(Escuche esta colaboración en el podcast de Víctor Ramírez aquí)
La semana pasada se presentó el Plan Nacional de Energía en la parte correspondiente a electricidad. El plan trasciende, ya que mucho de lo que puede crecer o dejar de crecer el país depende de tener o no energía eléctrica y más de origen limpio para el establecimiento de empresas con compromisos corporativos de lucha contra el cambio climático.
Más allá de análisis puntuales, que vale la pena hacer y que procuraré realizar en las siguientes semanas, quisiera tener un primer acercamiento al Plan, resaltando un clásico agregado: Lo bueno, lo malo y lo feo, pero también lo bonito y las dudas.
Lo bueno.
A diferencia del sexenio pasado en que se usó cualquier pretexto para frenar la inversión privada, ahora hay una aceptación tácita de la necesidad del dinero privado y se intentan generar mecanismos para permitir mayor inversión. Entre otros mecanismos, se mantiene el mercado eléctrico; se retomará un modelo parecido a los Productores Independientes de Energía, o PIE (ojalá sea por subastas); se incrementará lo que se pueda instalar sin permiso de generación hasta menos de 700 kilowatts, además de que prometen, como lo hicieron en campaña, dar permisos de generación para abasto aislado, lo que permitiría a varias empresas medianas a grandes tener energía limpia. Se recupera al menos un proyecto de transmisión de los que se cancelaron el sexenio pasado, pero ahora sí se va a invertir en redes.
Lo malo.
Lo que dice el gobierno que se va a instalar de capacidad de generación no alcanza para lograr el porcentaje de energía limpia que necesita el país para cumplir sus objetivos. Si bien van a dar permisos de abasto aislado, le ponen un límite de 20 MW, que antes no existía. Se pone un límite a la inversión privada en centrales eléctricas para inyectar energía a la red, pero eso al final del día significa frenar el crecimiento del sistema eléctrico. El modelo para fortalecer a CFE terminará por obligar al mexicano a consumir y pagar el modelo de la empresa, que no se caracteriza por eficiente ni económica, al menos en generación, lo que nos forzará a pagar energía cara y sus consecuencias, directa o indirectamente. Las inversiones en transmisión y distribución parecen insuficientes.
Lo feo.
El diagnostico que se presentó repite varias verdades a medias y mentiras completas del sexenio pasado. Y con esas telarañas en la mente, se complica entender el diseño anterior y aprovechar sus ventajas para construir algo mejor. El modelo anterior tenía defectos y cosas qué corregir, claro, pero esos defectos no se encuentran en el diagnóstico presentado pues, por ejemplo, se van de nuevo contra el autoabastecimiento que ¡no es del modelo anterior! Del diagnóstico se habla de aportaciones del sexenio anterior, cuando muchas de esas son centrales eléctricas no han entrado en operación, y todavía faltan años para que lo hagan. Hay que decir que muchos de los problemas del sistema eléctrico provienen de las decisiones del sexenio anterior. El diagnóstico realizado no lo reconoce y esto no permite reconocer los problemas reales y se centra en otros irreales.
Lo bonito.
Cambiaron un poco el discurso de soberanía y la definición estuvo más cercana a la seguridad, aunque sigan usando el nombre; ya no suena tanto a autarquía y esa es una ventaja. Hablan de mayor aportación social de las empresas generadoras que, aunque ya la industria lo hace, suena bien que se refuerce ahí. Suenan bien también los programas de paneles solares en el norte, las cocinas limpias, la electrificación de aislados de la red, aunque ya mucho de esto se contempla en la presente ley.
La duda.
Hay muchas dudas: ¿Qué va a pasar con los proyectos parados?, ¿cómo se van a escoger los proyectos de participación público-privada?, ¿se podrá operar lo prometido con una CFE reunificada?, ¿qué van a hacer con lo que queda de autoabastecimiento?, ¿cómo se va a generar confianza ante la reforma judicial y la desaparición de la CRE? Pero de todo esto hablaremos más los siguientes episodios en las siguientes semanas.
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