¿Recuerdan “La Isla de Gilligan”, queridos lectores? Es un programa de televisión, transmitido entre 1964 y 1967, cuando algunos de ustedes no eran siquiera una ocurrencia en la mente del Creador.
Para los que no sepan de ella o, por el paso de los años atroces ya no la recuerdan, este programa trataba sobre las vidas de unos náufragos que llegan arrastrados por la corriente a una isla algo cercana a Hawái. La composición del grupo de sobrevivientes es variopinta y algo rara: el capitán, un millonario, una estrella de cine, una chica buena y otros tres excéntricos más. El papel estelar lo juega un personaje muy singular: Gilligan es torpe, algo bobo, sensible, cobarde ante las pequeñas adversidades, pero muy puesto a sacar la casta ante el asecho de lo fatal.
Muchos de ustedes leerán estas líneas con extrañeza y se preguntarán, si con el cambio de guardia, Energía a Debate, ahora cubre reliquias del canal 5. Pues no, la que escribe invoca la “Isla de Gilligan” porque así siente México, en particular con este gobierno y más aún por los acontecimientos que, como las olas en altamar, no cesan de golpear el sector energético hasta hundirlo.
“En las subastas y licitaciones fluía sangre fresca. Los vientos del cambio nos impulsaban con viento en popa”.
Como los personajes en este programa, cuyo protagonista es un idiot savant, somos náufragos en una Isla, a unos pasos del paraíso pero más próximos al infierno. Hasta hace poco México estaba conectado al mundo y más a partir de la reforma energética de 2013 cuando en el sector aparecieron caras nuevas con distintos tonos de piel. En las subastas y licitaciones fluía sangre fresca. Los vientos del cambio nos impulsaban con viento en popa.
Por desventura, las corrientes políticas son caprichosas e impredecibles y más cuando quien toma el timón ha perdido la brújula. El sector, especialmente el eléctrico, soportó la ola del Acuerdo de Confiabilidad, del cual salimos mareados pero con compostura; luego vino la reforma a la Ley de la Industria Eléctrica, la cual peleamos hasta la náusea y nos mantuvimos en pie. Pero el maremoto de la Reforma Constitucional de plano volteó la nave.
Aún estamos vivos, a salvo, pero atrapados por la indecisión de un liderazgo político que, en su conjunto, reúnen al menos una de las características de Gilligan. Algunos son idiot savants (saben mucho de poco y nada de mucho), otros torpes, pocos bien intencionados pero inútiles, algunos cobardes cuando el costo político es alto, pero sacan la casta cuando les conviene. A todos les queda la gorrita.
La incertidumbre es el tigre escondido, es la serpiente oculta en la jungla. Como náufragos, atrapados en la espera, buscamos la luz de la esperanza que se aproxima en altamar. Mientras tanto, nos preguntamos ansiosos si podremos sobrevivir en esta isla, incomunicados, sin iluminación y sin cobijo.
Mientras tanto, nuestros tomadores de decisión cómodamente asentados en tierra firme aguardan el momento para acudir a nuestro rescate. ¿Nos dejarán varados esperando hasta que, una vez más, anochezca y de milagro veamos la luz del sol? ¿Cuándo volveremos al mundo, como vivíamos antes, en una estrecha comunicación e intercambio de ideas, noticias y bienes?
El parteaguas será la votación de la Iniciativa de la Reforma Constitucional en Materia Energética. Allí se decidirá si el atrapamiento que ahora vivimos, y que esperamos sea temporal, será nuestro nuevo modus vivendi. Si México se queda solo con CFE, nuestro país ya no será una Isla donde conviven personajes simpáticos. Por creer nuestros políticos que el mundo es plano, podríamos deslizarnos hasta la orilla, y caer, a la nada.