En las últimas décadas se ha hablado mucho de los impactos del cambio climático, enfocados principalmente a dos tipos: a la naturaleza y a los daños materiales. Las imágenes de osos polares sobre un pedazo de hielo, animales salvajes que bajan a las ciudades o inundaciones en las calles y edificios destruidos por algún desastre natural han invadido las pantallas de nuestros dispositivos. En años recientes, la investigación ha avanzado en un costo escondido del calentamiento global: el efecto en los seres humanos a través de la salud mental. La evidencia señala que existe una relación negativa entre el cambio climático y la salud mental y sugiere que podría resultar en costos económicos significativos.
La relación del cambio en el clima con la salud mental se puede dar vía cuatro mecanismos (Clayton, 2021; Ramadan y Ataallah, 2021). El primero se genera a raíz de acontecimientos climáticos fuertes, que inciden en la salud mental de la población afectada. Se observan después de eventos extremos y pueden aminorarse conforme disminuyen las consecuencias de los mismos o, en algunos casos, pueden permanecer por años. Se sabe que los incidentes climáticos están relacionados con la depresión, la ansiedad, el trastorno de estrés postraumático, el abuso de sustancias, el incremento en ideas suicidas, y la violencia doméstica (Wu, Snell y Samji, 2020).
En segundo lugar, están los impactos provocados por incrementos en la temperatura. Por ejemplo, está comprobado que provoca aumentos en agresiones, tanto a otras personas como a sí mismos, y que aumenta la tasa de suicidios. Un tercer mecanismo se da por los efectos indirectos del cambio climático: inseguridad económica o alimentaria, migración climática y otros conflictos entre grupos y a nivel internacional.
Finalmente, el cuarto mecanismo se genera por la percepción de las personas ante el cambio climático. La ansiedad climática, por ejemplo, se genera a raíz del dolor que causa perder tradiciones, actividades, lugares, por el miedo de los posibles impactos y por la incertidumbre de efectos, temporalidad y sitios afectados. El llamado luto ecológico representa la pérdida para aquellas personas cuyo sentido de la riqueza se deriva también del valor de la naturaleza, más allá de lo tangible (Wu, Snell y Samji, 2020). En estos casos, se han observado ataques de pánico, insomnio y pensamiento obsesivo. El estrés generado por la probabilidad de experimentar cambio climático en el futuro también puede aumentar la incidencia de enfermedades mentales a lo largo de la vida.
En suma, comienza a haber evidencia de que sucesos relacionados con el cambio climático inciden en la salud mental de la población por los niveles de estrés post-traumático, la depresión y la ansiedad. Lo que no se conoce claramente es la magnitud de este impacto y el costo asociado.
“Comienza a haber evidencia de que sucesos relacionados con el cambio climático inciden en la salud mental de la población por los niveles de estrés post-traumático, la depresión y la ansiedad”.
Además del costo global, es fundamental empezar a entender qué grupos pueden verse más afectados. Las regiones, países y grupos de personas con sistemas de apoyo social más sólido promueven una mayor resiliencia ante el cambio climático (Clayton, 2021). En contrates, los grupos minoritarios y las comunidades indígenas tienen vulnerabilidades previas que resultan en una mayor exposición a los efectos adversos del cambio climático en la salud mental. La población de menores ingresos rural y urbana también se ve afectada de forma desproporcionada por eventos climáticos por su situación pobreza y fragilidad. Por su parte, los niños tienen sistemas neurológicos y fisiológicos que no están completamente desarrollados, lo que puede aumentar el impacto en su salud mental.
Los efectos diferenciados por grupos de interés deberán ser objeto de estudio en el futuro, así como la identificación de efectos en personas con enfermedades mentales severas, o quienes viven en las ciudades y enfrentan las consecuencias de las islas de calor (Zhang et al, 2021). La mayor parte de los estudios que analizan la relación entre cambio climático y salud mental se han llevado a cabo en Australia, Canadá y Estados Unidos. Es relevante tomar los aprendizajes que han tenido estos países, pero aplicarlos con mayor conocimiento sobre el cambio climático y la salud mental para México y otras economías de ingreso medio y bajo, donde la falta de análisis sobre este vínculo es generalizada. Un país como México, por ejemplo, enfrentará mayor deterioro de la salud mental de su población, dada la exposición que tiene a eventos catastróficos climáticos y los pocos recursos que destina para responder a estresores como pueden ser las vulnerabilidades pre-existentes.
En la actualidad, las principales aportaciones alrededor de este tema provienen de la psicología y la psiquiatría, con el objetivo de esclarecer el impacto del cambio climático sobre la salud mental. La economía, sin embargo, no ha integrado todavía estos conceptos en sus análisis climáticos. Es indispensable identificar y comenzar a cuantificar los canales de transmisión que generarán los costos relacionados a la salud mental por pérdidas de capital humano y productividad, para sumarlas al costo económico físico del cambio climático.
Ha habido algunos avances en el vínculo económico entre productividad y salud mental, pero falta establecer la relación con el cambio climático. La salud mental se debe considerar porque afecta los niveles de producción a través de los costos asociados (Layard, 2013, 2024). En países desarrollados, la salud mental es la enfermedad más relevante en la población en edad de trabajar. Las enfermedades mentales representan alrededor del 40% de todas las enfermedades para la población de menos de 65 años, la mitad si tomamos en cuenta a la población de menos de 45 años, y más de un tercio de las incapacidades laborales y el ausentismo. El efecto es todavía mayor cuando incorporamos la interrelación de estas enfermedades con las enfermedades físicas. Se estima que la mortalidad aumenta en 50% para las personas que enfrentan enfermedades mentales. Las personas con enfermedades mentales utilizan los servicios de salud 60% más que otras que padecen enfermedades físicas, lo cual representa un costo para el sistema de salud pública.
Las personas que experimentan enfermedades de salud mental se ausentan más del trabajo, enfrentan mayores niveles de desempleo, tienen mayor probabilidad de enfermarse y, cuando asisten a trabajar, son menos productivas y afectan también la habilidad de trabajar de quienes cohabitan con ellos.
Por todo lo anterior, se estima que los costos económicos por problemas de salud mental en el trabajo pueden ascender al 7% del PIB (Layard, 2016), entre discapacidad, ausentismo y falta de productividad.[1]
Es momento de incorporar los efectos en salud mental del cambio climático. Entonces podremos contar con una visión más completa de los costos que este fenómeno tiene sobre las economías y realizar mejores estimaciones sobre los beneficios de promover políticas públicas de mitigación y adaptación.
Nota:
[1] La Organización Mundial de la Salud encontró que la depresión es mucho más severa e inhabilitante que la diabetes, la angina de pecho, el asma y la artritis (OMS, 2008).
*/ Alejandra Elizondo analiza la relación entre medio ambiente, cambio climático y energía desde las políticas públicas, económicas y regulatorias, y el uso de modelos económicos. Es profesora investigadora de la División de Economía en el CIDE, miembro de Sistema Nacional de Investigadores y de Voz Experta. Ha publicado varios artículos académicos y capítulos de libro sobre la política climática en México. Tiene doctorado en Políticas Públicas por el CIDE, maestría en Administración Pública por la Universidad de Columbia, máster en Psicología Positiva por la Universidad Jaume I y licenciatura en Economía por el ITAM.
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