Rasgo curioso de nuestra sociedad es que las ideas poderosas de algunos autores quedan marcadas por su nombre. Así, le damos el calificativo de maquiavélico a alguna acción tomada donde el fin justifica el carácter condenatorio de dicha acción. En la misma lógica podemos encontrar otros calificativos como maltusiano, orwelliano o kafkiano y sobre esa última me detendré un poco el día de hoy para referirme al sector energético mexicano.
Sí, el sector energético mexicano en nuestros días es, por decir lo menos, kafkiano. El término se deriva de Franz Kafka, autor nacido en Praga, conocido por su obra La metamorfosis y suele utilizarse en situaciones con cualidades opresivas, complejas o ilógicas, lo que para el autor se ejemplificaba con la desalmada maquinaria burocrática del Imperio Austro-Húngaro. ¿Empiezan a imaginar algo?
Frederick Karl, biógrafo de Kafka, nos da una mejor definición del significado de kafkiano. Dice que una situación kafkiana es aquella en la cual te encuentras en un mundo surreal donde todos tus patrones de control, todos tus planes, la completa forma en la que has configurado tu propio comportamiento comienzan a caer en pedazos y comienzas a luchar contra ello con todos tus recursos, con todo lo que tienes y, sin embargo, es evidente que no tienes oportunidad alguna.
Eso es kafkiano, ya sea convertirte en un escarabajo, como en La metamorfosis, o enfrentarte a la nueva configuración del sector eléctrico que propone la iniciativa de reforma constitucional en materia de electricidad.
“De aprobarse la reforma entraríamos a un mundo surreal, quizá único en el mundo”.
No se puede negar lo kafkiano del asunto. De aprobarse la reforma entraríamos a un mundo surreal, quizá único en el mundo. Donde una empresa pública se convierte en el único comprador de electricidad y en el único vendedor de electricidad y donde los ciudadanos no tienen opciones, donde nos adentramos a la desalmada maquinaria burocrática compleja, ilógica y opresiva.
Tan surreal lo anterior como que dicha empresa se autorregule, cree la política de transición energética y esté fuera de cualquiera de los controles de la administración pública federal. Más aún, en este mundo surreal, ciudadanos y empresas, vemos cómo caen en pedazos nuestros patrones de control, nuestros planes y nuestro propio comportamiento.
Y es que empresas que han invertido por años en el sector eléctrico en diseños, pagos de permisos y derechos, expansiones de la red, estudios y construcción de plantas, las cuales se realizan con un presupuesto y una deuda con fondos nacionales e internacionales, verán cómo sus planes se caen en pedazos.
No solo los componentes inanimados de las empresas, sino sus empleados, proveedores y las comunidades con las que tienen relación se verán afectadas en una magnitud que todavía no nos es posible imaginar en su justa dimensión, quienes conforman millones de familias mexicanas que verán afectadas sus formas de vida.
¿Qué decir de aquellas familias que invirtieron sus ahorros para instalar paneles solares en sus techos para disminuir sus consumos? Verán modificados los modelos de contratos de contraprestación de un plumazo absorbidos dentro de la compleja estructura de un organismo del Estado.
Y sí, si bien han existido esfuerzos de lucha a través de debates, posicionamientos y amparos ante el constante embate, ante un cambio constitucional será evidente que ciudadanos, familias y empresas no tendremos oportunidad alguna. Quedaremos al amparo de una superestructura llamada CFE. Eso, amigos, es kafkiano.