Con el triunfo de Joe Biden, la política energética de los Estados Unidos se sesgará hacia las energías renovables y la sustentabilidad. En la industria de petróleo y gas, habrá una más estricta regulación, sobre todo de tipo ambiental, que podría limitar su campo de acción. Su política económica buscará intercambios comerciales justos en mercados abiertos y competitivos.
Gobierno y bancos ahora privilegiarán la inversión en compañías con enfoque ESG (pro-environment, society and governance), que no suelen ser las de energías fósiles. Y Estados Unidos se integrará de nuevo al Acuerdo de París contra el cambio climático global.
La industria petrolera global vive una crisis prolongada, si bien su lugar en la actividad económica seguirá siendo muy relevante durante al menos una o dos décadas más. Tanto la OPEP como la Agencia Internacional de Energía (AIE) dicen que su problemática es cíclica y que la demanda de petróleo se recuperará. Pero eso no ha sucedido. Las finanzas de las compañías petroleras, incluídas las de Pemex por supuesto, han sido vapuleadas por petroprecios muy castigados desde el año 2014.
La perspectiva podría empeorar a corto plazo. Se prevé una difícil coyuntura para los precios. El repunte global del Covid llevaría a una mayor destrucción de la demanda de petróleo. Agréguele una creciente producción de crudo en Libia y Noruega, los bajos márgenes de refinación y la falta de nuevos estímulos fiscales en Estados Unidos. A mediano plazo, un repunte económico y el repliegue del Covid beneficiarían. A largo plazo, las políticas públicas proambientales, aprovechando la competitividad de las energías renovables, influirán para definir si el declive petrolero es temporal o permanente.
México no podrá ser indiferente ante esas tendencias globales. Mal hace el gobierno de la 4T al remar en sentido contrario y volver al modelo petrolero monopólico. Dos grandes petroleras globales, ExxonMobil y Shell, acaban de hacer anuncios que deberían poner a reflexionar a nuestras autoridades.
Exxon suspenderá varios de sus proyectos y reducirá su planta laboral en 1,900 plazas sólo en Estados Unidos debido a la débil demanda y los bajos precios del petróleo. Shell se quedará con sólo 6 de sus 14 refinerías y las transformará en “parques energéticos y químicos de alto valor”. Por cierto, la refinería de Deer Park, cuya propiedad comparte con Pemex, es una de las seis. Eso, ¿cómo lo ven en Pemex? ¿Cómo le afecta? ¿Pagará su parte de la transformación de esa refinería?
En la medida en que tenga sentido manejar refinerías, Pemex podría comprar muy barato una o más refinerías en la Costa del Golfo norteamericana, en vez de construir Dos Bocas. Tal vez su socio Shell le podría vender un par, listas para operar, a cambio de su parte de Deer Park. Como sea, Pemex tendría que repensar sus objetivos en términos de mercados, costos y rentabilidad, no con base en un concepto etéreo de soberanía y autosuficiencia que sale carísimo y es ajeno a la realidad del mercado energético.
Pemex debería tomar en serio la idea de reestructurarse, redimensionarse, incluso reinventarse, como lo hacen otras petroleras, privadas y estatales. Pero, ¿en qué momento Pemex ha pensado en reducir su personal, abatir su pasivo laboral, eliminar negocios no rentables, cerrar campos petroleros de alto costo y sin futuro, promover energía más limpia?
El gobierno de la 4T ha optado por acciones de política energética contrarias a la libre competencia yviolatorias del marco legal. Por lo mismo, es de preverse que el gobierno de Biden dará trámite a las protestas de empresas estadounidenses por las violaciones de México al T-MEC en materia energética. Se prevé que vendrán litigios internacionales, lo cual no pinta bien para el desempeño económico del país en el 2021.
Artículo publicado hoy en el periódico Reforma. Léalo en el diario en esta liga.
David Shields es analista de la industria energética. Su e-mail: david.shields@energiaadebate.com