Por Luis Vielma Lobo * para Energía a Debate
En estos tiempos de pandemia, muchos países, empresas, instituciones, organizaciones y personas han podido dedicar un tiempo a reconocer su entorno más próximo, inmediato e íntimo, y en muchos casos se han sorprendido de la cantidad de desgaste y desperdicio que han encontrado en ese entorno.
Ya Leonardo da Vinci había identificado una fuerza que cada día afectaba su intensa actividad. Sabemos que ese genio de la historia, además de pintor era un gran inventor y su ingenio creativo era una maquinaria, que evitaba lo que él denominaba “fricción” esa fuerza o desgaste que se crea cuando dos objetos se rozan y que, en algún momento, puede detener su movimiento.
El desgaste es una fuerza que se convierte en desperdicio y se interpone en el camino de la eficiencia en cualquier actividad, incluyendo el pensamiento creativo. En las empresas, instituciones y organizaciones siempre está presente y, en muchas de ellas, se ha convertido en parte de su razón de ser. Uno de los efectos más negativos de este fenómeno es que ha convertido a las personas en entes transaccionales o robots, es decir, mucha actividad manual y poca actividad intelectual. Cada día observamos que a mucha gente le molesta pensar, les cuesta pensar, les parece fastidioso pensar, y por ello cada día la sociedad, las empresas y los países se estancan y sus ciudadanos se convierten en dependientes de las ayudas sociales de los Estados.
La consecuencia directa del desgaste es su impacto en la productividad y es allí donde los países se distinguen. Países asiáticos y europeos han buscado maneras de atacar este fenómeno que les impedía ser productivos y competitivos. Después de la Segunda Guerra Mundial, Japón, Corea del Sur, Singapur y más recientemente China, han visto cómo los gobiernos se han involucrado proactivamente para atacar ese fenómeno, utilizando para ello programas específicos de la mano con la empresa privada, y también con sindicatos, incorporando sus científicos y educadores para mejorar la educación y cultura de la gente en general, empezado por los niños. Todo ello se ha reflejado en la economía de esas naciones, que durante los últimos 20 años han superado el 6% de crecimiento interanual en términos de PIB, y ello ha significado una mejora en las condiciones de vida de la población.
Es muy triste ver la realidad de América Latina en general, desde el sur del Rio Grande hasta la Patagonia, donde los gobiernos en los últimos 20 años, han seguido fórmulas y políticas populistas que han ido hundiendo las economías de los países, sin entender que el crecimiento debe ser soportado por la productividad de la gente, bien sea que trabajen en el gobierno o en el sector privado, y ello no tiene nada que ver con visiones neoliberales o socialistas, y sí tiene que ver – y mucho – con la preparación de la gente, con la educación.
México no ha sido diferente al resto de países de Latinoamérica, pero su cercanía con los Estados Unidos ha sido un factor importante para diferenciarlo de otros países centro y suramericanos, aunque siempre ha existido una genuina preocupación por parte de anteriores gobiernos y del sector privado respecto al tema de la productividad, por el impacto que ella tiene en el lento crecimiento de la economía, reflejado año tras año en el PIB del país.
Tampoco el sector energético ha escapado a estos signos de desgaste o fricción – como bien lo describió da Vinci – y desde el inicio de este sexenio hemos visto cómo ha cambiado la velocidad de implementación de programas y proyectos, y al día de hoy no se tiene una estrategia de la administración federal para continuar adelante con el desarrollo del sector.
Enfoques ideológicos están marcando la pauta hoy de lo que debe ser una estrategia de desarrollo para buscar la seguridad energética y también su soberanía, entendida en los mejores términos globales, no domésticos. Esta influencia de criterios políticos es otro factor de desgaste o fricción que frena la fuerza desarrollada por los diferentes actores de la economía nacional y en particular del sector energético.
La estrategia de fortalecer a las empresas nacionales Pemex y CFE es una decisión anunciada por la administración federal, pero hasta el momento no se refleja en un verdadero apoyo a estas empresas. En el caso de Pemex, está viviendo quizá su peor crisis desde los años pre- expropiación y podemos observarlo en los resultados, los cuales reflejan la lucha interna que despliegan su alta gerencia y sus técnicos para avanzar cada día, a pesar de las limitaciones presupuestarias y una débil cadena de suministro que ya no es clase mundial, como solía ser hasta hace unos años.
En el caso de la CFE, este ícono del país, símbolo de productividad y eficiencia, y premiado múltiples veces en el pasado por sus resultados, siempre mantuvo una estrategia integral y global de crecimiento, hasta el año 2018. Ahora navega en un mar de inconsistencias que ha creado olas de incertidumbre y descontento entre las empresas privadas que han sido sus aliados por muchos años.
La decisión de la actual administración de limitar el crecimiento del sector privado, que se había logrado por la Reforma Energética del año 2013, y de cuestionar el aporte de sus aliados en suministro de energías alternas para la generación eléctrica, conjuntamente con la decisión de volver a incrementar el consumo de diésel y combustóleo, contradicen las mejores prácticas y estrategias de las empresas generadoras de electricidad en el mundo, y a lo largo del tiempo estas decisiones van a generar escasez y a incrementar los costos del fluido eléctrico a nivel nacional.
Los países más desarrollados han logrado entender este fenómeno del desgaste y miden el impacto que tiene en la productividad y economía, para poder ir trazando el mapa de eficiencia que se requiera, y que también sirve de base para alimentar las políticas públicas y las asignaciones presupuestarias, dándole prioridad a los programas sociales, y apoyándose en la inversión privada para el desarrollo de proyectos que requieren tecnologías, y que son costosos para las arcas del Estado.
El conocimiento mayor tiene una gran meta: hacer la vida – de las personas, organizaciones y países – más sencilla, más simple, y de esta manera la gente pueda dedicar más tiempo a pensar, analizar y sobre todo a estudiar, para crecer como seres humanos y también ayudar a crecer al país, a través del trabajo eficaz y productivo dentro de sus empresas, organizaciones o instituciones, siempre buscando una mejor calidad de vida.
(*) Director General de CBMX Servicios de Ingeniería Petrolera, Director del Centro Integral de Desarrollo del Talento (CIDT) y presidente de la Fundación Chapopote, miembro del Colegio de Ingenieros Petroleros de México, Vicepresidente de Relaciones Internacionales de la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios, AMESPAC, colaborador de opinión en varios medios especializados en energía, conferencista invitado en eventos nacionales e internacionales del sector energético y autor de las novelas “Chapopote, Ficción histórica del petróleo en México” (2016) y “Argentum: vida y muerte tras las minas” (2019).