Varias han sido –y muy desde el inicio– las decisiones que, tomadas desde la ideología y alejadas de toda realidad técnica, científica o de mercado, nos han llevado a realidades más adversas que la previa.
Si nos dispusiéramos a hacer un recuento de lo sucedido en este sentido, en el sector energético tendríamos que comenzar con el desabasto de gasolina a inicios de 2019, mismo que de acuerdo con un análisis realizado por BBVA, tuviera por hora cero el 8 de enero de ese año a las 12:00 horas, se extendiera por 13 días y afectara en su punto más álgido, el 11 de enero, a 26% de las estaciones de servicio del país, las cuales durante ese día registraron 0 transacciones. Cero, ni un solo litro vendido en todo el día.
En el discurso, se buscó matizar el gigantesco fracaso estratégico con el que se estrenaba la actual administración, argumentando que se arrancaba el sexenio reforzando la lucha contra el robo de combustible en ductos. Los datos dejaban ver que el presidente cumplía a través de la Secretaría de Energía una de sus promesas de campaña: detener la importación de combustibles al país, sin datos ni mayor análisis que permitieran prever los efectos de esta decisión.
Sin embargo, no ha sido la única. Podemos listar la batalla legal contra las empresas transportistas de gas natural que derivó, según datos de la ASF, en un incremento de 6,800 millones de dólares extras luego de la pésima negociación liderada por el director general de CFE quien, en desconocimiento de los más básicos preceptos de valor presente neto, dejara a los mexicanos pagando más y por más tiempo por el insumo básico de la generación eléctrica.
La cancelación de las subastas de energía, bajo el argumento de mayores costos, llevó a un incremento de los costos de generación de electricidad… por no mencionar los efectos en la incertidumbre jurídica y pérdida de inversiones.
La cancelación de las rondas petroleras sin razón aparente ha dejado al país ante una severa crisis de reservas de hidrocarburos. Grave, pues más allá de su valor comercial al ser explotadas, representan el instrumento de apalancamiento por excelencia de las operadoras petroleras, mientras se observa una galopante declinación de los vetustos campos productores de PEMEX sin inversión para la exploración que permita ir ingresando nuevos yacimientos.
“Mientras, se observa una galopante declinación de los vetustos campos productores de PEMEX sin inversión para la exploración que permita ir ingresando nuevos yacimientos”.
Ni qué decir del proyecto incluido en el portafolio de “mega-proyectos” de esta administración que cae dentro de este rubro: la refinería en Dos Bocas, Tabasco. Desde sus primeros días, más allá de la opacidad de sus decisiones, está la absoluta carencia de sustento en ellas. Merecedora de una columna entera pero que buscaremos resumir.
¿Que el IMP sugiriera no construir en ese lugar? No importa, se desaparece el documento y de paso al director en turno. ¿Que hayan sido invitadas a participar en concurso las más importantes empresas desarrolladoras de proyectos de esta naturaleza en el mundo y que todas (incluida Bechtel, la EPC participante en no menos de 50% de la infraestructura de refinación en el planeta) declinaran por encontrar el presupuesto y tiempos insuficientes? Que el gobierno lo haga, ¿qué tan difícil puede ser? ¿Que pareciera que no hay siquiera producción suficiente de crudo para alimentar las no solo 7, ahora 8 refinerías, incluyendo la de Deer Park, en Houston? Pues ya veremos, algo habrá de hacerse. Dicen que es para solventar la demanda de gasolinas del país, aunque faltaría cerca de 40%, pero bueno, minucias. ¿Que de acuerdo con los datos, 2020 es el peor año en la historia de la industria de la refinación y han cerrado tantas refinerías como en los últimos 20 años? Incrementemos en 151% el presupuesto, ¿cómo de que no?
¿Y en qué ha resultado? Para inicios de septiembre de 2021, el proyecto de la nueva refinería registraba un avance de apenas 33% y un gasto de 54% del presupuesto total estimado. En números, 4,886 millones de dólares. Por supuesto, esto sin considerar los recursos que para hacerlos menos visibles se han operado a través de CONAGUA, o del gobierno y congreso local de Tabasco.
Lo anterior, incluyendo la promesa de que para julio del año próximo estaría entrando en operaciones. Obviamos desde esta columna los periodos de pruebas de equipos, sistemas y de la planta en su integralidad como un todo, que en el estándar de la industria añadirían por sí mismos no menos de entre 6 y 10 meses adicionales. ¿Qué más da?
Y el más reciente, la CRE, de la mano de los ideólogos de la anti-reforma energética y académicos sirviendo de facilitadores, se dispusieran a cumplir sus sueños de regular un mercado con fórmulas de librito, sin conocer la realidad del mercado del gas LP y, a dos días de la determinación de precios máximos, se desataran bloqueos, desabastos e incremento en costo final del insumo. ¿Y todo para qué? Para que a las semanas tuvieran que aplicar incrementos que alcanzaran casi el precio inicial previo a su experimento académico.
Pero todo lo anterior, esto no es solo un fútil ejercicio para identificar la serie de eventos desafortunados que nos han llevado a las condiciones en las que hoy nuestro sector se encuentra, sino para señalar lo que probablemente sea la siguiente de las aventuras que nos esperan en este laberinto de tumbos que pareciera, a ojos del autor de esta columna, ha pasado desapercibido y que nos regresaría al principio de este recuento.
La gasolina. Desde el marco regulatorio se ha venido construyendo un entramado que con base en la ideología pretende allanar el camino para que Petróleos Mexicanos recupere su participación en un sector de mercado en el que al día de hoy ha perdido –irónicamente acelerado por el desabasto de gasolinas de enero de 2019– alrededor de 40%. En esta tónica, se ha buscado mermar las facultades logísticas de los privados restringiendo las importaciones, cancelando permisos, vetando comercializadores (a los dos más importantes del mundo, más allá de los motivos) para asignarlo al Estado, por supuesto… Pero ¿tiene el Estado capacidad hoy, a dos años del desabasto de gasolina, para cubrir la demanda? En los datos pareciera que no ha cambiado nada que nos haga creer que ahora es posible. Pero, bueno, veremos.
¿Qué puede salir mal?