In memoriam, Raúl Nocedal.
“Serás buen regulador cuando todo mundo, en algún momento, te deteste”. Esa frase la escuché hace 20 años, o más, cuando apenas entraba al sector, en la Comisión Reguladora de Energía, como asesora de Raúl Nocedal, uno de sus comisionados fundadores –cuyo segundo aniversario luctuoso conmemoramos hace tan sólo unos días. Cosa rara: la muerte inesperada de uno de los pilares de este órgano regulador se anticipó a la que en meses próximos podría sufrir la organización. Es posible que pronto suenen las campanas por lo que es el cuerpo hoy escuálido de la CRE.
Es factible que los órganos reguladores de energía mueran en el ciclo de negociación de la reforma constitucional de AMLO. Y es irónico que los actores que alguna vez se quejaron con más enjundia de sus políticas, hoy clamen que se necesitan árbitros para convivir en el anhelado, y jamás conseguido, piso parejo. En los albores de la regulación del gas natural no había cómo complacer a nadie en la industria, ni al proveedor ni a los usuarios. Si el precio del energético se controlaba, para no mermar la competitividad industrial de México, Pemex amenazaba con pisotear a la CRE como Godzilla en Tokio. Incluso, hubo connatos de demandas contra el regulador por daño patrimonial a la Nación. En cambio, si el energético subía al ajustarse a los precios internacionales, las agrupaciones de industriales coreaban el advenimiento del apocalipsis: cierre de plantas, pérdidas de empleos, hambrunas y demás pestes.
Este escenario era atípicamente complejo porque ni Pemex ni la industria carecían totalmente de razón: el primero, si pretendía sobrevivir, ya no se hable de generar valor, no podía regalar el gas –ni siquiera a los Mexican Champions de los que dependen aún millones de empleos y eslabones esenciales de las cadenas de suministro. Por otra parte, el precio del gas que surtía Pemex y los costos de sus servicios, a juicio de los comisionados, estaban sellados dentro de “cajas negras”. En suma, a juicio de los empresarios, Pemex no podía vender a precio de mercado porque no había tal cosa en México; mientras tanto, los reguladores estaban conscientes de que, mientras Pemex siguiera en un papel caritativo, jamás podríamos siquiera aspirar a abrir la competencia. Los puntos de irritación eran múltiples y, más que un regulador, la CRE parecía un buzón de quejas.
“Al Estado nadie lo quiere porque controla demasiado; al Mercado tampoco porque nadie lo controla”.
Pobre CRE: entre Estado y Mercado te veas. Al Estado nadie lo quiere porque controla demasiado; al Mercado tampoco porque nadie lo controla. Esa disyuntiva la zanjaba el Secretario de Energía en turno bajo la sombra del mismo Presidente y del Secretario de Hacienda. Y generalmente se tomaba una decisión política, la más conveniente, según el momento. También, por lo general, era la más ineficiente.
Esos vaivenes sucedieron hasta 2017 cuando la CRE decidió soltar de sus amarras el precio del gas. Hay dos maneras de interpretar este suceso: o el regulador resolvió que ya era hora de romper las amarras del control estatal, o de plano dejó el precio del gas en las manos de quienes lo venden para ya no responder de sus fluctuaciones. ¿Fue un acto de coraje por creer en los mercados? ¿O un acto de abdicación a su deber de regular una industria en la que aún no había condiciones de competencia efectiva? O tal vez, aunque suene demencial, un poquito de las dos.
En el estado actual de cosas, lo más factible es que a la CRE se la chupe SENER y tal vez vuelva el control de precios. Irónicamente, esto lastimará a Pemex, beneficiará a corto plazo a los industriales y, a largo, agotará el ahora escaso gas natural. Eso sí, ya no tendremos reguladores a quienes odiar. De nuestras desdichas, habrá que culpar a alguien más.