El gas natural es el combustible estratégico de la economía nacional, más que el petróleo y sus derivados. El 63 por ciento de la generación eléctrica es con gas. Todo tipo de industrias lo utilizan como energético o en procesos.
Pemex consume el 70 por ciento de su propia producción de gas en sus yacimientos y plantas. Sus refinerías privilegian la utilización de gas en sus calderas, siendo el gas mucho más eficiente y más económico por unidad calorífica que el combustóleo.
Sin embargo, no existe una política clara que abarque desde el desarrollo de reservas y la producción hasta el suministro y consumo de gas natural, a pesar de que, excluyendo a Pemex, el 90 por ciento del consumo nacional se cubre con gas importado, que por fortuna es muy barato. Se han cancelado proyectos de explotación de gas no asociado al petróleo en la Cuenca de Burgos y frente a las costas de Veracruz.
El gobierno rechaza el fracking como opción clave para producirlo. Y prefiere que excedentes de gas importado en el noroeste del país se exporten a Asia, en vez de que haya más compañías privadas generando energía eléctrica en el país. Quedó inconclusa la construcción de varios gasoductos y de estaciones de compresión. Otros ductos están en litigios. No hay gas para la petroquímica. El suministro es escaso incluso en el sureste, que hoy es la única región productora.
Y un hecho grave: casi todo el gas que produce Pemex está severamente contaminado con nitrógeno. Cuando Pemex sobreexplotó su mejor yacimiento, Cantarell, inyectándole nitrógeno para mantener la presión, cometió la omisión de no construir plantas para segregar el gas y el nitrógeno que se obtendrían del yacimiento.
Por esa razón, el sistema energético del sureste mexicano hoy se está atrofiando operativamente. El gas contaminado daña las turbinas de las centrales eléctricas. Se vuelve forzoso frenar la inyección de ese gas al sistema de ductos y parar las plantas criogénicas de los centros procesadores y también los complejos petroquímicos de Pemex y de empresas privadas. Éstas ya están viendo cómo tener acceso a gas y etano importados. Y no se prevén inversiones de Pemex para corregir el problema.
Entonces, ¿qué pasa? ¿Por qué no tenemos una política de gas natural? El Presidente López Obrador y su equipo o ignoran la problemática o no le dan importancia. Su política energética no se sustenta en análisis técnicos y económicos minuciosos, profesionales e imparciales, para identificar lo que requiere el país. Al contrario, privilegian la ideología, la improvisación, los prejuicios, las ocurrencias iluminadas y la veneración del petróleo.
López Obrador ha planteado metas de producción petrolera, de autosuficiencia energética y de construcción y rehabilitación de refinerías, que resultan irrealizables o inconvenientes al no basarse en un diagnóstico certero en lo técnico y lo económico.
Son metas inalcanzables por razones de mercado y costos, logística, falta de inversión, deficiencias operativas, entre otras. Al limitar la inversión privada directa, se cancelan proyectos que robustecerían los sistemas energéticos y, en particular, la industria del gas natural y la generación eléctrica.
Dentro de pocos años la mayoría de los vehículos serán eléctricos. Será el fin de la era del petróleo y motivará un nuevo auge en el uso de gas para generar electricidad. México podría ser un gran país productor de gas con las políticas adecuadas, porque tiene un gran potencial desaprovechado de reservas. Pero en el futuro previsible, habrá que seguir importándolo, lo cual aconseja a favor de firmar contratos de largo plazo con productores estadounidenses, que den certeza a ambas partes.
Hoy día, Pemex se atrofia. Si no muere por sus deudas, su corrupción y sus ineficiencias, morirá porque no pudo suministrar gas. Y porque el gobierno no supo elaborar una política integral de gas natural.
Artículo publicado hoy en el periódico Reforma. Léalo en esta liga.
David Shields es analista de la industria energética. Su correo: david.shields@energiaadebate.com