Derivado del proceso de globalización que hemos venido experimentado desde hace ya unos años, la construcción en torno a lo que representan particularmente las empresas ha detonado reflexiones sobre la definición de nuevos roles por parte de estas. En ese sentido, tal como menciona Kirschner (2006)[1], una empresa ya no se limita a administrar recursos económicos, técnicos y humanos, sino que le corresponden la creación y el desarrollo permanente de nuevos recursos y así poder hacer frente a otro tipo de necesidades, tales como del cuidado del ambiente, el crecimiento de la economía y el respeto de los derechos humanos.
Ante esta situación, a nivel internacional se han desarrollado normas, guías, directrices y demás documentos que fungen como pauta y muestra de mejores prácticas en distintos ámbitos, que abarcan desde temas sociales hasta económicos y ambientales.
Hablando específicamente del desempeño social, resulta interesante analizar la manera en que se han realizado históricamente las inversiones sociales. Se observa que la tendencia en el pasado incluía prácticas de inversión social en forma de donaciones filantrópicas, prácticas ad hoc o enfocadas a reaccionar a los requerimientos de la o las comunidades a medida que van surgiendo, por mencionar algunas. Algunos aspectos que podemos destacar que contribuyen a inversiones sociales de bajo desempeño incluyen no solo la falta de comprensión del contexto social local, sino también la falta de criterios claros y de un enfoque en la creación de capacidades en las localidades.
Considerando lo anterior, resulta imperante cuestionarnos si esta forma es realmente la mejor para ejecutar una inversión social. Desde mi perspectiva, la tendencia pasada de inversión social puede ser mejorada. Incluso, tiene que evolucionar. Es preciso entonces comenzar a visualizar la inversión social de manera estratégica.
De acuerdo con la Corporación Financiera Internacional (CFI), la inversión estratégica consiste en “contribuciones o acciones voluntarias de las compañías, para ayudar a las comunidades localizadas en sus áreas de operación, a direccionar sus prioridades de desarrollo, y aprovechar las oportunidades creadas por la inversión privada, por vías que son sostenibles y que respaldan los objetivos del negocio”. Ante esta definición, vale la pena hacer hincapié en que la inversión social no se debe confundir con las responsabilidades de las compañías para mitigar o compensar los impactos ambientales y sociales derivados de sus actividades.
En los lentes de la inversión estratégica, el fin último contempla la ejecución de mejoras que perduren, así como la creación de valor tanto para las compañías como para las comunidades y, a su vez, que se reduzcan los riesgos e incrementen la ventaja competitiva de las mismas.
“El fin último contempla la ejecución de mejoras que perduren, así como la creación de valor tanto para las compañías como para las comunidades”.
Para lograr lo anterior, de acuerdo con la CFI (2010)[2], la inversión estratégica contempla cinco elementos: estrategia, alineamiento interno y externo, alianzas que involucran a todos los grupos de interés local, sostenibilidad y medición de resultados.
Adicionalmente, la buena ejecución de una inversión estratégica hoy día trae múltiples beneficios como, por ejemplo, cada vez son vistas como sinónimos de una administración empresarial eficiente y, además, el relacionamiento comunitario resulta en una verdadera creación de valor compartido.
Para concluir, considerando las lecciones y aprendizajes del pasado, estamos en un tiempo donde romper patrones y viejos modos de pensar son necesarios para seguir posicionándose y alcanzar los discursos de creación de valor a través de la adopción de nuevos enfoques y nuevas formas de integrar a los distintos grupos de interés. Es momento de rupturas de paradigmas empresariales.
Notas:
[1] Kirschner, A. (2006). La responsabilidad social de la empresa. Disponible en: https://nuso.org/articulo/la-responsabilidad-social-de-la-empresa/. Consultado febrero 2023.
[2]International Finance Corporation. (2010). Strategic community investment: A good practice handbook for companies doing business in emerging markets. World Bank.
*/ Fátima Jiménez es ingeniera ambiental y actualmente colabora en Braskem Idesa. Su experiencia y conocimientos se han dirigido al sector energético, principalmente en los segmentos de upstream, midstream y renovables (eólica, solar). Cuenta con un amplio conocimiento de la legislación ambiental y social actual, así como de diversos estándares internacionales, permitiéndole identificar las áreas estratégicas en cuanto al cumplimiento que debe tener un determinado proyecto para tener éxito y lograr un modelo sustentable.
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