Estamos a punto de llegar al primer cuartil del siglo 21 y el mundo está inmerso en cambios tecnológicos, transiciones demográficas y energéticas, así como una fuerte tendencia al proteccionismo comercial. Las tensiones geopolíticas, los riesgos de guerras e inestabilidad política, regionales o locales, están siempre presentes. A estos avatares ahora se suman las amenazas de eventos climatológicos atípicos. Mientras tanto, los ciclos económicos se están redefiniendo en un entorno en el que las empresas se adaptan a invertir más para perseguir la transformación digital, así como para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
La transición energética global pasó a ser de una micro a una macrotendencia y actualmente mantiene un sólido avance en casi todo el planeta que, a su vez, muestra un sostenido crecimiento de la demanda por energía. Asimismo, la expansión de las energías renovables responde a la creciente presión para cumplir con las metas de reducción de emisiones de GEI acordadas internacionalmente que afectan las decisiones de gobiernos y de empresas.
Algunos de los logros y de las perspectivas factibles para el siguiente lustro son impactantes. Por ejemplo: a nivel global las expectativas de inversión en energías renovables se estiman ya en el doble que para las energías fósiles; se espera que la generación mundial de electricidad con energías limpias podrá superar la mitad del total en 2030, y la demanda pico por cada uno de los combustibles fósiles podría llegar antes de ese año. No obstante, el mundo entero todavía tiene que acelerar el paso para evitar una crisis climática global.
En la actualidad, se perciben tres tipos de escenarios en la literatura internacional para la transición energética. En el primero, de mantenerse las tendencias observadas, los objetivos planteados se incumplirían para la reducción de carbono a la atmósfera y las emisiones resultantes serían mayores a las que se tenían como metas. En un segundo tipo de escenario, la transición energética se aceleraría con un gran esfuerzo de los países que más se han rezagado, pero aun así no se cumplirían las metas establecidas. En un tercer tipo de escenario, se logra el objetivo NetZero para 2050, es decir, que la emisión adicional de carbono quedará neutralizada por emisiones de GEI retiradas de la atmósfera.
En los dos tipos de escenarios en los que se incumplen los objetivos, se espera un calentamiento global superior a lo que se había planteado como tolerable y los efectos sobre el bienestar de la población mundial serían adversos y altamente inciertos en su magnitud.
En los escenarios en los que no se logran las metas acordadas de reducción de emisiones de carbono a la atmósfera, es de esperarse que hacia 2050 la demanda por combustibles fósiles sea mayor. Sin embargo, aun en los escenarios en los que se alcanza el NetZero alrededor de la fecha acordada, puede haber importantes cambios en las demandas de los distintos combustibles fósiles.
Por ejemplo, una transición óptima podría implicar un rápido abandono del carbón mineral y de los combustibles líquidos para la generación eléctrica y en sustitución utilizar más gas natural en centrales de ciclo combinado. Ese tipo de escenarios podrían implicar la necesidad de mucho más comercio internacional de gas natural, tanto a través de ductos como de embarcaciones de GNL.
En cualquiera de los escenarios en los que se incumplen las metas de transición energética, la persistencia de diversos sectores y regiones a abandonar los combustibles fósiles y el gradual, pero sostenido crecimiento de la oferta de alternativas de energías renovables a menores precios, pueden generar eventos de volatilidad. Si a eso se le suma una mayor ocurrencia de desastres naturales climáticos y sus potenciales efectos en la oferta y demanda de hidrocarburos y carbón, la volatilidad de precios se agrava. En caso de que el mundo se alinee a cumplir con NetZero alrededor de 2050, las demandas y precios de los combustibles fósiles se reducirán hacia nuevos niveles de equilibrio, sin que se puedan descartar eventos agudos de volatilidad de precios.
En todo el mundo se requiere usar la tecnología de mejor manera para permitir que los sectores energéticos y las actividades de mayor consumo, como la industrial y vehicular, puedan transitar de forma más eficiente hacia energías limpias. Un ejemplo claro es el de las grandes baterías conectadas a las redes de transmisión eléctrica. Su mayor uso permite tener una mayor proporción de generación de renovables con intermitencias. El costo de las baterías de litio ha venido reduciéndose gracias a avances de ingeniería y adicionalmente comienzan a vislumbrarse alternativas con baterías de sodio, almacenamientos de agua e, incluso, compresión y descompresión de CO2.
“En todo el mundo se requiere usar la tecnología de mejor manera para permitir que los sectores energéticos y las actividades de mayor consumo, como la industrial y vehicular, puedan transitar de forma más eficiente hacia energías limpias”.
En este contexto es en el que una política energética para México deberá definirse y ejecutarse. Lo que hasta ahora sabemos de dicha política es que se encuentra en una etapa incipiente de propuestas que pueden adecuar o no al país a ser líder o, por el contrario, a continuar rezagado en la transición energética global.
Liderar la transición a través de las empresas del Estado que conservan una visión de soberanía energética aún ligada a la propiedad del petróleo y a su refinación parece complicado. Lo anterior, dada la situación financiera y operativa que muestran en la actualidad dichas empresas, a la rentabilidad que requieren de sus nuevos proyectos para retener utilidades a fin de crecer de manera orgánica, y que la visión de soberanía las enfoca en cuestiones distintas a la rentabilidad y la transición.
A esto se suma otro de los elementos de la política energética, reducir el escaso grado la separación que existía entre los reguladores del sector energía y las autoridades, que también parece entorpecer la posibilidad de que el sector privado actúe de manera significativa en las cuantiosas inversiones que requiere el país en el sector.
Al formular e implementar la política energética para las próximas décadas hay que tener en consideración que en el entorno actual mundial los riesgos de volatilidad de precios continuarán muy altos. Más allá de si quienes deban realizar las inversiones sean las empresas del Estado o las privadas, las que tomen la batuta de los proyectos requerirán sortear eventos de volatilidad de precios con mayores aportaciones de capital propio, con mayores proporciones de capital de trabajo, así como con estrategias financieras con mayores coberturas.
*/ Javier Estrada, socio director de Analítica Energética SC, economista, 40 años de experiencia en el sector energético internacional, ex comisionado de la CRE y CNH.
David Madero, socio director de Simplificado Punto SC, economista, 30 años de experiencia en el sector público energía y financiero, ex Director General de CENAGAS.
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