Luis Vielma Lobo* / para Energía a Debate
El mundo sigue viviendo tiempos de pandemia. La gente pensó que se había superado el peligro y una segunda ola ha comenzado, “rebrote” le llaman en Europa o “repunte” en América, incluyendo Estados Unidos y Canadá. Es obvio que la cotidianidad sigue afectada, nuestros hijos no pueden asistir a sus clases en sus escuelas y las empresas mantienen a su gente trabajando desde casa.
La industria petrolera ha intensificado sus políticas de prevención, resguardo y protección de los trabajadores para evitar nuevas infecciones, pero, aun así, este ciclo perverso de nuevos casos y muerte no se detiene, ni siquiera toma una tendencia clara de disminuir. Aunque reconocemos cuánto se ha avanzado en la efectividad y eficiencia del trabajo desde la casa, es muy difícil para las empresas en estas condiciones, explorar el panorama, mirar el horizonte y trazar un camino al futuro. Y justo este es el trabajo estratégico de la industria, incluyendo el pensamiento creativo que evalúe opciones y nuevos esquemas de trabajo, que permitan lograr competitividad en el futuro, en el contexto de esta pandemia que llegó para seguir presente en nuestras vidas.
En la industria petrolera el tema de la salud de los trabajadores siempre ha sido fundamental. Operaciones intensas como la perforación de un pozo, las pruebas de producción y el mantenimiento de las instalaciones, bien sean plataformas marinas o baterías en tierra, todas requieren actividades de equipos humanos, todas requieren minuciosa interacción diaria de diversas disciplinas profesionales.
Esta pandemia ha obligado a las empresas a retomar temas trascendentales para el futuro de la industria, tales como: la automatización de las operaciones, el desarrollo de campos inteligentes, la incorporación más acelerada de la inteligencia artificial, y la robótica para actividades y servicios transaccionales de cualquier tipo. También ha hecho que la seguridad del personal sea una prioridad aplicando la prevención, la incorporación de pruebas de Covid19, antes de incorporarlos a sus actividades, y también al asegurarles equipos de protección para evitar el contacto directo con sus colegas y compañeros de tarea.
Además de mantenerse lo más competitivas como les sea posible en este ambiente hostil, las empresas también tienen otros retos críticos asociados al tema de contaminación y la implementación efectiva de nuevas tecnologías y mejores prácticas para prevenirla, controlarla, mitigarla o eliminarla, tanto en las operaciones terrestres como marinas.
Los ecos de los grandes cuestionamientos ofensivos y depredadores que la industria de los hidrocarburos ha tenido en el pasado, vuelven nuevamente con críticas adicionales relacionadas con la poca importancia que se le ha dado a la captura del carbono, el elemento que más discusión ha tenido en los foros internacionales sobre el tema. ¿Cómo incrementar la captura de carbono? ¿Cómo hacerlo más eficiente, más operativo, mediante el secuestro del dióxido de carbono CO2, para competir como energías menos contaminantes o no contaminantes? ¿Por qué no se han acelerado este tipo de proyectos, dónde debe la industria llevar un rol de liderazgo?
El tema del alto nivel de contaminación que tiene el uso de energías fósiles convierte la captura del carbono a través del secuestro del CO2 en un proceso prioritario y también en una oportunidad para los países productores y transformadores de este commodity. Este pareciera ser uno de los mayores retos para la industria, y la opinión pública tiene la percepción que, hasta ahora, las empresas le han dado poca importancia, a pesar de los compromisos internacionales asumidos por los grandes países para combatir la contaminación del planeta.
No todos los países tienen políticas públicas que consideren el tema y lo regulen. Conocemos que Estados Unidos tiene una regulación muy importante que podría servir de guía para que otros países se decidan a tomar ventajas del tema de captura del carbono generado por las energías fósiles y convertirlo en una solución y oportunidad de ingresos, en lugar de verlo como algo que hasta ahora solo representa un riesgo.
A nivel de políticas públicas, el gobierno Estados Unidos ha utilizado el crédito fiscal como un incentivo cuando quiere promover iniciativas que no puede financiar directamente. Desde los temas sociales hasta los de investigación científica, todos reciben créditos fiscales para que puedan desarrollarse y compensar los programas que los gobiernos quieren impulsar.
En el año 2018 el Congreso de los Estados Unidos aprobó la actual ley relacionada con los créditos fiscales, fijando tarifas asociadas a los volúmenes de CO2 secuestrados, y también actualizó el código fiscal que puede utilizarse para obtener beneficios, cuando se reducen las emisiones de carbono, mediante el secuestro del CO2. Secuestro significa disponer de las emisiones del CO2 generadas en cualquier proceso que utilice hidrocarburos, para ser reinyectadas en el subsuelo, en formaciones – yacimientos impermeables – que hacen la función de tanques.
Este beneficio – entiéndase crédito fiscal – es accesible a aquellas empresas de energía, que producen y procesan hidrocarburos en refinerías y plantas petroquímicas. También está disponible para plantas eléctricas que usan diesel, combustóleo, o gas para la generación de electricidad.
Solo en Estados Unidos existen alrededor de 1500 plantas susceptibles de acceder a esta regulación, y una gran mayoría de ellas han tomado ventaja de esta, ayudando así en el tema de disminución de la contaminación ambiental y el impacto que esta tiene en el medio ambiente. También por lo que representa en términos de incentivos en sus hojas de balances. Los últimos estimados de emisión de CO2 de esas instalaciones superaron los 2500 millones de toneladas métricas, que representan cerca del 90% del total de las emisiones contaminantes de ese país.
No existe un estimado claro de la capacidad existente para capturar y secuestrar CO2 en estas instalaciones, pues el proceso requiere disponer de ductos para transportar el CO2 hasta los sitios donde pueda ser inyectado a las formaciones en el subsuelo. Sin duda, ayuda mucho en la materialización de estos proyectos si la inversión en instalaciones de apoyo para transporte e inyección del CO2 es baja. Esto ocurre cuando las plantas de procesamiento, bien sea – refinerías, petroquímicas o eléctricas – se encuentran ubicadas cerca de áreas cuyo subsuelo tenga las formaciones – yacimientos que permitan el almacenamiento de estos gases.
Se estima que hay unas 400 instalaciones ubicadas en los estados de Colorado, Texas y Louisiana, que tienen la infraestructura que les permite secuestrar alrededor de 360 millones de toneladas métricas de CO2 y de esta manera, podrían acceder al crédito fiscal respectivo. Pero hay un importante número de estas plantas que no se encuentran localizadas cerca de zonas de yacimientos con las características requeridas para el almacenamiento de estos gases, y en esos casos deben construirse instalaciones para su trasporte y disposición, lo cual incrementa las inversiones y costos y eso no hace económicos los proyectos para las empresas.
Las experiencias que ha tenido la región del Permian, en el centro de Texas, para recolectar el gas y así poder maximizar la producción de líquidos no convencionales, es un buen ejemplo de cómo podría hacerse para incrementar la capacidad de recolección y transporte de CO2, con criterios de coordinación regional, donde los gobiernos estatales, las empresas y los fondos o bancos, se complementen para llevar adelante estos proyectos de manera conjunta.
México, que ha dado prioridad a la explotación de los hidrocarburos, debe tomar estas lecciones aprendidas en la industria del vecino país del norte. El número de refinerías, plantas petroquímicas o similares y plantas eléctricas, constituyen una buena base, para dar los primeros pasos en este camino que representa un nuevo mapa que permitirá balancear la producción de energías fósiles y la reducción de emisiones de CO2 contaminantes, así como crear incentivos para las empresas que se registren en esta iniciativa que debe convertirse en ley.
(*) Luis Vielma Lobo, es Director General de CBMX Servicios de Ingeniería Petrolera, Director del Centro Integral de Desarrollo del Talento (CIDT) y presidente de la Fundación Chapopote, miembro del Colegio de Ingenieros Petroleros de México, Vicepresidente de Relaciones Internacionales de la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios, AMESPAC, colaborador de opinión en varios medios especializados en energía, conferencista invitado en eventos nacionales e internacionales del sector energético y autor de las novelas “Chapopote, Ficción histórica del petróleo en México” (2016) y “Argentum: vida y muerte tras las minas” (2019).