Entre política y petróleo: el futuro de Pemex como empresa del Estado
Con esta entrega cerramos una serie que examinó las posibles rutas para fortalecer a Pemex sin hipotecar la estabilidad fiscal del país. En la primera entrega, exploramos cómo el respaldo incondicional ha debilitado la credibilidad de la empresa. En la segunda, analizamos el caso de Eskom, donde las garantías soberanas ofrecieron alivio temporal a costa del perfil crediticio del Estado. En la tercera, vimos cómo Petrobras logró transformarse a través de recortes, desinversiones y disciplina de mercado. En la cuarta, planteamos una tercera vía: una solución intermedia para México, con medidas dentro y fuera del balance.
El objetivo de esta serie fue reflexionar sobre el rol de Pemex en la transición energética y los límites del modelo de empresa estatal integrada. Hoy, ese debate no puede seguir evitándose. Pemex no es una empresa cualquiera: es símbolo, instrumento y botín. Sin embargo, esa excepcionalidad no puede seguir siendo excusa para postergar decisiones. México necesita definir qué tipo de empresa estatal quiere: ¿una con metas reales y autonomía operativa, o una anclada en la narrativa que la ha debilitado?
El dilema político de Pemex es profundo: ¿puede una empresa tan cargada de significado transformarse en un actor funcional dentro de una estrategia energética moderna? Otras petroleras estatales lo han hecho. Saudi Aramco, por ejemplo, ha diversificado ingresos, promovido transparencia en sus emisiones de deuda e invertido en tecnologías de captura de carbono. Equinor redefinió su modelo apostando por renovables y autonomía operativa. La pregunta es si México está dispuesto a permitir que Pemex cambie sin que eso sea visto como traición.
La reciente operación del fideicomiso Eagle Funding LuxCo permitió a Pemex obtener financiamiento a tasas cercanas al Tesoro estadounidense, sin recurrir a una emisión directa ni del gobierno ni de Pemex. Fue un respiro táctico que redujo el costo financiero y abrió una ventana de oportunidad. Pero no fue una solución estructural. A cambio de evitar deuda explícita, el soberano absorbió el diferencial como comisión y se pone como respaldo en caso de impago por parte de Pemex, asumiendo un riesgo contingente relevante.
Este tipo de medidas tienen sentido si se utilizan no solo para ganar tiempo, sino para corregir rumbo y avanzar hacia una solución de fondo, con reformas estructurales operativas y administrativas. Porque incluso la mejor ingeniería financiera no resuelve problemas como la falta de generación de flujo operativo, un decaimiento en la producción de crudo, poca exploración en aguas profundas y una refinación que sigue generando pérdidas pese a inversiones crecientes.
Solo el tiempo dirá qué tan efectivo fue este mecanismo y si se acompañó de estrategias para mejorar la eficiencia operativa. Hoy la ventana aún está abierta, pero no será eterna. El equilibrio fiscal sigue siendo la principal ancla macroeconómica del país. En un entorno de crecimiento débil y tasas reales elevadas, cumplir las metas fiscales permite contener las primas de riesgo y facilitar un ajuste ordenado de la política monetaria. La paradoja fiscal se vuelve cada vez más clara: si las operaciones de apoyo a Pemex no refuerzan esa estabilidad, la comprometen y entre más recursos se dediquen a Pemex, menos margen queda para inversión pública en sectores con mayor retorno económico o social.
“Solo el tiempo dirá qué tan efectivo fue este mecanismo y si se acompañó de estrategias para mejorar la eficiencia operativa”.
La solución estructural exige segmentar. Pemex enfrenta dos grandes bloques de deuda con lógicas y riesgos distintos. Por un lado, la deuda financiera, compuesta en su mayoría por bonos en moneda extranjera y líneas revolventes con vencimientos concentrados en el corto plazo, requiere refinanciamiento disciplinado, reducción del riesgo cambiario y recuperación de acceso a mercados. Por otro lado, la deuda con proveedores es operativa: si no se paga, se paraliza la cadena de suministro. Ya supera los 500 mil millones de pesos y tiene efectos económicos regionales inmediatos.
Ignorar esta segmentación lleva a soluciones incompletas. Refinanciar bonos no resuelve la deuda operativa; pagar proveedores sin sanear el modelo perpetúa la ineficiencia. Por eso, la estrategia debe combinar tres elementos: financiamiento diferenciado según tipo de pasivo, exigencias de desempeño claras, y rediseño del modelo de negocio.
A diferencia de Sudáfrica en el caso Eskom, México aún conserva su grado de inversión soberano. Eso amplía su margen de acción, pero no lo garantiza. El tiempo de las soluciones parciales se agota. Seguir posponiendo ajustes solo encarece la factura futura.
El dilema Pemex no se resolverá desde la técnica financiera o la retórica política por separado. Requiere una visión integral. Pemex puede seguir siendo una empresa pública, pero solo si deja de ser un símbolo inmóvil y se convierte en un actor estratégico moderno. Reformarla es difícil, pero no hacerlo es más costoso.
Las lecciones de Eskom, Petrobras y la propia experiencia mexicana ayudan a imaginar una tercera vía viable. El riesgo real no es reformar a Pemex, sino no hacerlo a tiempo. Está en juego no solo el futuro de la empresa, sino el papel de México en la transición energética global y la sostenibilidad de sus finanzas públicas. Porque mientras Pemex siga siendo el mayor lastre fiscal, también será el principal riesgo crediticio del soberano.

*/ Víctor Gómez Ayala cuenta con estudios en el ITAM y la Universidad de Pensilvania, y es candidato a doctor en Economía por el ITAM. Su experiencia combina ciencia de datos, macroeconomía aplicada y análisis de políticas fiscal y energética. Desde hace más de una década es profesor en el ITAM y colaborador semanal en El Financiero. Es fundador de Daat Analytics. Actualmente funge como Economista en Jefe en Casa de Bolsa Finamex.
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*/ Montserrat Aldave es egresada de la Facultad de Economía del ITAM y con una Maestría por la misma universidad en Economía Aplicada. Se especializa en análisis macroeconómico, herramientas estadísticas, política fiscal y energética. Con una extensa carrera como analista económico tanto en la administración pública, el sector privado, y docencia en el ITAM. Actualmente funge como Economista Principal en Casa de Bolsa Finamex.
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