– ¿Riesgo?… ¿eso con qué se come? –
Bienvenido.
Mire usted; se me ocurrió que dedicar unas letras a la gestión de riesgos está bien y no solo por los desastres, sino porque prácticamente todo lo que hacemos en la vida tiene un elemento “riesgoso”. Además, gestionar riesgos es algo que todos hacemos todos los días, aún sin darnos cuenta… es naturaleza humana, vamos.
Pero el tema es largo y no cabe en una sola entrega. La idea de la serie, como se imagina usted, es visitar los conceptos básicos para ponernos de acuerdo sobre por qué es complicado, cómo se hace, por qué a veces funciona y a veces no. Sé que este no es un tema nuevo para muchos y el fin último es aportar ideas y -por qué no- a la discusión también.
Empecemos por el principio. No todos los riesgos tienen el mismo origen, ni los mismos efectos, aunque sean la misma cosa. Mientras la lluvia de verano no es problema para una ciudad que está en la cima de una montaña, la misma lluvia puede ser un problema serio si esa ciudad está al pie de la misma montaña. Es una cuestión de cómo se percibe el riesgo, que es el condicionante principal para la gestión.
” Es una cuestión de cómo se percibe el riesgo, que es el condicionante principal para la gestión”.
La historia está llena de desastres naturales. Existen cientos de registros que nos cuentan sobre momentos en los que las cosas se pusieron muy feas para las personas que vivían en ciertos lugares. Erupciones volcánicas, tsunamis, inundaciones, sismos, huracanes, olas de calor… Mamá Naturaleza parece tener formas muy distintas de recordarnos que, cuando se trata de demostrar quién es más fuerte, ella gana y gana siempre. Así de poderosa es.
Luego están los desastres “no muy naturales que digamos”, que son los que causa el hombre mismo, normalmente por hacer las cosas al revés en algún momento. Explosiones, inundaciones, contaminación, envenenamientos masivos y otras lindezas provenientes casi en su totalidad de las diferentes industrias que hay por ahí. Estos son relativamente fáciles de gestionar porque normalmente se trata de tener todo bien controlado para que -en un mundo ideal- las cosas malas simplemente no sucedan, y si suceden, no terminen tan mal. Claro que de sueños vive el hombre, pero la idea suena bien ¿no?
Y además hay otros desastres que no son tan evidentes “al ojo”, pero que pueden afectar de forma muy significativa cosas como economías, mercados, sectores y otras cosas en el rubro de “intangibles”. Estos son bastante más comunes de lo que parecen, pero son más difíciles de percibir y de controlar porque los efectos se pueden “disfrazar” un rato, aunque invariablemente terminan por causar crisis -de niveles distintos, pero al fin crisis. Pensemos en las famosas burbujas inmobiliarias, o en el crack de 1929 que resultó en “la gran depresión”.
Así que, para dar contexto, hay algunas conclusiones a priori, a manera de adelanto de lo que veremos en las siguientes entregas:
Primero, aunque en gestión de riesgos siempre hay “asegunes”, la verdad absoluta es que -venga de donde venga- el riesgo es riesgo. Y los riesgos o se gestionan bien, o terminan generando problemas. Muchos, grandes, serios, densos e inacabables problemas.
Luego, en todos los casos -o por lo menos en la inmensa mayoría- la gestión de riesgos implica investigación, análisis, cuantificación, preparación, planeación y previsión. Todo esto es un trabajo descomunal, pero absolutamente necesario para asegurar que la respuesta a las crisis es la más efectiva porque a la hora de los cocos -y siempre llega la hora de los cocos- sin estos elementos, la respuesta puede ser muy mala, e incluso no ser.
Y hay que hablar de la recuperación, que debe ser siempre “a mejor”, y que es también parte del ciclo de gestión de riesgos, porque pensar en que “nunca pasa nada” normalmente implica que alguien está pensando que “así estamos bien” … y eso es un error, uno muy grande.
Finalmente -y resumiendo mucho- la idea que rodea la gestión de riesgos es que la hora de los cocos no sea nunca tan terrible que no sepamos qué hacer con ella.
Nos vemos en la próxima.