Uno de los grandes debates públicos en México alrededor de la industria eléctrica ha girado en torno a los subsidios y sus implicaciones.
El principio es muy simple. Los costos de construir, mantener y operar un sistema eléctrico deben ser pagados por sus usuarios. Se supone que para eso están las facturas que pagamos -usted y yo- a las empresas que nos venden energía.
¿Qué ocurre si el dinero que pagamos no es suficiente? Pues hay de dos: o la industria quiebra, o alguien pone el dinero que falta. Y eso son los subsidios.
¿Hay subsidios actualmente? ¿Cómo funcionan? Si los hay, ¿cómo llegamos a ellos? En esta serie de artículos iré explicando la historia y cómo se han venido configurando. Pretendo reflexionar sobre su necesidad, dónde y cómo aplicarlos.
La industria eléctrica en México nació privada. La primera generadora estuvo en León, como lo dice la propia página de la CFE. Y fueron naciendo y creciendo pequeñas empresas, que eran monopolios verticales, desconectadas entre sí, por buena parte del país.
El gobierno, mediante la Ley de la Industria Eléctrica (que nada tiene que ver con la actual ley, del mismo nombre), ponía un tope a las tarifas eléctricas. La propia ley decía que las empresas debían tener una “utilidad razonable” y, por tanto, las tarifas debían irse actualizando. Sin embargo, no se actualizaron.
La falta de actualizaciones llevó a que no solo no hubiera utilidad, sino pérdidas para la industria eléctrica. Por eso, cuando en 1960 el Presidente propuso comprar las empresas eléctricas, éstas accedieron.
Al pasar a propiedad del Estado, ¿las centrales fueron mejor administradas y los costos bajaron? Es difícil imaginar eso, más si consideramos que el régimen revolucionario fortaleció a los sindicatos que terminaron volviéndose millonarios cotos de poder y control de plazas y votos.
Pero al pasar a ser del Estado, las pérdidas de la industria fueron cubiertas con dinero del erario, lo que inauguró eso que ahora entendemos como subsidio.
“El problema de estos subsidios es que se vuelven una simulación”.
El problema de estos subsidios es que se vuelven una simulación. Nos dan la energía a “bajo costo” mientras usamos el dinero que se debería destinar a salud, educación o seguridad en pagar los costos faltantes de la industria. Así, usted y yo pagamos facturas eléctricas ficticias. Al mismo tiempo, el Estado opera de forma ineficiente y cara las centrales eléctricas. Cuando comparamos el costo de operación de centrales propiedad del gobierno con centrales privadas, los del Estado pueden ser hasta del doble. Pero eso lo tapa el subsidio.
La llamada nacionalización también tuvo efectos positivos, pues unificó los sistemas, permitió la planeación e incrementó la cobertura. Gracias a eso, México tiene una de las mejores coberturas eléctricas del mundo.
Un problema secundario de este tipo de esquemas en un monopolio de Estado autorregulado es que difícilmente conocemos los costos reales, las ineficiencias y lo que podría mejorarse y cuánto podría costarnos tener energía.
Los subsidios con el monopolio siguieron por décadas, aunque hubo algunos mecanismos para darle eficiencia a la operación del sistema, pero de todo eso hablaremos en la siguiente entrega.
Las opiniones vertidas en la sección «Plumas al Debate» son responsabilidad exclusiva de quienes las emiten y no representan necesariamente la posición de Energía a Debate, su línea editorial ni la del Consejo Editorial, así como tampoco de Perceptia21 Energía. Energía a Debate es un espacio informativo y de opinión plural sobre los temas relativos al sector energético, abarcando sus distintos subsectores, políticas públicas, regulación, transparencia y rendición de cuentas, con la finalidad de contribuir a la construcción de una ciudadanía informada en asuntos energéticos.