Luis Vielma Lobo* / para Energía a Debate
Estos tiempos borrascosos, volátiles y difíciles nos obligan a reflexionar sobre el liderazgo. Con pocas excepciones, el hemisferio occidental viene sufriendo de una crisis de ese recurso. Podemos contar con los dedos de una mano a aquellos líderes que cumplen a cabalidad el rol de “liderazgo integral”, comenzando por figuras políticas, incluyendo jefes de Estado, responsables de la administración de una nación y que responden más a ideologías, credos, y tesis populistas, mostrando muy pocos logros en lo concerniente a su tarea principal, la cual es promover el desarrollo del país y propiciar el mejoramiento de la calidad de vida de sus ciudadanos.
Una aceptada descripción de este tipo de liderazgo la propuso Stephen Covey quien lo plasmó en varios de sus libros. Partiendo de dicho concepto, pudiéramos resumir que el “liderazgo integral” tiene básicamente tres características: liderarse a sí mismo, liderar a otros, y obtener resultados.
Liderarse a sí mismo requiere una buena dosis de humildad, escucha empática, inspirar confianza y demostrar balance entre trabajo, vida pública y privada. La humildad es la cualidad que más valoran las personas en un individuo en su rol de líder. Este atributo no debe confundirse; humildad no representa miedo, o falta de capacidad o comunicación. Los líderes humildes son personas con visión de futuro y sobre todo se enfocan en apoyar a los demás. No necesitan validación externa. No necesitan tampoco el protagonismo. La humildad construye el carácter del individuo, todo lo contrario a la arrogancia que lo destruye, convirtiéndolas en personas inseguras, en muchos casos tóxicas y con baja autoestima. El líder humilde sabe escuchar. Esa es una de sus fortalezas: escuchar activamente.
En muchos dirigentes existe la tendencia a atropellar a la gente con sus propios argumentos en lugar de ofrecerles espacio para compartir sus ideas. Hay un dejo de arrogancia en este comportamiento. Los líderes genuinos aprenden a cerrar la boca para obligarse a escuchar. Cuando no se atiende con empatía aquello que la otra persona dice, se generan suposiciones a lo largo de la plática y la tendencia es a evaluar y retroalimentar, inclusive a aconsejar basado en la propia experiencia y no en aquello que se va desarrollando y descubriendo con el interlocutor.
Un buen líder no lo sabe todo, tiene un buen conocimiento de alguna disciplina o varias, pero no lo sabe todo. Y es allí donde se inicia el proceso de liderarse así mismo, mostrando la suficiente humildad para incluir a todos, escuchar mejor y darse el tiempo para reflexionar. Aún en tiempos de crisis el buen líder reflexiona, eso le ayuda a identificar y controlar sus emociones y tomar decisiones equilibradas.
Cuando revisamos la historia nos encontramos que muchos conflictos organizacionales y geopolíticos han sido causados por líderes arrogantes, o ignorantes, o por la presencia de ambos atributos; ese es el más peligroso y dañino de los liderazgos, como bien lo señalaba el profesor Myron Tribus, quien, en vida, fue experto en este tema, además de ser un respetado académico y experto comunicacional.
Liderar a otros requiere, además, buen carácter y la habilidad de generar conversaciones honestas y constructivas y abordar diálogos difíciles o incomodos. Los líderes inspiradores saben cuándo callar o cuando abordarlas porque, aunque difíciles, están conscientes que ellas pueden ser reveladoras y, en consecuencia, impactar la vida de aquellos con quienes se relacionan. Lo anterior es vital para obtener resultados. Requiere, también, asociar la visión compartida a una misión y propósito realista, lo cual es más claro de entender y, al mismo tiempo, permite alinear las ideas con las acciones y con las metas definidas que faciliten la medición de los resultados esperados. Lo primero es vital para lograr lo segundo.
Un aspecto fundamental en la conducta de un buen líder es que siempre encuentra espacio para revisar sus paradigmas. Paradigma significa “patrón” en griego, y el ser humano desarrolla patrones que muestra en sus comportamientos habituales. Por ello es necesario cuestionarse continuamente si las decisiones están influenciadas por las suposiciones derivadas de sus percepciones.
Un líder integral es, por encima de todo, ejemplo de balance en los aspectos de su vida personal y familiar, en el ámbito público y en el privado. Ese equilibrio entre el espacio laboral y la vida privada reafirma el carácter y ejemplifica aquello que la organización necesita y valora. La balanza de la relación trabajo-hogar es un reto continuo, pues los líderes realistas siempre buscarán la excelencia en sus tareas y resultados, pero jamás deberán olvidar que sus mayores retos y logros se encuentran en el ámbito familiar.
Un buen líder mide sus tiempos, los controla. Practica la lealtad -excelsa virtud- como principio, no como herramienta efectista. Cuando observa errores, los corrige, tomando las acciones necesarias. Hay errores que no acepta, porque están relacionados con sus valores, con la ética. En esos casos es inflexible porque la integridad no es negociable, se tiene o no. El buen líder comparte su visión y muestra pasión por ella. Sabe cómo articularla y convertirla en acciones para su implementación. Es en esta delicada tarea en donde radica el éxito de las decisiones que toma y le conducen a buenos resultados. Saben cuándo es el momento estratégico para seguir las acciones y establecer prioridades. Siempre tiene en mente la sabiduría del maestro italiano Vilfredo Pareto y su principio, la ley del “20/80“esto es que, en cualquier organización o institución, 20% de las acciones tomadas, generan 80% de los buenos resultados.
Un líder consciente de su rol trabaja con y para su equipo, y promueve su integración, impulsa la cultura de sinergias donde uno (1) + (1) no es igual a (2), sino que (1) y (1) es igual a (11). Este concepto le permite crear nuevos líderes, los descubre temprano y los prepara, capacita y reta continuamente, y les ofrece la mentoría necesaria y la mirada apreciativa para que crezcan y se desarrollen. Es parte de su legado a la organización, la cual, como parte de la visión, le confía su futuro. Si usted ya es líder, tiene una reputación con relación a los resultados que produce. Se ha preguntado, ¿qué clase de reputación tiene?
De modo que la reflexión final tiene que ver con la necesidad de auto evaluar continuamente la efectividad e impacto del liderazgo individual, de solicitar la opinión sincera y oportuna de los colaboradores inmediatos y, con la mente en la visión y misión de la organización, ajustar sus conductas para el beneficio colectivo, tanto en el ámbito privado como en el público. Solo así, con ese ejemplo, se riega la semilla en aquellos sobre quienes recaerá la responsabilidad de su liderazgo.
*) Luis Vielma Lobo, es Director General de CBMX Servicios de Ingeniería Petrolera, presidente de la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios Petroleros, AMESPAC; colaborador de opinión en varios medios especializados en energía y autor de varios libros.