(Artículo publicado en la edición septiembre-octubre de la revista “Energía a Debate”).
En nuestro foro reciente, el Secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, afirmó ?haciendo alusión a un comentario hecho por un participante en el mercado eléctrico? que la Reforma Energética siembra semillas que dentro de muchos años podrán convertirse en frondosos árboles.
La analogía parece verosímil. Sin duda, los resultados de esta Reforma de libre mercado, en favor de la competencia y la inversión, se darán en el largo plazo. Se trata de construir hoy un andamiaje jurídico y normativo que propicie nuevos proyectos y que servirá de base para un sistema energético sano, pujante, competitivo y atractivo para las inversiones el día de mañana, sobre todo pensando más allá del actual período gubernamental.
Por lo pronto, se estima que en este gobierno la Reforma Energética dejará compromisos de inversión por cerca de 100 mil millones de dólares. Tal vez no todos esos compromisos fructifiquen, pero el rumbo es correcto. No hay argumentos viables ni razonables en favor de volver a modelos del pasado o adoptar otro derrotero. Hay que seguir profundizando la Reforma ya en marcha.
Sin embargo, no debemos suponer que la Reforma Energética en sí pueda resolver todos los retos de la industria energética del país. Para empezar, la Reforma no se hizo para atender las repercusiones imprevistas por la fuerte caída de los precios del petróleo, que se ha convertido en un fenómeno prolongado al que no se le ve el fin. Por lo mismo, no previó una situación en la que Pemex, lejos de ser una empresa productiva fuerte, ya no generaría ingresos netos para el país y no tendría presupuesto para exploración y para otras inversiones esenciales.
Esta misma situación de los hidrocarburos baratos, aunada a la declinación de los yacimientos gigantes del país, ha hecho que la producción nacional de petróleo, gas natural y refinados disminuya ante la incapacidad de Pemex para competir con una industria petrolera renovada en Estados Unidos, que es el fruto del fracking, actividad que México aún no promueve con seriedad.
Las importaciones también hacen que México enfrente riesgos de seguridad energética, sobre todo en gas natural, donde la dependencia del sector eléctrico y de otras industrias es muy alta.
La Reforma tampoco se hizo para resolver temas de ilegalidad, como los robos de hidrocarburos y los actos de corrupción en Pemex, que van desde el caso Odebrecht hasta temas de fertilizantes y astilleros, aún no resueltos. De hecho, la ilegalidad, al crecer, es un factor que frena las inversiones que la Reforma pretende atraer.
Queda claro que el sector energético, a pesar de la Reforma, encara grandes retos que la Reforma en sí no pretende ni podrá resolver. México podrá y deberá profundizar en el camino de la Reforma, pero los futuros gobiernos también deberán mirar más allá de las reformas estructurales en busca de soluciones pragmáticas y de otra índole para los desafíos pendientes en el sector energía y en el desarrollo del país en general.