El siglo del control digital
En el siglo XXI, el mundo atraviesa una transición inédita: dejar atrás los combustibles fósiles y entrar en la era del control digital de la energía. El objetivo declarado es reducir la huella de carbono, pero el cambio es más profundo: sustituir la fuerza física por la lógica invisible del código, ingresando así a una nueva red global de dependencias electrónicas y tecnológicas.
La advertencia del pasado
Homero, en la Ilíada, narró guerras libradas fuera de los muros; las de hoy, invisibles y eléctricas, se libran dentro del sistema. La historia parece repetirse cada vez que la humanidad confunde avance con dominio.
Detrás de cada revolución técnica hay siempre un relato más antiguo, uno que advierte sobre la fragilidad del poder y el espejismo del control. La independencia energética puede convertirse en una nueva forma de dependencia cuando se apoya en tecnología importada; en su intento por ganar autonomía, los países ceden soberanía industrial y tecnológica, creyendo conquistar libertad mientras ensamblan su propio asedio.
“La independencia energética puede convertirse en una nueva forma de dependencia cuando se apoya en tecnología importada”.
No son los enemigos quienes destruyen las ciudades, sino sus propias certezas, pues ninguna fuerza resiste cuando el exceso de confianza se convierte en paradigma.
La dependencia invisible
El mundo presume independencia energética, pero sigue ensamblado con los mismos componentes, fabricados por las mismas manos. Esa ilusión de control tiene dos caras: una económica (quién compra, quién financia, quién cobra) y otra física (qué requiere la red para seguir siendo estable). Ambas convergen en una verdad incómoda: se puede negociar política, subastar capacidad, prometer software, pero no se renegocia la ley que gobierna los electrones.
Las centrales modernas pueden parecer distintas, fotovoltaicas, eólicas o nucleares, pero comparten una columna vertebral sorprendentemente homogénea. Bajo el discurso de la diversidad energética, el planeta depende de un puñado de fabricantes y estados que controlan las piezas esenciales.
En la solar, los inversores provienen principalmente de China (Huawei, Sungrow, Solis) y de Alemania (SMA Solar Technology, KACO new energy, Siemens). En la eólica, tres marcas, Vestas, Siemens Gamesa y GE Renewable, concentran gran parte de la producción global. En el almacenamiento, la producción de baterías de ion-litio se concentra en China, Corea del Sur y Japón, con fabricantes como CATL, BYD, LG Energy Solution, Samsung SDI y Panasonic, que controlan más del 80 % del mercado. Y en la tecnología nuclear, el control es aún más cerrado: Westinghouse (Estados Unidos), Framatome (Francia) y Rosatom (Rusia) definen diseño, enriquecimiento y mantenimiento.
La física no negocia
Aunque el software prometa reemplazar la inercia con algoritmos, cuando el soporte físico desaparece, la estabilidad se vuelve estadística y la seguridad, acto de fe. Esa fragilidad se paga con baterías, deuda y apagones. Cualquier semejanza con España no es casualidad.
El control de las variables del sistema eléctrico puede digitalizarse, aunque cada electrón sigue obedeciendo a la frecuencia, la masa y el tiempo. Los sistemas eléctricos al estar en su mayoría expuestos a las inclemencias del clima normalmente fallan ante la presencia de lluvias, vientos o incendios, hoy podrían fallar no por la fuerza de la naturaleza, sino por la fragilidad del artificio. La electrónica, que promete robustez y eficiencia, introduce también vulnerabilidad.
Una actualización de firmware, una falla en la cadena de suministro o un acceso remoto por una “simple” actualización pueden provocar el colapso que antes solo causaba un fenómeno natural, para decirlo en otras palabras, la amenaza ya no viene de afuera: se compila desde dentro.
Integración realista
Por supuesto que el futuro no consiste en renunciar a las renovables, sino en integrarlas de manera realista, sin negar sus riesgos y costos reales; incorporarlas en la matriz energética sin considerarlas el santo grial, porque la física tiene paciencia, pero no clemencia: cada desequilibrio se corrige, ya sea con un costo, un silencio o un apagón. Y es que, desafortunadamente, los electrones no entienden de política ni la termodinámica de contabilidad.
Dos mundos, un mismo riesgo
El control de las variables del sistema eléctrico puede digitalizarse, pero cada electrón sigue obedeciendo a la frecuencia, la masa y el tiempo. Aunque el software prometa reemplazar la inercia con algoritmos, cuando el soporte físico desaparece, la estabilidad se vuelve estadística y la seguridad, acto de fe. Esa fragilidad se paga con baterías, deuda y apagones.
Cualquier semejanza con España no es casualidad. País que, por cierto, lidera en almacenamiento, pero toda batería es un espejo: solo devuelve lo que antes recibió.
Europa ha vuelto a observar la energía nuclear
Francia, Finlandia y el Reino Unido construyen nuevas unidades; Polonia, Suecia y los Países Bajos reactivan proyectos, y España posterga cierres de centrales. El mensaje es claro: la matriz energética necesita peso real, no solo discurso digital.
No hay que olvidar que estos mismos países son propietarios de la tecnología que luego exportan al resto del mundo, bajo su propio ritmo y condiciones. América Latina debería tomar nota: no para repetir sus errores, sino para entender que la autonomía no se declara, se fabrica. Mientras sus ríos y montañas permanecen subutilizados, importa lo que no produce y busca financiamiento para lo que no controla, persiguiendo vientos y soles donde a veces no los hay.
La naturaleza y su geografía ofrecen energía; los exportadores ofrecen catálogos y experiencia en otras latitudes. La brecha ya no es entre economías avanzadas y emergentes, sino entre quienes exportan la tecnología y quienes dependen de ella.
El eco de Troya
En Troya, la sofisticación fue el disfraz de la rendición. En Constantinopla, la muralla más sólida cayó ante un artefacto que nadie había visto: el cañón. En ambas historias, la inteligencia no faltó: sobró confianza. La red moderna podría descubrirlo del mismo modo: no por falta de conocimiento, sino por exceso de fe en su propio diseño.
Cada época cree haber aprendido de la anterior, pero repite su error con nuevos materiales. La nuestra ya no teme al caballo ni al cañón, sino al vacío: un sistema liviano, sin inercia, que confunde la simulación con la realidad. La independencia energética es un ideal tan noble como vulnerable.
Si la civilización decide sostener su estabilidad en software y deuda, descubrirá tarde o temprano que la energía no se administra como un presupuesto, sino como una ley natural.
Quizá entonces, al mirar atrás, se comprenda que el mundo que presumía independencia seguía ensamblado con los mismos componentes, fabricados por las mismas manos.
Y entonces, como en los antiguos versos de Homero, no quedará un héroe que cante la victoria, sino un silencio prolongado sobre los campos eléctricos.
Cuando los nuevos troyanos, digitalizados, optimizados, confiados, comprendan que el caballo que celebraban no traía libertad, sino destino.
Datos y estimaciones tomados de informes recientes de Fraunhofer ISE (PV Inverter Market Report 2024), GWEC (Global Wind Report 2024), IEA (Battery Supply Chain 2024) y WNA (Uranium Enrichment Overview, 2024).
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