Luis Vielma Lobo* / para Energía a Debate
El pasado 23 de agosto el Instituto Mexicano del Petróleo alcanzó los 55 años de existencia. Son más de cinco décadas apoyando la investigación, el desarrollo de tecnologías y dando servicios de apoyo técnico a la empresa petrolera nacional, Pemex, y también a otras empresas e instituciones, tanto en México como fuera de sus fronteras.
Entender el valor que esta institución ha tenido para la industria petrolera y para el país, pasa por entender el valor que la investigación científica representa para la evolución de la humanidad.
Desde la perforación del primer pozo petrolero por el coronel Drake en Titusville, Pennsylvania en 1859, hasta nuestros días, la industria petrolera a nivel mundial, siempre ha prestado especial atención a la importancia de la investigación como fuente de desarrollo, crecimiento y expansión.
Inicialmente las empresas operadoras fueron abriendo el camino de la investigación para poder enfrentar los retos que las tareas de exploración y el ejercicio de perforación de pozos demandaban. La Shell Royal Dutch y la Standard Oil (Exxon) fueron las empresas pioneras en Investigación y Desarrollo (RD), a finales del siglo XIX (1895), y en las primeras dos décadas del siglo XX (hasta 1929), en sus instalaciones de Delft-Ámsterdam (Holanda) y New Jersey-Louisiana (Estados Unidos), antes de que Houston se convirtiera en el centro de investigación petrolera del mundo en la década de los años 30.
Existen varias características de la industria petrolera que hacen a la tecnología una palanca de valor. Entre ellas destaca la diversidad y amplitud de su cadena del negocio, que requiere diferentes tecnologías dependiendo de la necesidad específica de cada proceso. Desde el registro de sísmica e interpretación geofísica en exploración, la simulación de yacimientos, caracterización y recuperación mejorada en explotación, los sistemas artificiales para mejorar la productividad de los pozos en producción, hasta la construcción de instalaciones submarinas y contenedores para pruebas de pozos y almacenamiento de crudo en aguas profundas, cada uno de ellos son segmentos que representan una continua demanda de tecnología.
Por esta razón, la tecnología es tan importante en la industria de los hidrocarburos, y conjuntamente con la inversión, la seguridad y el ambiente representa uno de sus pilares, y de allí la correlación que existe entre los ingresos de las empresas y su inversión en investigación, misma que está directamente relacionada a la creación de valor. Esto ha sido entendido por las empresas privadas internacionales desde hace mucho tiempo, y por algunas empresas nacionales después. La investigación para estas empresas es un tema de competitividad y supervivencia.
Hasta finales de la década de los años 70 la industria petrolera fue líder en la inversión en tecnología, como consecuencia de la expansión de las actividades de las empresas privadas de Estados Unidos y Europa hacia otros países, incluyendo Latinoamérica, Asia y el Medio Oriente. Esta actividad demandó inversiones importantes en tecnología para tener el mejor entendimiento de los sistemas petroleros – roca madre, roca almacén y trampa –, la física de los yacimientos, sus mecanismos de desplazamiento y la relación entre los fluidos y las rocas, en esas regiones.
Las grandes empresas de servicio se dieron cuenta de la ventaja competitiva que les podía brindar como negocio el desarrollo de tecnología desde la década de los años 60, e inician su participación muy activa, adquiriendo pequeñas empresas boutique especializadas en el desarrollo de productos y las convierten en sus laboratorios de I&D.
La manufactura de barrenas para la perforación de pozos es un buen ejemplo de este tema, pues al pasar a manos de las grandes empresas de servicio, se desata una competencia importante entre ellas para introducir cambios significativos, al desarrollar tipos de barrenas especializadas por tipo de formación, buscando mejorar la eficiencia en la perforación y la velocidad de la misma. De manera similar ocurrió con los sistemas de levantamiento artificial, donde las empresas desarrollaron opciones adaptadas a las necesidades específicas de los yacimientos, en función de su estado en su curva de vida.
No obstante; a partir de los años 80 la volatilidad del mercado y el impacto en los precios, afectados por la situación geopolítica del Medio Oriente, ocasionaron que la inversión en tecnología perdiera esa tendencia creciente y continua que mantenía para mejorar procesos e incrementar la creación de valor. Ya a partir de los años 90 se notó una importante reducción de la inversión en I&D en varias de las 11 empresas que lideraban la implementación continua de tecnologías de punta.
También desde la década de los años 60, las empresas nacionales decidieron apuntalar sus operaciones con el apoyo de institutos de I&D para desarrollar tecnologías propias, atendiendo las realidades de sus cuencas, regiones, características y propiedades del subsuelo. Es así como nacen el IMP en México, el Cempes en Brasil, y el Intevep en Venezuela, entre otros. Estos institutos se convirtieron en semilleros para la preparación de científicos y técnicos muy especializados, principalmente geocientíficos, ingenieros petroleros, físicos, químicos y matemáticos, utilizando para ello la investigación básica y aplicada en proyectos de las diferentes cuencas de sus países.
Las primeras aportaciones del IMP a la empresa nacional estuvieron relacionadas con el procesamiento e interpretación de registros geofísicos, la caracterización estática de yacimientos carbonatados, una característica muy particular del subsuelo mexicano. Posteriormente estructuró una sólida capacidad en la ingeniería de proyectos, para participar en el diseño y construcción de plantas en refinación y petroquímica.
También dio sus primeros pasos para ofertar servicios técnicos en países petroleros como Venezuela, Brasil, Ecuador y Argentina, con base en las patentes desarrolladas, ampliando su oferta de servicios.
Al igual que todas las empresas del sector, el IMP enfrenta ahora un nuevo reto como consecuencia de los cambios en el entorno internacional, los efectos de la pandemia y los ajustes en la demanda de hidrocarburos a nivel mundial, así como por las realidades en el sector energético de país, asociadas a Pemex y a las demás empresas operando en el territorio.
Pero, como ha ocurrido en otros momentos históricos de la industria, los desafíos siempre representan oportunidades y ese debe ser un axioma que el instituto debe considerar. Su visión debe ampliarse más allá de las fronteras de las energías fósiles y convertirse en el centro de excelencia para apuntalar el desarrollo de las energías alternas. Para ello cuenta con una amplia base de talento que le brinda la flexibilidad para ir ajustando su misión.
Este medio siglo y un lustro de experiencia le han permitido al Instituto Mexicano del Petróleo construir una importante infraestructura física y desarrollar el talento que puede ser la base para su transformación. El reto de esta institución del saber energético del país, es ahora trazar la línea base que le permita encaminarse hacia la próxima década, fortaleciendo ese liderazgo técnico que tan meritoriamente se ha ganado, gracias a una alta dirección comprometida con su gente y con el país.
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(*) Luis Vielma Lobo, es Director General de CBMX Servicios de Ingeniería Petrolera, Director del Centro Integral de Desarrollo del Talento (CIDT) y presidente de la Fundación Chapopote, miembro del Colegio de Ingenieros de México, Vicepresidente de Relaciones Internacionales de la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios, AMESPAC, colaborador de opinión en varios medios especializados en energía, conferencista invitado en eventos nacionales e internacionales del sector energético y autor de las novelas “Chapopote, Ficción histórica del petróleo en México” (2016) y “Argentum: vida y muerte tras las minas” (2019).