La seguridad energética se ha definido históricamente como la disponibilidad de suministros suficientes a precios asequibles, pero los riesgos que enfrenta el mundo actualmente son más numerosos y complicados, lo que sugiere que esta definición ya no representa esa realidad. Por esta razón, los problemas geopolíticos actuales obligan a los diseñadores de políticas públicas a redefinir el concepto de seguridad energética y desarrollar nuevos medios para garantizarla.
Antes del conflicto Ucrania-Rusia las instituciones relacionadas con el tema de seguridad energética estaban promoviendo muy asertivamente los beneficios geopolíticos de la transición a energías más limpias, conscientes de que alejarse de un sistema energético con base en combustibles intensivos en carbono iba a ser difícil para algunos países.
En el último año ha surgido una matriz de opinión que considera el término de seguridad energética obsoleto o superado por las crisis geopolíticas que hemos vivido, considerándolo una visión utópica relacionada con un futuro verde. La seguridad energética (inseguridad, para mucha gente), la asocian con imágenes de vehículos alineados por varios kilómetros, esperando llenar sus tanques con gasolina a precios altísimos, reconociendo que la naturaleza de la amenaza sigue vigente y resolverla será crucial para el futuro.
Pero la historia nos ha enseñado que las crisis detonan los resortes de la innovación y las nuevas tecnologías. Las crisis árabe e iraní de los años 70 fueron el motor para el desarrollo de las tecnologías eólicas y solares, la mayor eficiencia en los vehículos y la creación de nuevas instituciones para coordinar las políticas energéticas.
“La historia nos ha enseñado que las crisis detonan los resortes de la innovación y las nuevas tecnologías”.
El año pasado los precios subieron a un máximo que no se tenía desde hacía catorce años debido a los temores de que la producción y oferta del petróleo ruso se interrumpiera. Los temores de impacto en la oferta elevaron los precios del petróleo e impulsaron los ingresos y el peso geopolítico de los países líderes en la producción de petróleo, en particular Arabia Saudita.
Asimismo, los Estados Unidos y los países europeos se comprometieron a transformar sus economías para lograr reducir las emisiones de carbono anualmente, buscando la meta de cero emisiones hacia el año 2050; sin embargo, existe la preocupación en dichos países de que una transición energética más acelerada implique necesariamente una mayor dependencia de China, dado su dominio de las cadenas de suministro de energía limpia.
Muchos países del mundo en desarrollo objetaron las ideas de reducir el consumo de combustibles fósiles señalando el impacto que ello representa en los costos de los alimentos y de la energía. Ya estas tensiones se habían presentado en la conferencia climática de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Egipto, en noviembre de 2022, cuando estos países exigieron que sus contrapartes más ricas los compensaran por el daño que el cambio climático les ha causado a sus ciudades, agricultura y ecosistemas.
Para finales de este año y el 2024, la Agencia Internacional de Energía, IEA, estima que la demanda mundial podría incrementarse gradualmente en más del 70%, profundizando la crisis de la oferta, lo cual ocasionaría otra escalada de precios que obligará a los países occidentales a recurrir, una vez más, a Arabia Saudita y a los Emiratos Árabes Unidos para que incrementen su oferta. Irónicamente, estos últimos son los organizadores de la próxima conferencia climática de la ONU, a finales de este año.
Dicho evento representará un momento estelar para revisar los cambios en los conceptos de seguridad energética, las innovaciones y tecnologías que se hayan descubierto y finalmente la actitud y posición de los países de mayor consumo de energía, encabezados por Estados Unidos y China.
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