Luis Vielma Lobo* / para Energía a Debate
La creciente preocupación de la humanidad por las emisiones de gases de efecto invernadero está detonando un cambio en la industria de los hidrocarburos. Empresas internacionales, grandes y medianas, están revisando sus portafolios para buscar un reequilibrio, considerando proyectos bajos en carbono, para tener una base de oferta más diversificada, y así convertirse en empresas energéticas integrales, sustentables de cara al futuro.
Se trata de una transición que debe llevarse de la mano con las nuevas realidades de la economía mundial, tomando en cuenta los cambios de actitudes de los consumidores. Como ha ocurrido en otros momentos históricos, será un cambio gradual, pues las empresas mantendrán la producción de hidrocarburos como base de su cartera de generación de energía, pero también son cada día más conscientes del impacto del carbono.
Dentro de esa estrategia de diversificación, las empresas han adquirido activos fuera de sus principales negocios de producción de petróleo y gas, y tendrán que operarlos, desarrollar tecnologías novedosas, y preparar a la gente en nuevas competencias, para acceder a esos nuevos mercados. Sus directivos jugarán un rol de liderazgo diferente, destacando sus acciones para conducir exitosamente sus empresas por ese camino de la transición energética, a fin de convertirse en empresas híbridas, en una siguiente fase, tal como ha ocurrido en la industria de los automóviles.
La pausa introducida por el COVID19, y el impacto que ha tenido en la economía mundial, ha impulsado una reflexión de los líderes de los principales países del mundo. Ellos han entendido, que los retos de la humanidad en este 2020, no son los mismos de hace 30 o 40 años, cuando se reclamaba un cambio en tecnologías y adaptación de algunos procesos industriales. Hoy día, ellos coinciden en la necesidad de un cambio profundo en los fundamentos y la relación de los sistemas de producción y consumo en su conjunto, para crear las bases de una sociedad distinta, con criterios diferentes hacia la sustentabilidad.
A lo largo de los años, las economías de los países han venido siendo diseñadas para seguir exprimiendo recursos del planeta, bien sean minerales, vegetales o animales. También han recurrido al apoyo de la gente, para asegurar el procesamiento de esos recursos y su conversión en alimentos, vestidos, bienes y servicios muy demandados por la sociedad actual. Estas realidades son producto de la ingenuidad humana, que se ha venido convirtiendo en una sociedad de consumo desbocada, impulsando el crecimiento desmedido de la producción de bienes y servicios, que en muchos casos solo llenan el ego o vanidad de la gente.
Esta tendencia de producción o sobreproducción de commodities a cualquier precio, viene debilitando la sustentabilidad y el equilibrio ecológico de nuestros sistemas naturales. Ya las últimas décadas han mostrado que esos excesos en producción han influido en un factor que todos sentimos: el clima, y los cambios que éste ha experimentado, producto principalmente del abuso en el consumo de energías fósiles contaminantes y la producción excesiva de gases de invernadero, generados por el transporte en las grandes ciudades y en los complejos industriales del mundo.
Independientemente del sistema político y de sus mensajes, la sociedad avanza siempre en la búsqueda del progreso y bienestar, y esto significa maximizar la producción de cualquier artículo, bien o servicio. En esta realidad las comunicaciones, los adelantos tecnológicos, así como la publicidad y el mercadeo han jugado un rol determinante, sin menospreciar el ego del ser humano, que busca canalizar sus emociones hacia la compra o el consumo, como sinónimos de éxito.
Recordemos que en la naturaleza todo lo que se produce requiere algún tipo de energía, desde el uso de la madera para generar fuego y calor, pasando por el viento y el agua, hasta la energía fósil y electricidad; todas han contribuido al desarrollo de la sociedad, incrementando el capital económico per cápita. El bajo costo de la energía, ha sido un puntal muy fuerte en nuestro patrimonio, pues nos permite disponer de bienes y servicios que nos ayudan a mejorar la calidad de vida; y esta ecuación ha sido fundamental para el desarrollo de la humanidad desde su comienzo.
Los avances tecnológicos han logrado que la incorporación de energía fósil se haya convertido en un acto de magia. Cada vez que tocamos un interruptor en nuestras casas, por “arte de magia” se hace la luz, se enciende la lavadora, calentamos nuestra comida, y tenemos agua caliente. Pareciera que al pasar ese interruptor detonamos equipos de trabajo invisibles que realizan esas tareas para nosotros.
El uso de la energía natural: sol, aire y agua, ha existido desde los comienzos de la humanidad. Desde mediados del siglo XIX, gracias al genio científico de James Clerk Maxwell, se explicaron los fenómenos electromagnéticos, que representaron el origen de la energía eléctrica, cuyo uso masivo se da a finales de ese mismo siglo, implementándose en poco tiempo la mecanización de muchas actividades que se venían realizando manualmente. Este intercambio de trabajo humano por sistemas mecanizados, impulsaron una mejora en los ingresos de la gente, mejorando su calidad de vida y estableciendo las bases del periodo de la industrialización y el progreso de las sociedades.
La industrialización detonó la imaginación y creatividad de la gente, y fue así como se dieron los primeros avances tecnológicos, que impulsaron el uso de la energía en el desarrollo industrial, facilitando la creación de los mecanismos, sistemas o equipos que han reemplazado al ser humano en la ejecución de tareas o actividades manuales, en diferentes tipos de trabajo, desde la banca hasta la actividad petrolera; estableciendo desde entonces una directa relación de la energía primaria con la productividad y la economía, con impacto en el PIB de los países.
Desde ese entonces, se pudo comprobar que en la medida en que los precios de la energía aumentan, los beneficios para la gente son mejores en términos de ingresos, ganancias, bienes y servicios. No obstante; siendo un sistema, el mismo busca mantenerse en equilibrio, y en la medida que el costo se incrementa en forma desmedida, llega un momento que este se rompe, y empieza a afectar los beneficios de la gente, convirtiéndose en una amenaza. Es lo que ha venido ocurriendo con los precios del petróleo, que desde 1973 aumentaron, hasta llegar casi a los 150 dólares el barril en el año 2007, con el consecuente impacto en los precios de la gasolina, electricidad y otros derivados.
Una mirada a las estadísticas de la Agencia Internacional de Energía (AIE) nos permite observar que los costos de producción de los hidrocarburos han aumentado a una tasa promedio del 18% por año, mientras que la inflación anual en los principales países consumidores ha promediado alrededor del 3.0%, creando de esta manera un ciclo perverso que impacta el desarrollo armónico de la economía.
En el año 2002 las empresas en general requerían de 9 dólares para producir un barril. Hoy en día, en promedio, se necesitan 22 dólares para producir un barril. Los costos más altos están asociados a la extracción proveniente de yacimientos ubicados en aguas profundas y también al hidrocarburo extraído de las lutitas o esquistos, que rondan los 40 dólares el barril.
De allí la importancia de lo que está ocurriendo actualmente con la relación oferta y demanda, y el impacto en el valor del petróleo en el mercado. La creciente demanda impulsada por las sociedades de consumo se desbocó y desnaturalizó –podemos decir– multiplicando la producción y oferta de productos, lo cual impulsó el consumo de energía, justificando el incremento en sus costos. Esta demanda sentó las bases para incorporar la producción de hidrocarburos más costosos, entre ellos los extraídos de yacimientos ubicados en las aguas profundas de los océanos, y los extraídos de esquistos y rocas lutitas, principalmente en Estados Unidos.
Estas situaciones nos van conduciendo lentamente a un escenario tóxico, donde los costos de la energía serán cada vez mayores –particularmente para el petróleo– lo cual tendrá efectos en toda la cadena de derivados, mismos que se reflejarán en la cadena de suministro de bienes y servicios, y en cualquier commodity que requiera energía para su manufactura o funcionamiento. Esto sin duda afectará la viabilidad económica de las empresas, y muchas de ellas no podrán mantenerse competitivas, ocasionado su cierre, incrementando el desempleo y aumentando los niveles de pobreza alrededor de mundo.
La reflexión final tiene que ver con la paradoja que representa el uso de la tecnología para mejorar la calidad de vida de la gente –la magia de los equipos invisibles mencionada antes– y el incremento de sus costos que se convierten en un factor crítico limitante del crecimiento y desarrollo, generando desigualdades sociales. Ello aunado al tema de la contaminación y su gravísimo impacto en el clima, que ya nos ha mostrado sus funestas consecuencias.
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(*) Luis Vielma Lobo, es Director General de CBMX Servicios de Ingeniería Petrolera, Director del Centro Integral de Desarrollo del Talento (CIDT) y presidente de la Fundación Chapopote, miembro del Colegio de Ingenieros de México, Vicepresidente de Relaciones Internacionales de la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios, AMESPAC, colaborador de opinión en varios medios especializados en energía, conferencista invitado en eventos nacionales e internacionales del sector energético y autor de las novelas “Chapopote, Ficción histórica del petróleo en México” (2016) y “Argentum: vida y muerte tras las minas” (2019).