Sin duda alguna, vivimos tiempos nunca antes experimentados, realidades que cambian frente a nosotros de un momento a otro en todos los ámbitos de la vida y en todos los sectores de la sociedad. Ante estos cambios podemos tomar dos actitudes: esperar que el viento cambie de dirección o ajustar las velas y aprovechar la oportunidad que nos presenta el vendaval.
Individuos, gobiernos, empresas y la sociedad en su conjunto tenemos una gran oportunidad frente a nosotros y la realidad nos ha demostrado que es mejor ser solidarios en lugar de intentar enfrentar las dificultades de manera individual o cuidar simplemente de nuestros propios intereses. Respiramos el mismo aire, vemos y sentimos el mismo sol; en temas de salud, la aldea global se encargó de recordarnos que no somos entes aislados y que debemos ofrecer respuestas comunes a problemas comunes. La pobreza, falta de inclusión, migración, discriminación, inequidad y violencia son problemas que nos atañen a todas y todos. Nuestra actitud frente a estos retos debe ser tendiente a la búsqueda de alianzas con quienes podamos construir nuevas realidades y transformar positivamente, contribuyendo a la solución de estos problemas.
“Tenemos la oportunidad de hacer a un lado visiones excluyentes sobre quién debería llevar a cabo o no la generación de energía y encontrar la manera de hacer sinergia para el logro de metas comunes”.
Cuando hablamos de proyectos de energía podemos encontrar grandes oportunidades para contribuir al bienestar común, al desarrollo de las comunidades y, al mismo tiempo, a conseguir la rentabilidad económica de los mismos. Tenemos la oportunidad de hacer a un lado visiones excluyentes sobre quién debería llevar a cabo o no la generación de energía y encontrar la manera de hacer sinergia para el logro de metas comunes.
Gobiernos, empresas y sociedad debemos ver en los proyectos de energía la oportunidad para lograr el bienestar social que tanto anhelamos.
Ban Ki-moon, Secretario General de las Naciones Unidas entre 2007 y 2016, definió a la energía como “el hilo de oro que une el crecimiento económico, la equidad social y un entorno que permite que el mundo prospere”.[1] Tomando como base esta afirmación, debemos buscar que todo proyecto de energía contenga una visión social que propicie una verdadera transformación y mejora, empezando en los territorios donde estos se detonan. Se deben generar lazos de cercanía, confianza, comunicación y constante interacción para construir de manera conjunta proyectos sostenibles que atiendan las distintas necesidades y propósitos de comunidades, gobiernos locales y empresas.
Toda acción realizada en un territorio trae consigo impactos sobre las personas que habitan el mismo. Por esa razón, estos impactos deben planearse de manera consciente para que las localidades sean transformadas de manera positiva en su infraestructura básica: escuelas, clínicas de salud y parques, entre otros. Esto no significa que las empresas sustituirán el papel del Estado para generar bienestar, sino que contribuyen a disminuir los índices de pobreza de las zonas donde los proyectos se desarrollan y aportan valor en dichas comunidades. Esto representa una gran oportunidad para las empresas del sector energético, donde pueden medir la rentabilidad de un proyecto más allá de los aspectos económicos. Hoy, estas deben aspirar a grandes retornos sociales de inversión; es decir, que a partir de la llegada de un proyecto a una localidad, este avance y la región se transforme, sus habitantes vivan en mejores condiciones de vida y al mismo tiempo que las empresas logran sus objetivos financieros.
El reto para los gobiernos locales es grande pero, definitivamente, no imposible: por un lado, debemos armonizar los intereses de los sectores involucrados propiciando la adecuada comunicación de los proyectos y su impacto social, buscar la confluencia de recursos para multiplicar los beneficios sociales, además de asegurar la certeza jurídica para las empresas y el respeto de los derechos de las comunidades. Por el otro, los gobiernos locales pueden propiciar la generación de proyectos de generación de energía comunitaria que permita a las personas comunes y corrientes producir y consumir su propia energía, otorgándoles poder para gestionar la misma.
Como sociedad podemos dar el paso de receptores de beneficios a actores y verdaderos tomadores de decisiones sobre las acciones que se implementan dentro de nuestras comunidades.
El bienestar social, la rentabilidad económica y la democracia energética son posibles. Es momento de que, como sociedad, seamos conscientes de que los modelos de negocio pueden ser rentables y, al mismo tiempo, justos.
Este es un tiempo para que la ética resurja como guía que oriente todas las decisiones de la vida pública, empresarial, individual y colectiva; es un tiempo de oportunidad para retomar principios de justicia, respeto, equidad e inclusión para que “nadie se quede atrás, para que nadie se quede afuera.”[2] Sin duda, hay mucho trabajo por delante, pero el viento ya sopla hacia ese destino y es nuestro trabajo ajustar las velas.
[1] https://undocs.org/pdf?symbol=es/A/RES/67/215
[2] https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/objetivos-de-desarrollo-sostenible/
*Daniel Gómez Ocaña es Es licenciado en Administración Pública por la Universidad Autónoma de Puebla y cuenta con diversos cursos sobre democracia, política pública y gobierno. Colabora en el Servicio Público desde el año 2019 desempeñándose como coordinador de Atención a Organizaciones Sociales y Religiosas dentro de la Subsecretaría de Desarrollo Político de la Secretaría de Gobernación del Estado de Puebla. Cuenta con experiencia en temas de gobernabilidad y construcción de paz. Actualmente funge como director de Gobernanza y Concertación Social en la Agencia de Energía del Estado de
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