Los ataques a gasoductos afectaron el suministro de combustibles y
dejaron clara la necesidad de reforzar los sistemas de transporte por ducto.
MIGUEL TAPIA VELASCO*
El pasado 10 de septiembre, debido a ataques premeditados de un grupo guerrillero a los gasoductos y oleoductos de Petróleos Mexicanos (Pemex), se dislocó el transporte de petróleo crudo y petrolíferos en el país. Se interrumpió el flujo de crudo a las refinerías de Tula y Salamanca, así como el suministro de gas natural a numerosas industrias. En el caso del gas licuado del petróleo (gas LP), se provocó la suspensión de operaciones del ducto Cactus-Guadalajara para el transporte de ese combustible desde la zona donde sucedieron los atentados, en Veracruz, y hasta su destino final en Jalisco.
Esta suspensión sometió a una difícil prueba a la cadena de distribución de gas LP, la cual vio dislocado su principal sistema de transporte hacia el centro y occidente del país, y tuvo que consumir sus inventarios para proseguir la distribución hacia los hogares y negocios de los consumidores.
Esto volvió a poner de manifiesto el delicado equilibrio que existe en el sistema de distribución de ese combustible, ya que las plantas distribuidoras cuentan a lo sumo con capacidad de almacenamiento para mantener la distribución durante tres días sin recibir producto de Pemex.
Aunque la paraestatal reaccionó rápidamente, reasignando los programas de entrega a los distribuidores hacia centros embarcadores no afectados por el cierre del ducto, la mayor distancia y tiempo necesario para abastecer las plantas originó que en muchos casos éstas se quedaran vacías durante varios días.
A manera de ejemplo, las plantas que abastecen el Valle de México reciben la mayoría de su producto de los centros embarcadores de Puebla, Tepeji del Río, Tula y Abasolo. Al salir de operaciones estos puntos de entrega, el gas tuvo que trasladarse desde puntos más distantes, como Matamoros, Manzanillo o Tierra Blanca.
El ajuste logístico implicó mover decenas de tractocamiones y remolques del centro del país a las zonas de abasto alterno. Los tiempos de recorrido se multiplicaron. El ciclo de operaciones de cada transporte pasó de algunas horas a ocupar días enteros, y el tiempo de arribo del gas a las plantas distribuidoras muchas veces no coincidió con el horario adecuado que permitiera el llenado de cilindros y autotanques en horarios compatibles con su entrega a los consumidores.
La demanda normal de gas LP en la zona centro se incrementó porque muchas industrias que vieron suspendido su abasto de gas natural, optaron por instalar sistemas de suministro emergente con gas LP, y para que el producto no faltara a los consumidores domésticos, las plantas distribuidoras racionaron el producto en entregas de pequeño volumen.
Esto causó necesariamente un segundo desajuste de la cadena, ya que empezó a difundirse el rumor, incluso en los medios escritos y electrónicos, de que no había gas suficiente. Iniciaron las “compras de pánico”, en las que los clientes buscaron llenar sus tanques, en vez de adquirir sólo el producto que requerían para su consumo normal.
Miles de entregas de gas a la población se retrasaron, y cuando se regularizó el abasto por parte de Pemex, 10 días después de los atentados, ya había tantos pedidos pendientes de surtir que la situación se normalizó hasta bien entrado el mes de octubre.
Bien puede decirse que los atentados a los ductos de Pemex en septiembre pusieron en jaque todo el sistema de distribución de energéticos en el país, a pesar de la rápida y eficaz capacidad de reacción de Pemex. Aunque la afectación fue mayor y más palpable en los casos del gas natural y del gas LP, también es un hecho que se causó tensión en los sistemas de abasto de gasolina y de generación de electricidad, ya que se afectó la producción de gasolina, se elevó su importación, y se tuvo que generar energía eléctrica con opciones diferentes al gas natural. Por fortuna, se pudo ir superando los problemas.
Resultó evidente que el país no está bien preparado para enfrentar este tipo de ataques a su infraestructura de transporte de energéticos. Por otra parte, se ha sabido, desde entonces y en respuesta a la amenaza, que las autoridades del sector ya preparan planes para robustecer y ampliar las redes de gas natural. Sin duda, se requieren acciones similares para el caso de otros combustibles también.
La lección nos deja claro que la cadena de distribución de gas LP hacia el centro de nuestro país tiene que reforzarse mediante acciones estratégicas que incrementen el inventario disponible en la región y la creación de sistemas de transporte por ducto que puedan complementar al ducto Cactus-Guadalajara. Será labor de nuestras autoridades establecer las líneas estratégicas que orienten la inversión pública y privada a esta tarea en los años por venir.
*Gerente general de Gas Metropolitano, empresa
distribuidora de gas LP (migueltapia@gasmetropolitano.com.mx ).