Hablar de energía hoy es hablar del futuro de la economía, de la competitividad y de la estabilidad climática. El World Energy Outlook 2025 (Perspectivas energéticas mundiales 2025, en español) ofrece una fotografía clara: el mundo avanza hacia energías más limpias, pero no a la velocidad necesaria para limitar el calentamiento global a 1.5°C. La demanda crece más lentamente, pero sigue creciendo, y las emisiones continúan aumentando. Con las políticas actuales, solo comenzarían a descender hasta los primeros años de la década de 2030. No es una señal de fracaso. Es un recordatorio de que el impulso actual es insuficiente y de que los países deben decidir si quieren protagonizar el cambio o enfrentar sus consecuencias.
La composición de la oferta energética también está cambiando. Las renovables ya lideran la expansión global y explican más del 80 % de la nueva capacidad eléctrica instalada. La solar, la eólica y el almacenamiento son las tecnologías que marcan el ritmo. El carbón entra en declive y el petróleo comienza a estabilizarse. Sin embargo, el sistema energético mundial mantiene una profunda dependencia de combustibles fósiles. La industria pesada, la petroquímica y el transporte de carga siguen anclados al petróleo y al gas. Las renovables avanzan, pero aún no sustituyen por completo los pilares del consumo global.
Otro aspecto relevante es el desplazamiento del centro de gravedad energético. Asia y América Latina ganan peso, aunque por razones distintas. En Asia se concentra la mayor demanda eléctrica y la manufactura de tecnologías limpias. En América Latina, las renovables ya son una realidad consolidada y explican casi toda la capacidad nueva instalada. Aun así, la región arrastra dos retos persistentes: la falta de redes modernas que permitan integrar más energía limpia y la dependencia del petróleo en transporte. La transición avanza, pero lo hace de manera desigual.
México participa en dos dinámicas simultáneas. Forma parte de América del Norte, el mercado energético más competitivo del mundo, con acceso a gas natural de bajo costo y una infraestructura integrada. También pertenece a Latinoamérica, una región con liderazgo renovable, pero con rezagos en redes y almacenamiento.
El WEO 2025 muestra esa dualidad. México tiene uno de los mayores potenciales de biomasa y biogás de la región, impulsado por sus residuos agrícolas, pecuarios y urbanos. En 2024, cerca del 8 % de los autobuses vendidos en el país fueron eléctricos, una de las tasas más altas de América Latina. Sin embargo, el sistema energético mexicano sigue profundamente sustentado en combustibles fósiles, especialmente en el transporte. La expansión renovable, un campo donde México fue referente regional, atraviesa un periodo de estancamiento que limita su competitividad futura.
Esto no es una condena. Es una advertencia que llega a tiempo y que abre una oportunidad excepcional. México tiene lo que muchos países no: sol, viento, biomasa, gas natural, talento técnico y una ubicación estratégica que lo conecta con los mercados más dinámicos del mundo.
La pregunta real es qué falta para dar el siguiente paso. La respuesta es una visión que combine certidumbre regulatoria, inversión sostenida y modernización de redes eléctricas. La energía ya no es un sector aislado. Es la plataforma que sostiene el desarrollo industrial, la innovación tecnológica, la relocalización de cadenas de valor y la competitividad internacional.
El mundo avanza. A veces con pausas, pero avanza. México puede dejarse llevar por la inercia o colocarse al frente de una transición que no solo reduce emisiones, sino que genera empleos, fortalece la industria, impulsa el nearshoring y mejora el bienestar. El WEO 2025 deja una idea central. La transición energética no es una obligación ambiental. Es una estrategia económica. Y México está a tiempo de asumirla.
“México puede dejarse llevar por la inercia o colocarse al frente de una transición que no solo reduce emisiones, sino que genera empleos, fortalece la industria, impulsa el nearshoring y mejora el bienestar”.
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