En este tiempo que Vladimir Putin ha puesto a temblar en su centro la tierra, algunos se han preguntado cómo un país tan previsor y ordenado como Alemania dejó crecer su dependencia del gas ruso. Si le ocurrió a ella, y ahora sufre, es inimaginable lo que en esta tierra podría suceder.
Todos los gobiernos han presumido que vivimos en un país petrolero, lo cual es una verdad a medias y cada vez más la mitad veraz lo es menos. Lo que nunca hemos sido es un país gasero. Este desatino es hoy particularmente sensible cuando la marcha forzada hacia la transición energética ha resaltado la importancia del gas natural en ella. Un horizonte verde es viable si se complementa con gas para darle vuelo. Un futuro inmediato de cero emisiones es un sueño de opio. Por más que nos guste bailar al son del Bluegrass, lo que hoy suena es el Heavy Methane.
Niéguenlo o no, queridos lectores, basta con que miren su último recibo del gas para que les ardan los ojos hasta las lágrimas. Ahora es cuando muchos consumidores hemos tenido que aprender a administrar la escasez frente a una demanda cada vez más acelerada. Todo el mundo quiere metano y, según la última prospectiva de producción de gas natural, México importa ya el 90% de éste. La competencia global en su demanda ha disparado su precio en más de un 160%, a cifras de marzo de este año. Otro dato alarmante es que este energético viene de Estados Unidos, a la vez de un número de misivas, avisos –y ahora las reuniones con el embajador Ken Salazar–, en las que el país del que dependemos se ha manifestado inequívocamente inconforme con el trato que nuestro gobierno ha dado a sus inversionistas.
“…solo en México podría concebirse que las tropelías en contra de la inversión de los estadounidenses podrían ser correspondidas con gentilezas”.
Con el riesgo de hacer afirmaciones reduccionistas, solo en México podría concebirse que las tropelías en contra de la inversión de los estadounidenses podrían ser correspondidas con gentilezas. Dar de golpes y esperar caricias a cambio parece parte de la sintomatología del síndrome “pégame pero no me dejes” que permea en nuestra psique colectiva. Desgraciadamente, para muchos mexicanos, al maltrato le corresponde el respeto. En las relaciones comerciales, los fuertes no ponen la otra mejilla.
La falta de gas en México no únicamente pegará al sector eléctrico. Los apagones serían acaso uno de nuestros dolores más agudos. Si nos faltara gas, también se rompería la manufactura, cadenas enteras de proveedores. Rex Tillerson, otrora CEO de ExxonMobil, dijo que el futuro de la industria de los hidrocarburos estriba en la petroquímica. El augurio de este gran petrolero es, en el caso de México, alarmante. Sin gas, entonces, ¿habrá un futuro para ésta en México? ¿Qué expectativas hay para la industria nacional desde la agrícola hasta la automotriz? NI nylon habrá para los calzones. Habrá que usar taparrabos.
Putin tiene la llave del gas para Europa. Estados Unidos sabe que tiene la de México. Décadas pasan y ninguno de nuestros gobiernos se ha encargado de “metanizar” a México por más que los discursos autárquicos siempre han sido los primeros en la orden del día. La producción del gas ha sido relegada por México por su relativa baja renta fiscal aunada a las inversiones requeridas para su recolección, compresión y transporte. Tan subvaluado ha sido este liviano compuesto químico que, no solo se ha desdeñado su producción, sino que además es venteado y quemado en los mecheros de las plataformas en el Golfo Somero de México.
Como sea, esta volátil molécula, proveniente de Henry Hub, ha saltado en estos días a un precio de casi 9 dólares/MMBTU (millones de unidades térmicas británicas). Eso, más los costos logísticos, nos expulsará de toda liga competitiva. Y, si seguimos escupiendo hacia el norte, no tardará en caernos en la cara. No hay gas más caro que el que no se tiene.