A lo largo de los últimos meses, y especialmente desde la publicación de la nueva estrategia del sector eléctrico allá por noviembre de 2024, se ha venido generando una serie de anuncios, publicaciones y aprobaciones de diferentes estrategias, planes y leyes que han sacudido al sector eléctrico –y energético en general– creando expectación y desencanto a partes iguales.
Este torrente de iniciativas ha venido seguido de un tsunami de análisis, foros, webinarios y mesas de debate donde se ha tratado de desmenuzar las implicaciones del nuevo marco normativo y donde, a juicio de quien escribe estas líneas, una conclusión ha destacado por encima de todas: “devil will be in the details”.
Quizá por un efecto de “deformación profesional”, por el cual me considero afectado, el debate se ha centrado principalmente en si el Estado y la iniciativa privada tendrán más o menos peso o participación, y cómo afectará esto a la consecución de las necesarias e inaplazables inversiones que se deben acometer en todas las actividades integrantes del sector, no solo desde el punto de vista de cumplimiento de objetivos medioambientales, sino especialmente para responder a una realidad incontestable: somos un ávido consumidor de electricidad que se mueve hacia una dependencia que podríamos calificar de adictiva.
54/46 parece ser una especie de nueva proporción áurea que nos resolverá los problemas que enfrentamos y, sobre todo, que dejará pastel suficiente para mantenernos satisfechos a todos los que tradicionalmente jugamos este juego.
Sin embargo, las preguntas que a mi juicio deberíamos tratar de responder bien podrían estar planteadas por cualquier consumidor de energía, desde el usuario doméstico hasta el industrial más intensivo energéticamente hablando. Y se resumen en tres cuestiones, enumeradas deliberadamente por orden de importancia: 1. Confiabilidad del suministro, 2. Precio de la energía y 3. Grado de descarbonización.
Aunque los que formamos parte del sector nos empeñemos, en ocasiones, en verlo de otra manera, los atributos que hacen atractivo al kWh no son su bandera, su código postal, su clase mundial o su TIR. Son precisamente aquellos que demanda el consumidor: confiable, competitivo, y sostenible. De ellos depende buena parte de nuestro éxito como país.
“Los atributos que hacen atractivo al kWh no son su bandera, su código postal, su clase mundial o su TIR”.
Frente a la expectación y la decepción percibidas en los últimos tiempos, una humilde recomendación: reglas claras, transparencia y poco más… ¡Hay pastel para todos!

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*/ Francisco González Romero es un reconocido experto en el sector energético, con más de 15 años de amplia experiencia internacional en eficiencia energética y sostenibilidad, mercados y regulación energética, energías renovables, centrales y redes eléctricas, finanzas sostenibles y economía circular. Ha desempeñado diferentes posiciones, tanto operativas como directivas, en México, España y República Dominicana, en empresas de servicios energéticos, epecistas e ingenierías especializadas. Actualmente es socio consultor en la firma Efictalia Transición Energética.
Es Ingeniero de Minas con especialidad en Energía y Maestro en Ciencia y Tecnología de Materiales por la Universidad de Oviedo en España. Posee un Executive MBA por el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE) de México. Es miembro y ha sido certificado por la Association of Energy Engineers (AEE). Asimismo, es profesor visitante de la Universidad de Oviedo en España, donde ha impartido formación en energías renovables y valorización energética de residuos. También ha impartido formación en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) en República Dominicana, en el primer diplomado en eficiencia energética en el país.
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