Es necesario reorientar a la industria petrolera mexicana, dándole valor al talento de los ingenieros nacionales. Hay que poner la industria de nuevo en manos profesionales.
MARIO HERNÁNDEZ SAMANIEGO*
Los que se dedican a explotar irracionalmente los yacimientos aprovechan el momento no para moderar su furia exportadora sino para sacudir el petate del muerto, insistiendo en la necesidad de picar el fondo del Golfo de México en busca de nuevos campos, aunque sea entregando parte de lo que se produzca al socio extranjero. No les importa que en ese afán, buena parte del petróleo que aún tenemos quede embarrada en la roca y arena del subsuelo para jamás ser recuperable. Tampoco les asusta que en once años nos quedemos sin petróleo.
Al mal paso hay que darle prisa. El tiempo se agota: No basta con chupar los yacimientos. Hay que desperdiciar gas natural iluminando la Sonda de Campeche. Hay que tirar a la basura el talento de miles de ingenieros y trabajadores sustituyéndolos por extranjeros improvisados importados. Hay que seguir generando energía eléctrica con gas natural que no alcanza y llenar los tanques de combustóleo que no se vende y que obliga a bajar carga a las refinerías, pudiéndose aprovechar para sustituir gas natural en la generación eléctrica. Hay que seguir dedicando al Instituto Mexicano del Petróleo a fabricar doctores en lugar de ponerlo a desarrollar tecnología, ingenieros y tecnólogos que diseñen, construyan, operen, administren y optimicen las instalaciones petroleras.Pero obviamente, hacerlo significa cerrar el huequito por el que los socios extranjeros se van colando.
Hay que darle todavía más y más prisa. Hay que asegurar que el que venga atrás quede con las manos atadas. Los promotores del bisne declaran a los cuatro vientos que se necesitan más refinerías, pero no aclaran que las mal llamadas reconfiguraciones se han hecho con las patas de contratistas que jamás habían diseñado y construido una refinería, y la actualmente avanza lentamente ?la de Minatitlán? va a andar en zancos sobre un pantano. Con los precios de gasolina y diesel importados escalando la montaña, las exportaciones de crudo van dejando de ser el negocio de la vida. ¿A que no saben Ustedes que con lo que se gasta en un año en mantener la producción desaforada y en reponer no más del 7% de las reservas probadas se podrían construir hasta cinco refinerías que pueden convertir en productos la mitad del crudo que ahora se exporta?
En petroquímica, ¿qué? Que importamos cada día más y más frijol y maíz, porque los fertilizantes que por capricho ya no producimos -?plantas ociosas las tenemos? ahora importamos pagando un ojo de la cara. Y no se diga de materias primas para fabricar plásticos, llantas, fibras. Aquí la jugada es más sutil. Si la ley permite la inversión privada en petroquímica, ¿porqué no se aprovecha para generar empleos e ingresos al fisco? Una petroquímica que no opera y en la que se invierten migajas es buen medio para mantener el país en crisis. En cambio, una petroquímica floreciente distraería la vista de la “urgencia” de compartir el petróleo y sus productos con el socio.
Imaginemos qué pasará cuando se sequen los pozos. Ya lo estamos viendo con el gas natural. Lo importamos y consumimos con singular alegría para generar luz y aunque paguemos caro el pecado, no pasa nada. ¿Por qué no ha de ser lo mismo con el petróleo? Se nos acaba y así nomás, quitadotes de la pena, empezaremos a importarlo de nuestros socios, porque los nuevos yacimientos compartidos tardarán no menos de diez años en fructificar.
CON NUESTROS PROPIOS MEDIOS
¿Por qué no mejor resolver el problema con nuestros propios medios y engordar la vaca con nuestra propia pastura explorando y explotando yacimientos potenciales ya detectados en tierra y en aguas someras? Tenemos la tecnología para hacerlo y las inversiones son infinitamente más pequeñas.
¿Por qué no empezar por reconocer que el petróleo se acaba a pasos agigantados y que mientras encontramos más y esperemos 10 años para empezar a producir lo que se encuentre, explotemos racionalmente lo que queda? ¿Y por qué no aprovechar una mayor parte de esa explotación racionalizada refinándola y transformándola en petrolíferos y petroquímicos en lugar de exportarla desaforadamente? Démosle valor agregado para que por lo menos no haya que pagar con importaciones de petrolíferos y petroquímicos el valor del crudo exportado. Y ya de perdida refinemos petróleo importado en lugar de importar refinados.
¿Y que tal si nos ahorramos otros buenos centavos sacando el máximo provecho de los fierros que ya tenemos y que operan a tres cuartos de chiles pudiendo trabajar a chiles completos, en lugar de pagar la mayor parte de los petrolíferos y petroquímicos que importamos con el petróleo que exportamos?
¿Y qué tal si diseñamos y construimos nuestras refinerías con nuestras propios ingenieros y trabajadores y con nuestros propios fabricantes de equipos y materiales en lugar de dejarlas en manos de contratistas mal hechos que se aprovechan de nuestra falta de confianza y nos hacen pagar un ojo de la cara? (El diario Reforma informó, el 3 de abril de 2006, que “cotizan barato y cobran caro” y como muestra registra que del costo original de 1,700 millones de dólares, la refinería de Cadereyta acabó costando 3,600 millones, más lo que costará la demanda interpuesta por el contratista).
Suena bien que construyamos nuevas refinerías con manos autóctonas, contestarían los recalcitrantes enemigos de la autonomía, pero ¿con que ojos? Con los ahorros de explorar y perforar en tierra y en aguas someras en lugar de mares profundos e inciertos, y con préstamos, ¿por qué no decirlo? Pemex no es un conjunto de fierros viejos descuidados sin valor. Es un enorme depósito de petróleo inexplorado.
Haya o no haya petróleo en México, conviene tener nuevas refinerías. ¿Por qué no, entonces, ganar tiempo al tiempo y empezar por decidir dónde montarlas, de qué capacidad construirlas y diseñarlas con el talento ingenieril que todavía nos queda. Para eso sí alcanza el presupuesto. La ingeniería de una refinería cuesta no más del 10% de la inversión. Y demos chance a los contratistas nacionales y fabricantes de materiales, maquinaria y equipo a frotar manos y a lamer bigotes y a planear los puestos de trabajo que se van a crear.
FORMAR A LOS JÓVENES INGENIEROS
Empecemos a formar los jóvenes ingenieros y jóvenes trabajadores que operarán y mantendrán esas refinerías y, contrariamente a lo que actualmente ocurre, a sacarles a dichas refinerías todo el provecho posible con todo el conocimiento necesario. Las seis refinerías y los nueve complejos petroquímicos fueron diseñados por ingenieros mexicanos experimentados y puestos en operación por ingenieros también muy experimentados, quienes formaron un nutrido grupo de jóvenes que continuaron su labor tanto en la ingeniería como en la operación de las instalaciones.
¿Por qué no seguir ese mismo patrón? Reclutar jóvenes ingenieros para inyectar sangre nueva tanto a la ingeniería como a la operación, y desde luego a la administración de las instalaciones. Olvidar la miope práctica de suspender la supervisión de operaciones mediante ingenieros de turno, práctica que cierra la puerta a la experiencia y sobre todo a la confianza necesaria para tomar las acciones necesarias para eficientar las operaciones sin arriesgar la seguridad.
En el caso particular de las áreas de transformación, se trataría de regresar al concepto del aprendiz de oficio: que el joven ingeniero recién egresado de las escuelas de ingeniería forme parte del grupo de diseño de esa refinería, para que la conozca en números y planos. Luego, se le haga participar en la construcción, incorporándolo a la supervisión de construcción y pruebas y haciéndole participar en el arranque de las instalaciones.
Para la primera fase, la de ingeniería, no hay mejor escuela que el Instituto Mexicano del Petróleo, que conserva los conceptos de diseño que a través de los años han dado óptimos resultados en la construcción, operación y mantenimiento de las plantas de Pemex. La inversión en los salarios de estos muchachos es el pago de una póliza de seguro en buena operación de las plantas.
Es evidente que todo esto conlleva la reinstalación del concepto de ingenieros de planta de turno, modalidad que ha sido suspendida por razones desconocidas. Es necesario reconocer que el ingeniero joven es la cimiente de la administración eficaz de la industria. Es la cimiente que evita las improvisaciones que actualmente aquejan a la institución. Es ponerla de nuevo en manos profesionales.