Luis Vielma Lobo* / para Energía a Debate
La energía fósil -petróleo, gas y carbón- provee el 84 por ciento de la energía mundial a pesar de los intentos e iniciativas que se han desarrollado en energías alternas para reemplazarlos. Desde la época de Hubbert y su teoría del “Peak Oíl”, (producción pico de petróleo) en la década de los años 70, cuando se mencionó por vez primera que los hidrocarburos eran una fuente finita y que se estaban agotando, hasta las teorías más recientes sobre el impacto del uso de estas energías en el calentamiento global y otros impactos ambientales, su aporte al mercado global sigue creciendo.
Las energías renovables, solar y eólica, proveen cerca del 5 por ciento de la energía mundial. No obstante, los expertos y estudiosos sobre el futuro de la energía nos vienen alertando sobre el cambio en el balance del portafolio energético en los próximos años, independientemente de los estudios de la Agencia Internacional de la Energía, los cuales continúan viendo a los hidrocarburos como la fuente de energía preponderante en los próximos treinta años.
Existe un movimiento global que defiende el desarrollo acelerado y masivo de las energías alternas. Basan sus análisis en el hecho de que las tecnologías que permitirán este impulso se encuentran en estados avanzados de investigación, y algunas ya han logrado un posicionamiento importante como fuente alterna a las energías fósiles. Una muestra de ello ha sido la fuerte inversión recibida por la empresa Tesla y el incremento en investigación y desarrollo en un gran número de compañías privadas, muchas de ellas en alianzas con universidades, cuyo leitmotiv es impulsar la investigación básica que conduzca a un entendimiento más profundo de los fenómenos físicos que gobiernan el tema de las energías alternas.
Al final, la búsqueda tiene que ver con el descubrimiento de opciones más prácticas y económicas que permitan lograr un almacenamiento cada vez mayor, en términos de la capacidad y periodo de duración de la energía generada por estos medios, tal como se ha venido logrando con las baterías de los celulares y los autos.
Igualmente, se busca reducir la dependencia de material orgánico y de minerales necesarios para la construcción de las celdas, o los aerogeneradores eólicos y baterías, que aseguran la captura de esa energía y su almacenamiento. Estos materiales, usados para dicho propósito, son elaborados con metales, metaloides y plásticos que también son finitos y los produce la misma naturaleza, y en la medida en que crece la demanda de estas energías, en esa misma medida se va generando una mayor cantidad de materiales no reciclables, desde su explotación hasta su manufactura, lo cual creará un efecto contaminante de vastas proporciones. Por lo anterior pudiéramos decir entonces, que la solución a un problema crea otro, quizás de mayor impacto ecológico para el planeta.
Otro problema potencial, asociado a esa probabilidad de seguir incrementando el reemplazo de la energía fósil por energías alternas de manera acelerada, tiene que ver con el impacto en los ingresos de aquellos países cuyos presupuestos anuales dependen de la venta de los hidrocarburos y petrolíferos producidos. Estos países, entre los cuales se encuentran México, Nigeria, Angola, Emiratos Árabes, Arabia Saudita, Brasil y Ecuador, pudieran dejar de obtener ingresos en el orden del 30 por ciento, en los próximos veinte años, como consecuencia de la disminución de la demanda mundial de hidrocarburos, tal como lo plantea un interesante estudio publicado por el Think Tank Carbon Tracker y la Universidad de Oxford. Actualmente, la mayoría de estos países también están tomando medidas para incorporar proyectos de energías alternas que complementen la oferta doméstica, y de ese modo, reducir su dependencia de los hidrocarburos.
Si agregamos a esto las decisiones del presidente de los Estados Unidos, relacionadas con la suspensión del oleoducto Keystone XL, que busca asegurar el transporte de crudo canadiense hacia el centro de distribución de la ciudad de Cushing en el estado de Oklahoma en los Estados Unidos, y que también accedería a las refinerías del sur de Texas, conjuntamente con la limitación en permisos para continuar con el desarrollo de los hidrocarburos no convencionales del Pérmico y del sur de Texas, tenemos de nuevo sobre la mesa la discusión acerca del efecto del calentamiento global y la viabilidad física y económica de contar con suficiente capacidad y oferta de energías alternas en la próxima década. Para este último tema, la escala del reto es inmensa, por la dimensión necesaria de proyectos que deben desarrollarse y la viabilidad física de poder manufacturar millones de celdas solares, aerogeneradores eólicos y baterías, reto que tomará décadas, más que años. De allí, la asertividad en las proyecciones de la Agencia Internacional de Energía relacionadas con la demanda de hidrocarburos en los próximos veinte años.
Sin embargo, sigue haciendo suficiente ruido la opinión de muchos expertos y defensores del ambiente, quienes sostienen que las tecnologías de energías alternas (eólica y solar), así como el almacenamiento de energía en baterías, tendrán en poco tiempo una disrupción dramática que reducirá los costos de generación, además de incrementar la eficiencia de la energía. Se atreven a compararlo con el efecto que tuvo la irrupción del internet y su impacto en el paradigma de la información.
Es importante entender que existe una gran diferencia en los fenómenos físicos que gobiernan los sistemas que producen energía y aquellos que procesan información. Ello puede constatarse sin mayor investigación en nuestra vida diaria, donde usamos medios de transporte (aviones, trenes, coches), que consumen energía, y las fábricas que en sus procesos de manufactura siguen consumiendo energía para crear productos. Todo lo cual ocasiona un incremento en la demanda de cualquier tipo de energía, y no una disminución.
En el mundo real, la energía es la base de todo y es controlada por hechos físicos como la termodinámica y fenómenos de fricción, inercia y gravedad, entre otros, lo cual hace más difícil el uso de cualquier software inteligente para lograr un salto cuántico que nos permita disponer cuanto antes de la nueva economía verde.
En nuestro país debemos entender bien las realidades complejas del entorno energético y sacarlas de las discusiones políticas. La energía es un tema de Estado, de seguridad nacional, y es responsabilidad del gobierno concertar vías con las empresas privadas y los ciudadanos, para asegurar su oferta. La experiencia vivida recientemente con el cierre del gas en Texas, debe ser una alerta del impacto que tiene la falta de energía en el desarrollo cotidiano de la actividad comercial y manufacturera, así como en la calidad de vida de los ciudadanos.
México merece disponer de un plan estratégico que vaya colocando los legos necesarios para construir una verdadera seguridad energética, con base en las prioridades de suministro y una oferta de energías diversas, reconociendo la necesidad de fortalecer la producción de hidrocarburos, desarrollar la producción nacional de gas y apoyar la oferta existente de energías alternas, balanceando de esta manera una cartera de oferta energética de cara al futuro. Se requiere ¡menos discusión y más acción!
(*) Luis Vielma Lobo es Director General de CBMX Servicios de Ingeniería Petrolera, Director del Centro Integral de Desarrollo del Talento (CIDT) y presidente de la Fundación Chapopote, miembro del Colegio de Ingenieros Petroleros de México, Vicepresidente de Relaciones Internacionales de la Asociación Mexicana de Empresas de Servicios, AMESPAC, colaborador de opinión en varios medios especializados en energía, conferencista invitado en eventos nacionales e internacionales del sector energético y autor de las novelas “Chapopote, Ficción histórica del petróleo en México” (2016) y “Argentum: vida y muerte tras las minas” (2019).