(Con agradecimiento a las opiniones de Jorge Pedroza para este artículo)
La posición de México en política exterior pareciera estar buscando nuevos caminos, sin que logre amalgamar una postura histórica de no intervención, con otra de autarquía y una más de liderazgo global o regional. Esta confusión de anhelos también afecta a nuestra interacción con los mayores productores mundiales de energéticos, con el riesgo de generar dudas sobre nuestras convicciones.
En nuestro entorno más cercano, durante los últimos 30 años México se ha aproximado aceleradamente a la economía de EE. UU. Cuando ellos crecen también lo hacemos nosotros y viceversa. Asimismo, no hay duda de que la economía de México podría crecer aún más rápido y a la vez atender nuestros problemas ancestrales, como lo son las altas diferencias de ingreso entre la población, el desigual desarrollo regional, o mejorar la educación, la salud y la seguridad. Nada de eso se contrapone con nuestra mutuamente beneficiosa relación comercial con EE. UU., la cual no solo incluye automóviles, productos industriales y enseres domésticos, sino también energéticos.
“…algo nos provoca a imaginar que en cada litro de petróleo exportado se nos va un pedazo de México”.
Sin embargo, algo nos provoca a imaginar que en cada litro de petróleo exportado se nos va un pedazo de México. De igual manera, al importar más gas natural que el que producimos, nos sentimos expuestos a un poder extranjero. Nos cuesta ver a los hidrocarburos como un comercio de mercancías fuertemente regulado, que nos permite movilizar inversiones y conocimientos para en México producir lo que nos haga falta, o exportar si nos sobra. Por otra parte, un sano balanceo entre nuestras importaciones y exportaciones debe incluir el manejo equilibrado de flujos energéticos y en dinero, sostenibilidad económica, sustentabilidad ambiental y confianza entre las partes.
Por otra parte, México, como miembro del consejo de seguridad en la Naciones Unidas, busca la paz mundial y también entender las causas de las guerras, a fin de proponer soluciones reales, y evitar que se repitan los choques entre países. Siempre es difícil comprender a fondo los orígenes de una confrontación regional o entre vecinos, su geopolítica y sus repercusiones. Es igualmente complejo ser mediador en esos conflictos y, para ello, no menos importante es el ejemplo que debe dar quien propone vías de solución, la influencia que pueda tener ante las partes y la congruencia que debe proyectar.
Hoy a los mexicanos nos puede parecer lejano el conflicto bélico en el Donbás ucraniano hasta Crimea, pero nos afecta en lo económico, y nos involucra en nuestra política exterior. Europa requerirá gas natural, crudo, petrolíferos y cereales de EE.UU., país de donde también nos abastecemos, debiendo asumir que, al aumentar los precios de estas mercancías, todavía tardaremos algunos años en aumentar nuestra producción hasta la autosuficiencia. En lo geopolítico, debemos evitar revivir la bipolaridad de la guerra fría. México no tiene el peso global para mediar en la escisión que agobia a Europa oriental, pero sí podemos estar en contra de la invasión militar como método para resolver las diferencias entre países. Por ahora nuestro ejemplo sería el de asegurar la paz en nuestro país y subsanar las divisiones potenciales antes de que crezcan.
Pareciera que nuestras posturas globales sobre la energía pudieran entrar en una encrucijada que requiera reflexionar sobre el camino a seguir. En septiembre coincidieron las fechas anuales del gran sismo y en política exterior también concordaron la fecha de la autocensura que debía responder veladamente el 15 del mes a EE. UU. sobre la soberanía energética de México, además de, al día siguiente, la fecha para proponer una tregua en Ucrania ante las Naciones Unidas. A la lógica política le cuesta discernir la desconexión entre las coincidencias, por lo que pueden ser malinterpretadas, o confundidas como desatinos. En política exterior eso no es bueno: genera pérdida de confianza.
La cooperación energética con EE. UU. nos ha permitido crecer en términos económicos, aunque el confort de contar con insumos seguros de gas y petrolíferos, a buen precio, nos ha llevado a descuidar a nuestro sector energía. He ahí algo en que enfocarnos competitivamente. Necesitamos impulsar a las renovables y tal vez a la energía nuclear, llevando tantos o más recursos como los recientemente dedicados a los campos petroleros accesibles en tierra y aguas someras, a las refinerías e hidroeléctricas.
En cuestiones prácticas para el sector energía, como país, tenemos una larga lista de tareas pendientes, todas ellas redituables a mediano plazo, por ejemplo: la actualización de la regulación del sector y el reforzamiento de sus instituciones; el desarrollo moderno de la exploración y producción de hidrocarburos potenciales en campos de lutitas y arenas comprimidas; la expansión y el mallado de las redes de oleoductos, gasoductos y electricidad; el almacenamiento e inventarios para varios días de consumo de combustibles; el regreso a las licitaciones en todos los niveles de la cadena productiva del sector; la renovación de las fuentes de energía; la promoción de las renovables a través de subastas justas y previsibles.
La paz en México, aunque un reto, está al alcance de la mano, al igual que lograr un buen balance energético con EE. UU. y otros países. Al abocarnos a ambos objetivos, con convicción y persistencia, cuidaremos nuestros intereses nacionales y en materia de energía. También daremos un ejemplo al mundo y ganaremos en confianza.
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