Unos y otros ven el futuro energético en términos pesimistas u optimistas. Estados Unidos toma en cuenta ambos enfoques en su visión de seguridad energética.
ROSÍO VARGAS SUÁREZ *
Dos visiones prevalecen en el ámbito internacional sobre la situación energética actual, que influyen en el concepto y diseño de la seguridad energética de todas las naciones, entre ellas los Estados Unidos.
Una de ellas se enfoca en la disminución de las reservas de combustibles fósiles a nivel mundial y es compartida por especialistas en energía, geólogos, geofísicos y otros. La otra es una perspectiva contraria, “optimista”, que prevalece en los análisis e informes de los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), el Grupo de los Ocho (las naciones más industrializadas), la Agencia Internacional de Energía (AIE), el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS por sus siglas en inglés) y algunos economistas especializados.
Algunos de los argumentos en que se sustentan esas visiones son los siguientes:
En el caso del primer grupo, una de las bases conceptuales es la finitud de los hidrocarburos en el mundo y la limitada capacidad existente para sustituir campos petroleros gigantes y supergigantes, descubiertos entre los años 50 y 80 que ahora están en declinación. Nada semejante se ha descubierto en los últimos años y tampoco se esperan hallazgos de la anterior magnitud. Una pregunta que se ha vuelto importante en el diseño de escenarios y prospectivas es cuánto petróleo queda por descubrir dando lugar a numerosas estimaciones y especulaciones. De manera sorpresiva, algunos personeros del establishment estadounidense, como el ex secretario de Energía James Schlesinger, han reconocido que la oferta petrolera futura se localizará fuera de la OCDE, cuyos países integrantes son y se volverán aún más dependientes de los suministros externos. Schlesinger apela a trascender el nivel de la retórica y a buscar, en cambio, un razonamiento cuantitativo, además de la necesidad de lograr sabiduría política para encontrar soluciones en el contexto de una creciente demanda global que quizás pueda generar un choque económico capaz de impactar los sistemas políticos mismos.
En términos generales, la perspectiva “optimista” rechaza que haya una escasez o disminución de los recursos fósiles y, en cambio, declara la suficiencia de los mismos para los próximos 30 ó 40 años, soslayando datos en los que se sustenta la otra visión, aduciendo incluso que el mismo argumento de escasez surgió en los años 70. Para ellos, la visión de escasez es una historia que se repite. En cambio, la visión optimista hace énfasis en las áreas con potencial productivo y magnifica las posibilidades de los aprovechamientos productivos otorgando un papel importante a las inversiones y a la tecnología.
Otros elementos que coadyuvan al predominio de esta visión son: la globalización con todas sus bondades y el “institucionalismo neoliberal” como corriente teórica. La importancia del dominio ideológico de la globalización es que ha borrado la distinción entre el norte y el sur como concepto analítico y descarta la posibilidad de conflicto entre estos dos ejes. En cambio, destaca el poder ilimitado del mercado y la tecnología. Ese institucionalismo neoliberal parte de la idea de que la mayor interdependencia entre los Estados y un desarrollo de fronteras más permeables a los flujos de capital y mercancías alientan la cooperación internacional y la institucionalización de los procesos, lo cual reduce la posibilidad de conflicto, característica inherente al sistema internacional mismo. La cooperación es vista como capaz de resolver los desequilibrios entre la oferta y la demanda de energía.
En términos generales, esta visión plantea que el reto de elevar la producción petrolera radica en las relaciones internacionales, la política y las decisiones de los gobiernos. Se trata de superar las restricciones políticas, legales y geográficas que bloquean el desarrollo de los recursos en los países productores con grandes reservas. El acceso a esas reservas y los desafíos a la inversión son los aspectos a resolver. Por lo anterior, el corolario es la apertura a las compañías internacionales para garantizar la sustentabilidad de los suministros energéticos, acompañada de la revisión del concepto de soberanía en los países donde se concentran los recursos naturales vitales y la redefinición de los términos jurídicos para la participación de corporaciones en el desarrollo de los mismos. Esa participación se plantea como la solución a los problemas energéticos actuales y futuros.
IMPLICACIONES PARA ESTADOS UNIDOS
Existe una estrategia dual que define el rumbo de la política estadounidense y que se extiende hacia sus aliados bajo el término de “seguridad energética colectiva”. El aspecto militar de dicha estrategia apunta a asegurar a estos países más petróleo proveniente del resto del mundo y a intervenir en otros países a fin de destrabar los obstáculos a la producción y a las inversiones. Otros aspecto más “suave” instrumenta la “seguridad energética”, la diplomacia, el almacenamiento de reservas, la diversificación de abastecedores y los apoyos a través de instituciones financieras, como los mecanismos para alentar el aumento en la oferta energética mundial. El futuro será la combinación de estrategias formando parte de la política exterior y de la seguridad nacional de los Estados Unidos, siendo la seguridad hemisférica un componente importante de la misma.
La seguridad energética, que por tres décadas se basara en una estrategia de diversificación de abastecedores, incorpora nuevas prioridades tales como: a) proteger la cadena energética global, lo cual implica “resolver” el problema del “terrorismo”; b) crear un “margen de seguridad” capaz de brindar certidumbre después de un choque petrolero; c)la alternativa de la interdependencia energética y la integración que permite garantizar la seguridad de las inversiones y los flujos de comercio energético.
El desafío a la seguridad energética de los Estados Unidos se acrecienta a medida que lo hace la dependencia del exterior ante dificultades para aumentar la producción nacional. Hacia el 2020, este país importará el 70% de su consumo de petróleo y la cantidad de gas natural licuado (GNL) que importará se triplicará a 460 millones de toneladas anualmente. Gracias a modalidades de comercio de GNL y petróleo, se pretende asegurar el acceso y el transporte de los energéticos requeridos. Por ello, la política antiterrorista y la “gobernabilidad democrática” se convierten en vías para ejercer control en las regiones productoras.
En lo que respecta a América Latina, en el 2001 se partió de la premisa de un acceso seguro al petróleo del hemisferio bajo el plan de energía del gobierno de George W. Bush, basada en la adquisición de crudo de México, Venezuela y Canadá. Sin embargo, hoy día preocupan a Washington los giros políticos ocurridos en Venezuela y Bolivia, habida cuenta de que, en términos de la importancia futura, sus reservas constituyen el potencial más importante en el Cono Sur.
EL PETRÓLEO NO CONVENCIONAL
Tanto en la visión pesimista como en la optimistas, el factor pendular más importante son los recursos no convencionales que incluyen crudos pesados, extrapesados, arenas bituminosas y aguas profundas. Grandes expectativas se han depositado en las arenas bituminosas de Canadá de donde se espera obtener una producción de entre 2 y 2.5 millones de barriles diarios (b/d) para el 2010.
Más prometedores aún son los crudos extrapesados de Venezuela, que ascienden a 270 mil millones de barriles de crudo extrapesado y bitumen. Otra promesa se espera resulte del abatimiento de los costos de producción en el Golfo de México. De las aguas profundas del Golfo se espera una contribución de unos 3,500,000 b/d a la oferta de Estados Unidos para el 2010. Sin duda, lo anterior compensará en cierta medida la declinación de cuencas maduras en el hemisferio, que en América del Norte brindan una oferta de 6 millones de b/d. Sin embargo, esta promesa habrá que analizarla vis a vis la declinante producción de crudos convencionales en Canadá y México, así como frente a una creciente demanda (fundamentalmente estadounidense) que parece difícil de ser cubierta en su totalidad aún con la oferta no convencional.
INTEGRACIÓN ENERGÉTICA
En el proceso de integración energética en América del Norte, es evidente el liderazgo que ejerce los Estados Unidos para afianzar y profundizar dicho proceso a través de cambios regulatorios, institucionales, jurídicos y coordinación entre el sector público y privado.
Para México, la distribución asimétrica del poder en el caso de América del Norte significa aceptar las reglas establecidas por el país líder y/o bajo los lineamientos de las instituciones a cargo de la cooperación trilateral, con poco margen para manejar la integración. Pese al hecho de que la visión oficial destaca las bondades del proceso, resulta evidente una gradual merma en su soberanía e independencia en el diseño de su política energética y en la conformación de las estrategias de seguridad energética futuras del país.
A diferencia de lo que ocurre en el Sur del hemisferio, América del Norte no muestra signos de alarma ante la posibilidad de una crisis energética. El discurso oficial de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN) soslaya dicha posibilidad como fundamento de la integración, pese a que los Estados Unidos en todo momento tienen presente la posibilidad de rupturas y choques en la escena internacional, como base en el diseño de su política petrolera mundial que ahora se convierte en “seguridad energética colectiva” al incorporar a su propia seguridad la de sus aliados. Así, su estrategia de seguridad energética se convierte en una tarea de alcance global.
* Coordinadora del área de estudios de la Globalidad en el Centro de Investigaciones de América del Norte (CISAN) de la UNAM. (rvargas@servidor.unam.mx ) El artículo que aquí se presenta es un resumen de uno más amplio que forma parte de el libro “Dos modelos de Integración Energética” de próxima publicación en el CISAN. La edición de dicho volumen estuvo a cargo de Rosío Vargas y José Luis Valdés Ugalde.