Durante recientes tiempos, es cada vez más común encontrar entre las noticias el término “activos varados”. Sin embargo, este concepto con orígenes en la administración financiera de riesgos ha transitado de sus usos más comunes en los negocios agroindustriales –en los que la propia actividad va generando una crónica merma en la productividad hasta ir haciendo inutilizables hectáreas enteras, previa inversión para restablecer sus capacidades productivas– a la industria energética.
Y en tanto el mundo vaya avanzando con la tendencia hacia una base de generación más limpia, será aún más importante y un riesgo económico-financiero cada vez más presente.
¿Pero qué son los activos varados? De acuerdo con investopedia, este concepto proviene de la especialidad financiera de la administración de activos y riesgos. Es considerado como el objeto de estrategias económicas que aminoren las pérdidas una vez que un activo corre riesgo de convertirse en un pasivo. Así pues, “los activos varados son aquellos que han sufrido amortizaciones, devaluaciones o conversiones en pasivos de forma imprevista o prematura“. En este contexto, los activos varados, también se definen como un activo que se ha vuelto obsoleto o no rentable pero que debe registrarse en el balance como ingreso cesante. Así pues, los activos varados deben ser contablemente registrados como pérdida y eventualmente habrán de ser eliminados de los libros.
Un riesgo no menor, pues afectan al registrarse como pérdida y al perderse la vía de ingresos que representaran.
En la industria energética este concepto ha cobrado tracción derivado de la transición de las economías hacia fuentes de energía más eficientes y menos contaminantes. Hasta hoy representan riesgos financieros para activos que podrían tener un impacto de hasta 4 trillones de dólares en valores corporativos, de acuerdo con un estudio realizado por investigadores de Cambridge University (UK), Radboud University (NL), Open University (UK), Macau University y Cambridge Econometrics, publicado en la prestigiosa revista Nature.
¿Pero cómo entender qué podría llevar a esta situación? En realidad no es tan complicado. En la historia energética del mundo existen ya algunos ejemplos en los que la evolución del mercado, particularmente la innovación, ha convertido exitosos negocios en activos varados.
Tomemos, pues, el ejemplo del aceite de ballena. A medida que la expansión de la electricidad como medio para iluminar las noches se extendía por todo el mundo hacia finales de los 1800, “de un día para otro” la industria ballenera perdía su principal consumidor mientras los focos incandescentes sustituían las lámparas de aceite. Con esto, un negocio con flotas enteras de embarcaciones y personal alrededor de prácticamente todo el mundo había perdido en un tris toda rentabilidad y cualquier oportunidad futura de volver a generar ingresos.
“La industria energética se encuentra de nuevo en esta encrucijada, como lo fuera a finales del siglo XIX, a fuerza de nueva cuenta de tecnología e innovación”.
¿Y qué nos trae de vuelta en estos tiempos a un escenario como el del aceite de ballena? La industria energética se encuentra de nuevo en esta encrucijada, como lo fuera a finales del siglo XIX, a fuerza de nueva cuenta de tecnología e innovación. El avance en las tecnologías de generación eléctrica con base en fuentes renovables, se estima que tan solo de 2010 a 2020 ha llevado a un abaratamiento de los costos de generación de hasta 90%, considerando los casos de la solar y eólica, lo que ha llevado a sacudir a la industria de la energía a nivel mundial. De entrada, esto ha llevado a las petroleras a reconsiderar sus estrategias de más largo plazo, la exploración como una de ellas, aunque la refinación ha sido la más afectada.
Sostenidas ambas por inversiones con retornos a muy largo plazo –10 años en promedio para los proyectos de exploración y hasta 35 años para el caso de la refinación–, desde 2019 las empresas dejaron de preguntarse si valía la pena continuar invirtiendo en nueva infraestructura relacionada con estas verticales, de manera que hemos visto un desfile desde anuncios de cierres de refinerías hasta proyectos de exploración abandonados. De plano, en el último año, ha habido empresas que cambian de nombre y pasan de ser empresas petroleras a “empresas de energía”.
A lo anterior, directamente relacionado con la rentabilidad, se debe sumar el tema de costos. Mientras nos acercamos a la siguiente COP, se espera –como mencionara en nuestra anterior colaboración– que el tema de los aranceles como “des-incentivo” a las emisiones sea una nueva variable para considerar en la administración de riesgos de la industria energética.
¿Y cómo se presenta México a esta coyuntura? Desde la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador en 2018, el país se ha envuelto en una cruzada contra las energías renovables y los productores privados de electricidad, fundada sobre todo en el discurso de una ideología nacionalista. En la realidad, por intenciones políticas de control. Sin embargo, esta situación, que si bien todos los analistas han levantado la mano para señalar que habrá de ser un factor -más- que se sume a las decisiones que han borrado el crecimiento económico del país, puede tener efectos todavía más profundos.
De acuerdo con el reporte de la calificadora Fitch Ratings Stranded Assets a Long-Term Risk for Major Fossil Fuel Exporters (Febrero de 2021), uno de los mayores riesgos para los países con economías con un componente altamente soportado en la exportación de combustibles fósiles es el fenómeno de conversión de activos en activos varados que debería ser considerado como uno de los riesgos clave para su calificación soberana, toda vez que la transición energética y los costos asociados a las emisiones podrían hacer que la relación activos/deuda/capacidad de pago se modifique.
Y por otro lado, el factor tiempo. No pocos especialistas del sector han mencionado que los 6 años de retraso del avance que se tenía en el país no significarán 6 años de re-trabajo luego de que la actual administración haya concluido, pues el daño por el subdesarrollo en cuanto a las tendencias globales sin duda requerirá de mayores inversiones para ponerse al día, una vez que se pretenda corregir el rumbo. Ello, a diferencia de prácticamente el resto del mundo que va avanzando con esta corriente.
¿Pero qué nos asegura que México no se convertirá en la ballena que solía dar aceite para iluminar el progreso, una vez que, a los ojos de los inversionistas en un futuro no tan lejano, sea demasiado costoso invertir para retomar la senda de desarrollo? Con estas acciones, México podría estar construyéndose la ruta perfecta para un futuro varado.