Puños y gasolineras cerradas
No sé ustedes, pero la que escribe es de aquéllas que rezan poco pero sí cuando la rayita de la reserva de la gasolina casi ha tocado fondo. Es en esos momentos que una se arrastra hacia la gasolinera como a un oasis en la infinitud desértica. Hay adictos a la adrenalina de cuánto se puede viajar con el tanque al límite, más aún cuando hay un hormiguero atorado en las arterias principales de la CDMX. Azaroso será el destino de quien, por osadía o negligencia, se quede parado en hora pico por conducir sin gasolina.
En México hay varios incentivos para rifarse un linchamiento por quedarse varado en un embotellamiento. En primer lugar, hay pocas gasolineras per cápita. En nuestro país, hay tan solo una (¡una!) gasolinera por cada 10,000 habitantes. La gran ironía es que donde más automóviles se mueven es donde hay menos estaciones de servicio. En la Capital, por aproximadamente 20,000 cabezas hay una gasolinera. Si a la escasez de estas añadimos la cultura citadina de la prisa y la demora, la tentación de pasar de largo la gasolinera –aun con octavos menguantes en el tanque— es irresistible.
La resistencia a cargar gasolina es casi total en proporción al precio. La necesidad de tener el tanque lleno es inversa a la satisfacción proporcionada, al menos para la gran mayoría que conduce porque debe. A falta de alternativas de movilidad, gastar miles de pesos por la experiencia de pasar horas de parálisis en una lata con ruedas no es gratificante, en el mejor de los casos. Por esa razón, algunos consumimos lo mínimo para desplazarnos a la vez que ponemos el santo de cabeza para que esa cantidad alcance. Apresurados, administramos nuestras carencias (de dinero, tiempo, ánimo) para llegar a donde sea.
“Clausurar gasolineras y eliminar oferta es un despropósito total para bajar los precios”.
Este sábado salía con prisa de la Capital hacia la gasolinera donde, ya por muchos meses, he elegido libremente cargar combustible. Aun cuando hay otras más cercanas en mi ruta, escogí esa en particular por razones ajenas al precio por litro. A pesar de que el mismo es comparativamente caro, rinde más y ha silenciado el cascabeleo de una máquina que ha sufrido abusos inenarrables en caminos de terracería, fango, piedras e incluso una caída a un barranco. Tanto maltrato ha soportado esa camioneta que merece compensarlo con una gasolina de mejor calidad. Pero, alas, con la aguja hasta abajo, la hallé cerrada y al periférico atascado.
Ya con el santo de cabeza, avancé medio kilómetro más y vi otra, de la misma marca, también clausurada. Con el alma en vilo, rodé a la más cercana y, en lo que cargaba medio tanque, salió la noticia de que la SENER, PROFECO y la CRE habían clausurado 3 gasolineras de esa marca. Al ver a cuánto estaba su litro de la gasolina Premium, es posible que, dadas mis propias condiciones de austeridad, esta vez hubiera seguido de largo hacia otra estación de servicio. Soy lo suficiente racional para administrar mi escasez.
Lo que escapa a la razón es por qué el gobierno se adelantó a la elección que le corresponde tomar a cualquier automovilista en un país donde el precio de este energético está liberalizado. Si pagar casi 30 pesos por un litro de gasolina es insultantemente excesivo, que dejen el castigo en manos del consumidor. Y en esta coyuntura de precios muy altos de combustibles, sí hay de dónde escoger. Hay gasolina cara y hay otra descomunalmente costosa. El derecho a vetar la última lo debe ejercer el consumidor, no el gobierno. Clausurar gasolineras y eliminar oferta es un despropósito total para bajar los precios. En todo caso, vivimos una coyuntura en donde la movilidad ha aumentado –por un receso en la pandemia– y un alza brutal en los combustibles, por la psicosis de Putin.
El autoritario ruso cierra la llave y el nuestro ordena clausurar gasolineras. Ambos utilizan la escasez para dominar con dolor, con pánico, guardando las inconmensurables distancias entre ellos. Pero en algo se parecen: son expansivos en sus afanes de control y repudian la libertad. Son los patrones de las carencias ajenas y de las ganancias propias.