El 16 de octubre de 2019, Carlos Romero Deschamps presentó su renuncia como Secretario General del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) tras 26 años de haber permanecido en el cargo. Convertido el sindicato petrolero en la organización icónica del corporativismo que durante décadas ha caracterizado a las relaciones laborales en nuestro país, la renuncia de su dirigente provocó grandes expectativas, ya que se dio en el marco de una reforma laboral que, así haya sido por presiones externas, busca democratizar la vida sindical mexicana.
La renuncia del dirigente petrolero estableció una coyuntura concreta para que el primer gobierno de izquierda mostrara si tiene la voluntad de minar las bases estructurales del corporativismo o si, por el contrario, buscaría (como lo hicieron los dos gobiernos panistas de inicio de siglo) refuncionalizarlo en nombre de la “estabilidad del mundo laboral”.
“Fueron los trabajadores petroleros, aglutinados en el sindicato, quienes hicieron posible que la naciente Pemex pudiera arrancar y operar”.
Vale la pena recordar que en sus orígenes el STPRM fue un sindicato muy combativo, con gran influencia del Partido Comunista Mexicano. Fueron los trabajadores petroleros, aglutinados en el sindicato, quienes hicieron posible que la naciente Pemex pudiera arrancar y operar. De hecho, a la primera etapa de vida de nuestra petrolera se le suele denominar como el período de la “Administración Obrera de Pemex”, una especie de Soviet tropical, literalmente hablando. A pesar del trascendente papel del sindicato durante los primeros años de Pemex, el primer contrato colectivo de trabajo entre la petrolera y el sindicato se firmó hasta mayo de 1942, gracias a la movilización constante de los trabajadores.
Con el tiempo y una que otra acción represiva del Estado, la democracia interna, combatividad e independencia del STPRM sucumbieron ante el férreo corporativismo que se instaló como el rasgo fundamental de las relaciones laborales en México, aunque todavía en septiembre de 1958, dirigentes cercanos al PCM ganaron la dirección de las secciones 34 (oficinas centrales) y 35 (refinería de Azcapotzalco). Sin embargo, ya desde entonces las sucesivas direcciones nacionales se habían alineado políticamente con el Partido Revolucionario Institucional, si bien durante años preservaron un mecanismo rotatorio para designar al Secretario General. El liderazgo formal se turnaba entre las direcciones de las secciones locales de Ciudad Madero, Minatitlán y Poza Rica. Este esquema se terminó con la llegada de Carlos Romero Deschamps, quien sucedió a Sebastián Guzmán Cabrera (líder de la Sección 10 de Minatitlán), entronizado como dirigente por el gobierno de Carlos Salinas, una vez defenestrado y encarcelado Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”.
Ahora bien, la evolución de sindicato independiente y de clase, a instrumento gremial de control político, no fue un fenómeno privativo del sindicato petrolero. No sin resistencias y luchas épicas, como las encabezadas por Valentín Campa y Demetrio Vallejo en el gremio ferrocarrilero, pero el corporativismo terminó por consolidarse en la vida sindical mexicana. El resultado es que, salvo contadas excepciones, durante décadas y a diferencia de lo que ocurre en otros países, sobre todo europeos, ni el Estado ni la burguesía han tenido que lidiar con sindicatos de industria democráticos, independientes y de clase. El corporativismo implica la inhibición, o aún la supresión artificial, de la conflictividad social inherente a las relaciones laborales. Es por ello que el proceso de renovación de las dirigencias locales y nacional del STPRM ha sido muy relevante para el futuro del sindicalismo mexicano.
Aunque pareciera que los resultados no llenaron las expectativas de la disidencia petrolera, dadas las condiciones en las que se desarrollaron las elecciones, lo obtenido por quienes no pertenecen al grupo dominante no es nada despreciable. Más allá del casi 30% obtenido por los ¡24! candidatos rivales del ganador, lo significativo son las seis secciones locales ganadas por la disidencia (Reynosa, Cadereyta, Cerro Azul, Naranjos, Veracruz y Coatzacoalcos) y haber forzado a que se repitan las elecciones en cuatro secciones más (Minatitlán, Ciudad de México, Salina Cruz y Ciudad del Carmen). Con esa base material y substituyendo el voluntarismo por una adecuada estrategia unitaria, combinada con una efectiva gestión de los liderazgos obtenidos, las elecciones de 2024 pueden resultar mucho más parejas. Ni Roma ni los movimientos sociales se construyen en un día.