno y mantiene más estables sus ingresos. Stiglitz también propone transparencia en el uso de los recursos recaudados en el fondo con la finalidad de reducir las oportunidades de corrupción y promover el uso más adecuado de los mismos, como, por ejemplo, en impulsar la competitividad del sector no petrolero, mediante la inversión en infraestructura, salud y educación.
La buena noticia es que México cuenta con un Fondo de Estabilización que capta el 25% de los ingresos extraordinarios. La mala está en el uso del mismo. Actualmente, no hay un órgano de control que garantice el uso de los excedentes a nivel estatal y municipal en proyectos de infraestructura. El gasto corriente se ubicó en el nivel más alto de la historia con un crecimiento del 78% entre el año 2000 y el 2006, cifra cercana al 14% del PIB. La propuesta para que el Fondo pase al control del Banco de México es loable, puesto que actualmente los recursos al ser federales no pueden ser auditados. En Ecuador y Noruega la administración de los fondos es responsabilidad de los bancos centrales. Ello efectivamente ha permitido transparencia en los usos de los recursos petroleros.
Finalmente
La industria petrolera mexicana, sin duda, muestra algunos síntomas de Enfermedad Holandesa. El síndrome parece agudizarse con el alto nivel de precios del crudo, más que por la posesión y explotación del petróleo. Esto es, el incremento en precio aumenta el costo de oportunidad de corto plazo de otros proyectos de inversión que ocasionan una “especialización” de la economía en la industria petrolera en detrimento de las otras.
Resulta paradójico que a pesar de los síntomas, la industria petrolera mexicana se encuentre en las dificultades financieras, técnicas, operativas, laborales, etc. Buena parte de la causa de tales aprietos se le atribuyen al régimen fiscal aplicado a Petróleos Mexicanos (Pemex). Es por ello que se han llevado modificaciones a la Ley Federal de Derechos para reducirle la carga fiscal a partir del 2006, pero éstas son discrecionales en la asignación de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) e insuficientes dada la magnitud de los problemas de la paraestatal.
Se tienen altas expectativas positivas sobre el potencial de las aguas profundas para hacerle frente a la difícil situación por la que atraviesa la industria petrolera. Sin embargo, estos proyectos son de alto riesgo geológico, técnico, así como financiero y pueden llevar varios años para iniciar su producción. La entrada a este tipo de proyectos requiere de cambios estructurales, tanto al interior de Pemex como de la normatividad existente en el régimen fiscal, para optimizar la explotación de estos campos.
Se resalta como urgente la localización y explotación de nuevos yacimientos, pero la urgencia de llevar a cabo reformas estructurales que nos permitan tener el tipo de empresa e industria petrolera más adecuadas a la circunstancias actuales y futuras, están por encima de la urgencia de explotación de nuevos yacimientos. Es mayor el valor de estos yacimientos como reservas, que el que se obtendría bajo una estructura inadecuada para su explotación. Llevar a cabo una campaña al terreno altamente riesgoso y poco explorado de nuestras aguas profundas en las condiciones institucionales actuales, podría ser una franca embestida a ojos cerrados contra un sólido muro. Ya conocemos el padecimiento, sus síntomas y hasta cómo lograr su cura, entonces parece que lo que hace falta para enfrentarlo es mayor voluntad.
*Joaquín Tapia es analista económico y financiero. Doctorado en Economía por la Universidad de Colorado. Ha publicado artículos económicos y financieros para: Mexican Journal of Economics and Finance, Journal of Economic Literature, Economía Mexicana, Inversión y Finanzas, El Trimestre Económico, Comercio Exterior. Ha participado en la publicación de algunos libros como: México Hacia la Globalización ed. Diana. Asimismo, ha sido catedrático en universidades como ITAM, UIA, Universidad Anahuac, CIDE y la UNAM.
**Roberto Carmona es analista de mercado petrolero internacional. Es Maestro en Métodos de Investigación Social por la London School of Economics y formó parte del grupo de investigadores del Oxford Institute for Energy Studies.