La historia, muy certera en sus juicios, nos ha enseñado que la mezcla del tema político y el poder con el negocio del petróleo se ha convertido en un verdadero cóctel tóxico, el cual ha ocasionado disputas sociales, enfrentamientos ciudadanos y catástrofes políticas y militares en distintos períodos de la humanidad.
La guerra entre Rusia y Ucrania es un ejemplo más de esta realidad, en la que un país poderoso en reservas de hidrocarburos, que con ello ha desarrollado un negocio extraordinario, agrede a otro país por considerarlo una amenaza. El crecimiento del negocio del gas para Rusia ha sido producto de la demanda de varios países de la Unión Europea (UE) encabezados por Alemania, país que después de los accidentes ocurridos en las plantas nucleares de Chernóbil, Unión Soviética, en 1986, y Fukushima, Japón, en 2011 decidió cerrar sus plantas de energía nuclear y migrar al uso del gas como combustible primario para convertirse en el mejor cliente de Rusia como comprador de este hidrocarburo.
Rusia se encuentra entre los tres países que lideran la oferta mundial de hidrocarburos después de Estados Unidos y Arabia Saudita y, además, es el proveedor más grande de gas en el mundo, con suficiente poder económico y político para usar la diplomacia en sus momentos de expansión. No obstante, su actual presidente prefirió la amenaza y la agresión contra un país más pequeño, ex miembro de la desaparecida Unión Soviética, con raíces y lazos históricos comunes que deberían mantenerlos unidos por su cultura y tradiciones.
Después de la perforación del primer pozo petrolero en Titusville, Pennsylvania, en Estados Unidos, en 1859, el mundo inició una nueva era de cambios y progreso. Con la invención del vehículo de combustión interna, la ambición de inversionistas por la exploración y producción del petróleo y por el proceso de refinación –clave para la obtención del combustible (gasolina o nafta)– creció aceleradamente y, de esta manera, comenzó hacia finales del siglo XIX la exploración en otros lugares del mundo, dando lugar a los grandes descubrimientos en el desierto del Sahara, en Arabia Saudita, en el lago de Maracaibo, en Venezuela, y las chapopoteras de Tabasco y Veracruz, en México.
La creación de las empresas estatales para el desarrollo de las reservas y el procesamiento de su producción en refinerías nacionales representó otro capítulo de enfrentamientos, entre los cuales se destacan la expropiación de la industria en México, llevada a cabo por el presidente Lázaro Cárdenas en 1938. Estos procesos de nacionalización fueron creando una nueva era en la industria, pues los países, a través de sus empresas nacionales, tuvieron acceso a los mercados internacionales para la venta de su petróleo y derivados, haciendo más competitivo el negocio a nivel mundial.
En el año 1973 se produjo la guerra entre árabes e israelíes, conflicto político de grandes dimensiones, el cual desembocó en un embargo petrolero. Por primera vez el precio del barril se disparó de los 2.90 hasta los 12 dólares, creando una crisis de considerables proporciones en los Estados Unidos y Europa. Desde entonces el tema geopolítico ha sido determinante para mantener el mercado del crudo. Las crisis posteriores, en la década de los años 80, fueron conduciendo a dificultades económicas en un mercado obligado a pagar el precio cada vez mayor de los productos petrolíferos, hecho este corroborado en las crisis subsiguientes en los años noventa e inicios del siglo XXI. En una ocasión, este tipo de eventos elevaron los precios sobre los 140 dólares el barril, estableciendo un récord que no ha sido alcanzado en crisis posteriores, incluyendo la pandemia del coronavirus en los años 2020-21 y el más reciente conflicto entre Rusia y Ucrania.
¿Hasta dónde pueden llegar los precios del crudo y crear una catástrofe económica a nivel mundial que impacte todos los sectores de la sociedad? Esta es una interrogante que vive en la mente de muchas personas, aunque el entorno se ha transformado y la conciencia de la población es cada día mayor acerca de la necesidad de un cambio hacia otros tipos de energías limpias, con menor impacto ambiental y geopolítico. Por ello se requieren acciones concretas e inmediatas que disminuyan el efecto del calentamiento y la contaminación global, dando paso a una nueva cultura energética que impulse un gran cambio en la existente y permita dejar como legado un mundo diferente para nuestros descendientes.
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