Recuerdo con precisión la primera clase que impartí en el CIDE en 2009. Un joven, que además era el mejor promedio de su generación, entró al salón con una banda del SME que le rodeaba el brazo derecho. Su manifestación simbólica llamó mi atención pero decidí no hacerla notar. Era un curso de Derecho Administrativo, no una marcha por Paseo de la Reforma.
No tuve suerte porque, cuando tocó explicar la naturaleza jurídica de Pemex, el aire se convirtió en gas natural. Con que saltara una chispa más, volaría en salón. “Pachas”, como era conocido por todos, abogó por la función social de Pemex, por su sacrificio inagotable en nombre de la Nación. Casi, casi clamó que Pemex moría por nuestros pecados. Luego, inevitablemente, saltó la chispa y el salón voló. Las pasiones sobre la función de Pemex se derramaron como el crudo sobre el Golfo. Y todo por tratar de discutir si Pemex debería continuar como organismo descentralizado.
Sin encono, pero con la intensidad que lo caracterizaba, el Pachas me interceptó a la salida para seguir la discusión. Le dije que podíamos continuarla siempre y cuando fuera con conocimiento de causa. Al día siguiente nos reunimos en mi cubículo para intercambiar lecturas. Él me dio unos libros de la Fundación Colosio y yo otros, sin tanto cintillo político. Lo curioso es que, a los pocos días, el Pachas se convirtió en mi asistente de investigación y lo fue por varios años. Hicimos un pacto: se valía estar en desacuerdo siempre y cuando fuera sobre una base de respeto y cortesía. Los dos incumplimos puesto que muchas, muchas veces discutimos encarnizadamente y a gritos sobre para dónde tendría que ir el sector: si hacia el Estado o el Mercado. Pero, a pesar de ser rijosos, solo un impedimento administrativo cortó nuestra relación de investigadora-asistente. Irónicamente, al terminar la carrera, el Pachas se movió más a la derecha –inclusive más que yo. Pero no fue ni por aleccionamiento mío ni de nadie. Por su ambiente plural, en el CIDE todos piensan según dicten sus conocimientos y convicciones.
“La Energía de los Jóvenes del CIDE: no se destruye, solo se transforma”.
Pasaron los años y hubo otros asistentes de investigación inolvidables: Jacky, Chema, Omar. Ninguno pensaba igual. Todos tenían la capacidad de pintar el mundo con matices. En el salón de clases no había sesión en que cada uno de los alumnos no se expresara conforme a sus convicciones. La única regla inamovible era que toda idea tenía que venir de la cabeza y no de las tripas. Y el seso tenía que haber recibido información de libros, artículos y algunas películas. Todos sabían: quien no hubiera cumplido con la regla férrea de haber leído para contribuir a la sesión, sería expulsado violentamente del salón. Tenían que leer para contrastar ideas, con las de sus profesores, o con las de sus compañeros. Todo se valía, salvo no leer.
Sin poder decir que el CIDE ha sido una máquina de capital humano para el sector energético, puesto que es minúsculo, podría firmar con sangre que el sector energético necesita jóvenes como ellos, (y ya sé que repudiarán mi resistencia a utilizar lenguaje inclusivo en esta columna).
La energía en México requiere de chavos como mis chavos: valientes, pensantes, arrojados, combativos –hasta un poco engreídos. Los jóvenes del CIDE son difíciles y el sector energético no es para almas frágiles.
Mentira que el CIDE sea una cuna de liberales. Mentira que los CIDEitas sean cortados con la misma tijera. Como ya he expresado, lo difícil de enseñar ahí es que sus alumnos son retadores, demandantes y diferentes entre ellos. Según consta en mis evaluaciones, no había manera alguna de quedar bien con todos. “Malo si sí, malo si no, ni pregunten.”
Tal vez por eso quieran alinearlos hasta acabar con su espíritu libre y plural. Mala tarde a sus adversarios: la energía de los jóvenes del CIDE, no se destruye, solo se transforma.